Juan Diego Botto: un pasaje de vuelta a la Argentina con Lorca, y coincidencias que “si fueran ficción, serían demasiado”
Se hizo famoso muy joven, como el protagonista de Martín (hache), el film de Aristarain; desde entonces trabajó en España y en Hollywood, como actor, como director y ahora regresa a nuestro país como protagonista y autor de una obra sobre el poeta granadino que le permitió reencontrarse con su propia historia
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Por estas tierras, Juan Diego Botto siempre será Martín Hache, el protagonista veinteañero de la película homónima que Adolfo Aristarain estrenó en 1997, donde también se lucían Federico Luppi, Cecilia Roth, Eusebio Poncela (y donde, entre otras frases entrañables, el personaje de Botto decía aquello de que “en Madrid los techos son hermosos, hay tejas, hay chimeneas, hay colores, no se puede comparar. Pero ves, extraño los techos de Buenos Aires, es una boludez pero me pasa”).
Pasaron más de dos décadas desde el estreno de ese film y Botto, hombre de 47 años, ciudadano de dos países (vive desde muy pequeño en España pero no renunció a la nacionalidad argentina) y profesional con una sólida carrera en su haber, tendrá en breve lo que promete ser un intenso encuentro con el público porteño. Entre el miércoles 21 y el sábado 25 presentará, en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, Una noche sin luna, unipersonal del cual es intérprete y autor, donde asume la voz de Federico García Lorca en sus últimos años de vida. Dirigida por Sergio Peris-Mencheta, la obra estuvo en cartel durante unos tres años en España, y obtuvo los premios Max al mejor espectáculo y al mejor actor.
En la Argentina, por lo pronto y en lo que hace a la vida de Juan Diego, los preparativos de la puesta se enlazaron con una serie de casualidades que, al decir del mismo protagonista, “si fueran ficción, serían demasiado”.
Estamos en el pequeño café del Teatro San Martín. Es de mañana, las salas y pasillos descansan, pero el complejo teatral, fiel a su costumbre, está vivo. Mientras LA NACION conversa con Botto, un compacto grupo de adolescentes, alumnos de una escuela pública, participa de una visita guiada. Contra todo pronóstico, el bullicio se convierte en la banda de sonido ideal para la charla.
- Una noche sin luna se estrena en el mes del 125° aniversario del nacimiento de Lorca, ¿fue a propósito?
- Nació un 5 de junio, es verdad. Pero la cercanía a la fecha del estreno se dio por azar.
-¿También la posibilidad de actuar en el teatro donde se conocieron tus padres?
-También.
Lo que sigue, efectivamente, podría ser combustible para un relato de ficción. Porque a principios de los años setenta, en este lugar donde ahora estamos hablando, Agustín Alezzo presentó Romance de lobos, una pieza de Ramón María del Valle-Inclán. La obra estaba protagonizada por Alfredo Alcón e incluía un elenco enorme, al que Alezzo sumó estudiantes de su escuela. Entre esos jóvenes actores estaban Cristina Rota y Diego Botto, que comenzaron a noviar en la misma sala –la Martín Coronado- en la que su hijo se presentará dentro de tres días.
“Sin duda es un lugar singular, el principio de todo para esta saga familiar”, dice Botto. Cuenta que gente del equipo del San Martín buscó en los archivos del teatro fotos de aquel lejano estreno, y lo invitó a verlas. Él no sabía que existían esos documentos ni que se encontraría con los rostros increíblemente jóvenes de sus padres. “No es solo cumplir el deseo largamente postergado de estrenar teatro en Buenos Aires; es estrenar en un lugar que está cargado de historia para mí”, explica.
De aquella unión forjada entre escenarios nacieron dos hijos, Juan Diego y María. Luego vendría Nur, hija de la madre y una nueva pareja. Hoy, todos se dedican a la actuación.
El gran quiebre sobrevino en 1977, en plena dictadura, cuando el padre fue secuestrado y hecho desaparecer. Sumida en el terror, la madre agarró a sus hijos, dejó la Argentina y se instaló en Madrid, donde fundaría una escuela de interpretación. Allí estudió Juan Diego, antes de completar su formación en Nueva York.
Desde aquellos tiempos iniciales a hoy, se fogueó en el cine y el teatro, en español y en inglés; actuó a las órdenes de Ridley Scott en 1492: La conquista del paraíso, participó en superproducciones como El escuadrón suicida, de James Gunn, y en la serie Good Behavior, de TNT. En España, donde nunca dejaron de considerarlo “actor hispano-argentino”, se hizo muy popular con la película Historias del Kronen, de Montxo Armendáriz. También actuó en filmes como Si te dicen que caí, de Vicente Aranda; ¿Soy linda?, de Doris Dörrie o Las viudas de los jueves, de Marcelo Piñeyro. Escribió y dirigió teatro: La última noche de la peste o El privilegio de ser perro son algunas de sus obras. En 2021 recibió el Premio Nacional de Teatro y al año siguiente estrenó En los márgenes, película que dirigió, cuyo guion escribió junto a su mujer, la periodista Olga Rodríguez, y que incluye a Penélope Cruz en uno de los papeles principales.
Entonces resulta que, con toda esa trayectoria tras de sí y a las puertas de su primer estreno en un teatro argentino, Botto revisa la maratón emocional que se le viene desatando en torno a esto, y –aunque se concentra y enseguida recupera la entereza- no puede evitar que le tiemble un poco la voz.
Porque para decir presente en el estreno en la Martín Coronado vinieron todos. Su madre, sus hermanas con sus respectivas familias, su mujer, su hija de catorce años. Están acá desde hace unos cuantos días; la fecha de estreno de Una noche sin luna tuvo algunas postergaciones, pero decidieron venir igual y quedarse durante un tiempo en Buenos Aires. Para los más chicos, la ciudad es territorio inevitablemente nuevo; para los más grandes, parte de la herida. El eco de una memoria agridulce.
“Está siendo un viaje muy bonito –dice no obstante Juan Diego-. Reparador”.
Con su madre, decidieron visitar las casas donde habían vivido antes de que se desatara la tragedia. En familia, todos juntos, recorrieron por primera vez la Esma (se sabe que allí estuvo el padre) y el Parque de la Memoria. En el tramo de los eventos no planeados, coincidieron con un acto de colocación de placas en memoria de un grupo de desaparecidos entre los que figura el nombre de Diego Botto.
Juan Diego repasa todo esto y recuerda algo. Un detalle ligado a Una noche sin luna, del que tomó conciencia recién al terminar de escribir la obra, pero que ahora está a flor de piel. “Yo estaba muy contento, porque todo el teatro anterior que había escrito giraba alrededor de la Argentina, la dictadura, el exilio. Pero ahora había escrito algo genuinamente español, y eso me ponía muy contento. Cuando había que empezar con la difusión, mandar sinopsis y esas cosas, el director me pidió que escribiera una página de lo que era para mí la obra, así el resto la tomaba como guía. Me puse a hacerlo, sin pensar, hasta que me di cuenta de que había escrito una obra sobre un hombre que había sido detenido ilegalmente, golpeado, fusilado ilegalmente y su cadáver hecho desaparecer. El motor profundo, inconsciente, que me llevó a escribir la obra estaba ahí. Entonces pensé: claramente uno tiene sus temas, sus obsesiones, sus taras, y da vuelta alrededor de lo mismo”.
-¿Cuáles fueron las motivaciones conscientes?
- Inicialmente no iba a ser una obra; quería hacer un recital, agarrar distintos textos, poemas, conferencias, algún monólogo… Preparándome para eso empecé a leer distintas biografías, la de Ian Gibson creo que es la mejor, y sentí que había algo en la vida de Lorca, en el momento histórico que le tocó vivir, en las decisiones que tomó, que sonaba muy actual. Había en su vida algo que hablaba de nuestro momento histórico. En parte tenía que ver con los años 30 en Europa, ese lento pero firme surgir del fascismo. Creo que merece la pena escribir del pasado cuando ese pasado dialoga con nuestro presente; si no, es una cosa arqueológica que no tiene mucho sentido. Hay mucha gente que tiene una imagen muy folklórica de Lorca, pero fue un tipo comprometido con su momento histórico, con un compromiso estético, teatral, pero también social y político. A mí me conmueve la firmeza de los frágiles, el heroísmo de los débiles. Nunca fue el arquetipo de lo que uno espera en un héroe, no fue el tipo fuerte, varonil, firme. Y sin embargo defendió, desde su fragilidad y vulnerabilidad, todas sus convicciones. Desde la sexualidad hasta el compromiso político y estético. Eso me conmueve mucho, la entereza de los que no están llamados a ser personajes heroicos. Por otra parte, me llamó mucho la atención, y es el motivo más evidente por el que decidí escribirla, las cosas por las que lo agredían. Los argumentos con los que atacaban públicamente a Lorca no difieren prácticamente en nada de los argumentos que usa la extrema derecha hoy.
-¿Por ejemplo?
-La reacción contra el feminismo. Todas las obras relevantes de Lorca están protagonizadas por mujeres. Él pinta mujeres con deseo. Yerma fue recibida como si la hubiera escrito el demonio, decían que quería acabar con la familia. Algunas de aquellas críticas se podrían haber escrito ayer: que iba a pervertir a la juventud, a los universitarios. Resulta llamativo que ese tipo de discursos no haya variado en 80 años. A la vez, era un hombre muy querido, el poeta más famoso, el hombre de moda. El Almodóvar de la época, amado por media España y detestado por la otra.
Juan Diego Botto descubrió a Lorca en los inicios de la adolescencia, entre los 13 y 14 años. Su madre tenía las Obras completas (“edición de Aguilar en cuero en tres tomos”, reconstruye el actor); un buen día él agarró un tomo al azar y se sumergió en los poemas de Diván del Tamarit. Siguió leyendo, llegó a las obras teatrales, se deslumbró con Poeta en Nueva York. “Lorca está teñido de una idea de amor imposible, creo que por la dificultad personal que él tenía para expresar su sexualidad y vivirla con naturalidad. No era fácil ser un homosexual en los años 20 o 30 en España. Con lo cual todos sus poemas amorosos están teñidos de esto del amor imposible, y creo que eso conecta con cualquier adolescente”, explica.
Por eso, y porque asegura que “todos tenemos un autor que nos ha marcado y al que volvemos de vez en cuando, que se mete como un compañero de vida, y para mí ese es Lorca”, la realización de esta obra es tan importante para Botto. Mucho más, el poder traerla a Buenos Aires, un lugar clave en la vida de Federico, que visitó la ciudad en 1933. “Su primer éxito teatral se hizo aquí, él empieza a tener independencia económica a partir de Buenos Aires. Vino por unos meses y se quedó más de un año, porque por fin se encuentra con el calor del público y con dinero, que no era una cosa menor. Un tipo de 32 años viviendo de sus padres era una cosa que no llevaba bien, obviamente. Y le hacía muy feliz escribir cartas a Vicenta, su madre, diciéndole ‘mamá, tengo un baúl lleno de dinero’”.
En Una noche sin luna, el actor asume la voz de ese Federico, el que se hacía famoso, cuya obra despegaba, y que no sabía que apenas le quedaban cinco o seis años de vida. “La premisa fue: recorramos las decisiones políticas y estéticas que lo llevaron adonde llegó –se explaya-. Aunque hay relatos de su infancia y adolescencia, el peso está en los últimos años, la etapa de la República, de 1931 a 1936″. Botto insiste: en esos años, marcados por sus amantes, la experiencia de La Barraca y la ferocidad de algunos detractores, Lorca alcanzó su esplendor artístico. “Transita muchos estilos, mejora la calidad, es asombroso; uno no puede evitar pensar adónde hubiera podido llegar”, se entusiasma.
-En esa época, pese a las convulsiones políticas que sacudían a la República, toda la producción cultural española brilló.
- Supongo que el momento colectivo, la sensación de que algo nuevo brotaba, influyó. No me quiero enrollar, pero España en ese momento era increíble. Si tú ves los poetas de la Generación del 27, pensar que en ese momento convivían Machado, Valle Inclán, Cernuda, Alberti, Lorca, Hernández, León Felipe, Aleixandre… fue una generación que logró su esplendor en un periodo histórico muy breve.
-¿Estás trayendo la misma versión de Una noche sin luna que se presentó en España?
-Sí, es el mismo espectáculo. Salvo unas pequeñas cositas que modifico para facilitar la comprensión. En general es Federico García Lorca hablando en primera persona, contando anécdotas de su vida. Sobre todo rescato las conferencias, las charlas, fragmentos de entrevistas.
-¿Con qué tipo de documentos trabajaste?
- Tardé mucho tiempo en escribir porque la investigación fue muy larga. Hay mucho texto sobre Lorca, muchas biografías, mucho publicado. Pude hablar con Ian Gibson, que es su biógrafo, el mejor, y además acceder a documentos que él me pasó o que encontré en la Fundacion Lorca. Hay libros sorprendentes. Uno que me interesó mucho tiene los manifiestos que firmó Lorca, que te dan una perspectiva, otra arista del personaje. Ves a qué cosas adhirió. Por ejemplo, en 1936, a meses del golpe de Estado y la posterior guerra, España estaba muy polarizada y él firma un manifiesto donde apoya al Frente Popular, que era el frente de todos los partidos de izquierdas. Muy pocos intelectuales, excepto un Rafael Alberti o su mujer, Teresa León, que eran del Partido Comunista, asumían el riesgo de aparecer firmando algo así. Porque sabían que si lo hacían algunos teatros no los iban a contratar, alguna gente los iba a insultar, la prensa mayoritaria, que en esa época era conservadora, iba a hablar mal de ellos. Pero Lorca firmó.
-Pese a no ser un militante.
-Siendo un hombre que por lo demás debía ser un tipo divertido, le gustaban las fiestas, tocar el piano, llamar la atención, escribir poemas de amor… Su teatro no es particularmente político, es social. Pero sin embargo en su dimensión personal iba adquiriendo una serie de implicaciones que me parecía interesante destacar.
- ¿Cuál fue el mayor desafío al escribir la obra?
- Encontrar el pulso, el tono. El reto de escribir sobre Lorca en primera persona: ser fiel históricamente al relato, pero además ser teatral. Quisimos poner mucho sentido del humor, sobre todo al principio, encontrar el juego teatral, la diversión… Creo que para mí un gran reto fue ver cómo ser fiel al relato histórico y ver qué aporte inventar. Como actor, la vergüenza de decir: todo el mundo en España tiene su imagen de Lorca, vamos a hacer una que sea la nuestra, sin pudor y ver si funciona. Había decisiones que tomar. Lorca era de Granada, allí tienen un acento andaluz muy particular; decidimos no entrar ahí, no lo hicimos con acento. Tenía mucho miedo de que fuera una caricatura, una cosa esquemática.
-¿Trabajaste para traer al presente la voz de Lorca, pero no para mimetizarte con él?
-Sí. La idea es tener la sensación de que pasaste una tarde con Federico, sin necesidad de que sea físicamente idéntico.
- En un pasaje de la obra se hace hincapié en los libros de texto que dicen “Lorca murió en la Guerra Civil” sin mencionar que fue fusilado.
-Recuerdo que cuando Leonard Cohen recibió el premio Príncipe de Asturias llegó a España y dijo que quería llevar flores a la tumba de Federico. Cohen hizo una de las más bellas versiones de un poema de Lorca, y le dijeron ‘no, no hay tumba, su cadáver está desaparecido’. Y él dijo algo así como que qué pasaba que no estaba toda España removiendo la tierra con las manos para encontrarlo.
Una noche sin luna, de Juan Diego Botto, sobre textos de Federico García Lorca. Dirección: Sergio Peris-Mencheta. Del miércoles 21 al sábado 24, a las 20; el domingo 25, a las 17. En el Teatro San Martín, Corrientes 1530. Entradas desde 3500 pesos.
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