José Sacristán: el amor que le tienen los argentinos, la imposibilidad de la radicheta española y por qué prefiere ser monja a prócer
Uno de los intérpretes españoles favoritos del público local, repone en el teatro Astros su unipersonal Señora de rojo sobre fondo gris, que agotó en el San Martín, y habla de por qué le preocupa que todavía le citen Solos en la madrugada por la calle
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“Se habla de la capacidad del arte o de la cultura de modificar las cosas: si realmente los artistas hubiéramos sido capaces de transformar la historia tendríamos que estar todos en la cárcel porque las cosas, decididamente, no están bien. Padecemos la historia y, en el mejor de los casos, proporcionamos algún huequecillo de entretenimiento, de reflexión, algo que sea de alguna utilidad, aunque vaya usted a saber si lo es”. Quien habla en una de las oficinas del teatro Astros es el actor español José Sacristán. Para muchos, Pepe, a secas, el actor de mil batallas ganadas en su nación de origen como en estas tierras –en donde se ha transformado en uno de los actores hispanos de mayor llegada–. Para varias generaciones, aunque él tome distancia, sigue siendo el señor de Solos en la madrugada, aquella que marcó a fuego el clima de época luego de la dictadura argentina. Desde ese momento, cruzar el Atlántico se convirtió en parte de su rutina. Aquí vino varias veces para hacer teatro o para filmar Un lugar en el mundo y Roma, de Adolfo Aristarain; Convivencia, de Carlos Galettini o la a road movie El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo. A mediados de julio, estrenó en el Teatro San Martín el unipersonal Señora de rojo sobre fondo gris, un espectáculo basado en la novela homónima de su amigo Miguel Delibes en la que es dirigido por José Sámano.
“Por momentos se pone de espaldas y se presume que llora, interrumpe palabras ahogado por la emoción que lo desborda. Maestro de la sutileza, el intérprete se adueña de nosotros, espectadores, para pasearnos con soltura por anécdotas, como aquella en la que sentado al lado de Ana, se quedan en silencio, sabiendo ambos que ya no hay nada que puedan decirse, solo esperar” sostuvo la crítica de LA NACION sobre el trabajo de este actor inmenso de 85 años. Como en otras oportunidades, el público le fue fiel: apenas se pusieron en venta las entradas, se agotaron.
Luego de una gira por distintas ciudades, esta obra que Sacristán viene representando desde hace cinco temporadas, tendrá su cierre en el teatro Astros desde septiembre y por solamente cuatro semanas. Hace ya unos días anda de micro en micro recorriendo teatros del interior porque eso de subirse a un avión no le cuadra. “Hasta nos hemos ido en barquito para hacer funciones en Uruguay en donde nos encontramos con el sabio de Pepe Mugica y Lucía Topolansky, su mujer”, cuenta apenas se prende el grabador.
— Entiendo que todo este recorrido por el país con la obra también debe tener algo de reencuentros con amigos suyos o de darse el gusto de comer radicheta, su ensalada preferida en estas tierras.
— Es así. En España hemos intentando cultivar radicheta, pero no hay manera, no nos sale. La tenemos que sustituir por la rúcula. Pero nos hemos llevados varias sorpresas aquí con la radicheta: en San Juan la pedimos y la chica que nos atendió no sabía lo qué era. En otros sitios también la hemos pedido y nos han dicho que le indicáramos los ingredientes para que el chef la preparara (pone gesto de total desconcierto).
— Y el desplazarse en micros, a falta de trenes, responde a cierto pánico y locura de subirse a un avión.
— Es que no me gustan los aviones. Cuando no hay más remedio me subo, claro. Pero no me apetece todo el prólogo, los trámites, el tiempo de llegada… Cualquier otro medio de locomoción me resulta más práctico.
— En Montevideo se vio con Mugica y su esposa, ¿en este tiempo en la Argentina tuvo la oportunidad de reencontrarse con otros viejos amigos, con otros compañeros de trabajo?
— No demasiado, por falta de tiempo. Y como hemos coincidido con la época de las elecciones y todo este lío procuramos evitar, para no herir susceptibilidades o generar agravios comparativos, hablar de temas que tengan que ver con la cuestión política. Con el Pepe Mugica es distinto porque es un verdadero sabio, es el reflejo del hombre en su sitio.
— Usted vivió un tiempo en Buenos Aires y ha venido en varias oportunidades ¿Cómo la encontró? Claro, llegó en un momento convulsionado, ¿pero cuándo aquí se vive con cierta tranquilidad?
— Aquí tengo mis amigos y siempre me encuentro con el entusiasmo y seguimiento del público. Sé que me muevo como en medio de una pompa de jabón pero también miro, veo, leo los periódicos. Y he visto, pues, por un lado esa fidelidad inquebrantable que la gente tiene hacia el teatro, la cultura. Por otro lado, detecto esa especie de permanencia de estar al borde del abismo que conozco desde los años 70. Ya en 1987 cuando vine con Charo López para hacer teatro era muy claro la situación del abismo. Con la prudencia debida, celebro por un lado todo lo que recibo, no solamente en lo profesional sino también en lo personal; y, por otro lado, lamento, como sucede en Europa, el resurgimiento aplastante de la extrema derecha que es verdaderamente preocupante.
—Allí está el rey tratando de hacer malabares y conformar un gobierno…
— No creo que lo logre, entiendo que se va a tener que volver a votar. Y aquí sales de Buenos Aires y ves lo que inevitablemente ves, lo que no se pude esconder. Yo antes iba en colectivo al bar El Chino, en Pompeya, sin que pasara nada; ahora eso no se puede. En ese contexto todavía mucha gente me habla de la película Solos en la madrugada, lo cual me parece preocupante.
—¿Preocupante?
—Sí, claro. Ya lo he dicho mil millones de veces que nunca he querido vivir de las rentas de Solos en la madrugada porque me parece que ese monólogo final aquí fue interpretado con una sensibilidad particular debido a la situación que atravesaba el país. De hecho, en España la película gustó pero no tuvo ese significado que logró aquí. La esencia fundamental de ese discurso era el reconocimiento de un fracaso y lo que se proponía era salir a la calle a sabiendas que cuando intentaras poner en acción lo que acababas de decir te iban a dar una mano de hostias que te iba a dejar tieso.
—Entiendo que quiera dejar atrás las implicancias de aquel monólogo final, pero, desde otra perspectiva, es de una enorme potencia cuando un hecho artístico logra meterse en el inconsciente colectivo porque un texto logra reflejar un momento histórico.
— Yo amo a ese película. En todas las películas que hicimos en ese tiempo nos contábamos a nosotros mismos, era salir del túnel del franquismo y apuntar en todas las direcciones a recuperar la libertad y una forma de vida de vincularse con el otro. Pero no es bueno para vosotros seguir con eso. Porque, entonces, cabe preguntarse: ¿estamos como en aquel momento? Hay una tendencia a la palabra hablada, al discurso, y la dificultad está en luego aplicar lo dicho a los hechos reales. Unos hablan, otros escuchan y todo sigue como está.
—Algo muy del discurso político en tiempos de campaña.
—Lo entiendo, claro. Pero yo debo andar con mucho cuidado. Debo responder a todo lo que recibo porque a doce horas de avión de mi casa me siento aquí como en mi hogar. Vengo por Corrientes y un señor que pinta cosas en la vereda me saludó como Pepe y esas cuestiones; voy a comer un sitio que voy siempre y todos me conocen, cuando la última vez que había estado allí fue en 2011 haciendo lo de Machado con mi querido Facundo Ramírez. Todo eso lo celebro, lo agradezco. Pero, por otro lado, lamento que las cosas no andan como todo el mundo quisiera.
—Y cuando se topa en Buenos Aires con alguien que lo saluda en la calle, ¿qué le pasa como actor, como persona?
—Yo lo agradezco porque soy de un pueblo, de Castilla, y tengo conciencia de lo provinciano de lo que supone el ejercicio de mi profesión. Tenemos un mercado de trabajo muy reducido y en una ciudad como Buenos Aires, Mendoza o Córdoba la gente celebre tu trabajo hace que en lo personal de genere una satisfacción enorme. Yo pertenezco a esa Castilla, de la que don Antonio Machado dijo que somos ásperos, gente a los que nos cuesta sumo trabajo todas esas manifestaciones de afecto. También sé que hay que estar un poco precavido porque corres el riesgo de creerte todo eso. Claro que ya tengo los años suficientes como para colocar las cosas en su sitio, tanto al halago como al fracaso.
—Así como habla de la escena del halago, ¿a lo largo de su trayectoria alguna vez se sintió cuestionado como artista o como figura pública?
—No tengo noticias. Sé que a algunas gentes no le gusto, pero bueno; lo celebro. No he sido objeto de persecución o algo similar. De hecho, en mis comienzos, la gente que más confió en mí fue gente muy próxima al régimen de Franco. Claro, tampoco yo iba cantando “La internacional” por la calle. Lo que aprendí es que hay gentes de izquierda que son miserables y hay de derecha que son muy cojonudos. Hay de todo.
—Haciendo Señora de rojo sobre fondo gris en distintas ciudades del país, ¿cómo se percibe el silencio del público, el momento del aplauso?
—No hay diferencias en relación con lo que sucede en España. Llevo cinco años haciendo este monólogo con este texto tan íntimo, tan personal, tan hacia adentro: lleno de pausas, de silencios. Seguramente es la obra en la que he puesto más interés por la suerte de haber sido amigo de Miguel Delibes. Pero en lo que hace al público no hay diferencias tampoco entre presentarlos en grandes capitales o sitios pequeños. El entusiasmo es igual. Y en tren de reconocimientos, en Mendoza como en Montevideo, me han nombrado visitante ilustre, me han dado unas medallas y unas botellas de vino que agradezco enormemente. Está bien eso monigotes, como llamo a los premios, pero es temerario vivir pendiente de los premios, de los reconocimientos. La mayor medida del éxito está en lograr continuidad en el trabajo. En mi caso, por suerte, tengo la posibilidad de elegir qué hacer. De hecho, aquí terminamos con esta obra y en enero me pongo a ensayar un texto de Juan Mayorga que dirigirá él.
—¿Se conecta con los nuevos creadores, sean del teatro o del campo audiovisual?
—Lo mejor que me está pasando es trabajar con gente joven, como me vine sucediendo con mis últimas películas. Es formidable porque compruebas que las variantes generacionales son técnicas, mecánicas, y que las constantes son las mismas: el amor al trabajo, el coraje, el sacrificio y el tirar para adelante. Esto es un juego, jugar a que se crean que soy el que no soy y que algo les pase. Claro, es la profunda seriedad del juego, porque no hay bromas en eso. No me meto en berenjenales ni deseo convertir al escenario en un púlpito, en una tribuna. No me va enseñar a alguien cómo tiene que vivir, nada de esas puñetas. Cuando se habla de la capacidad del arte o de la cultura de modificar las cosas, si realmente los artistas hubiéramos sido capaces de transformar la historia tendríamos que estar todos en la cárcel, porque las cosas, decididamente, no están bien. Padecemos la historia y, en el mejor de los casos, proporcionamos algún huequecillo de entretenimiento, de reflexión, algo que sea de alguna utilidad aunque vaya usted a saber si lo es.
—A nuestro país vino en varias oportunidades para filmar con Adolfo Aristarain o hacer teatro con Héctor Alterio, Paloma San Basilio o Charo López; pero también se le animó a hacer radio.
—Tengo un recuerdo muy grato de Delante de las narices, el programa que hice en Radio Rivadavia.
—En el primer programa le hico un reportaje al fiscal Julio César Strassera.
—Claro, y luego pasaron María Elena Walsh, Quino, Osvaldo Soriano, Enrique Pinti y un montón de gente. Lo del programa fue un regalo que me hizo Víctor Hugo Morales, que me dio media hora de su programa. Había conocido a Strassera unos días antes y le propuse una entrevista con música de Joan Manuel Serrat y allí fuimos. A partir de eso fue que Radio Rivadavia me ofreció las noches de los lunes.
—¿Llegó a ver Argentina, 1985?
—No he tenido oportunidad pero he escuchado maravillas del film y de mi amigo Ricardito Darín. En la casa de El Escorial me he hecho un cine, el sueño de mi vida, y cuando no trabajo me pongo al día. En listado de los pendiente está esa película.
—Y entre su casa en Madrid y la del Escorial, a Chinchón, su pueblo, ¿vuelve seguido?
—Sí, claro. Ahora, en noviembre, me han tenido tres días llorando porque han puesto mi nombre a una calle y han instalado un pequeño monumento a la entrada de un teatro con yo de niño mirando la pantalla. Fue muy, muy emocionante.
—¿Cómo es eso de ser un prócer, de tener su nombre en una calle de su pueblo?
—¡Prócer nunca! Antes, monja. Eso de ser un prócer debe ser un coñazo: hay que aprender todos los días, hay que ser niño, hay que salir a jugar, toparse con la sorpresa de la nuevo. Yo, en verdad, soy uno más. Soy un currante del mundo de la cultura, del espectáculo, que he tenido la suerte de que se me reconozca, pero es un trabajo. Y procuro, en la medida de lo posible, que mi trabajo sea de alguna utilidad. Siempre parto de mi realidad. Vengo de bisabuelos, abuelos y padres campesinos de la Castilla jodida; sé que la vida es dura y que hay que trabajar. Como decía mi padre, vendo ajos y, afortunadamente, la gente los compra.
—Aunque el ajo tenga mala fama por el aliento que deja…
—Bueno eso depende de cada uno. A mí me encanta…
Para agendar
- Señora de rojo sobre fondo gris, en el Teatro Astros, Corrientes 746, desde el 1° de septiembre, con funciones de miércoles a domingos, a las 20.30. Entradas desde 7500 pesos.
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