Jorge Telerman, tras su abrupta salida del Colón: “Uno no puede quedarse en un lugar donde no lo quieren”
El exfuncionario reflexiona sobre “la sorpresa y dolor” con la que recibió la noticia de su desplazamiento; “Las razones fueron demasiado genéricas”, dice, y apunta a la falta de interés que percibió por parte de la gestión de Jorge Macri hacia la dirección del Primer Coliseo porteño
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Jorge Telerman asumió como director del Complejo Teatral de Buenos Aires CTBA) en 2015, tiempos en los que Horacio Rodríguez Larreta se desempeñaba como Jefe de Gobierno porteño. De ahí, durante la misma gestión, en 2022 pasó a estar a cargo de la dirección del Teatro Colón. Este lunes por la tarde, el exsecretario de Cultura de Buenos Aires entre 2000 y 2003, exjefe de Gobierno entre 2006 y 2007, y exministro de Cultura de la provincia de Buenos Aires entre 2012 y 2015, tiene la agenda libre: el viernes pasado dejó de ocupar su despacho en el Colón por decisión de Jorge Macri.
“Quiero informarles que, en las últimas horas, la ministra de Cultura de la Ciudad me ha comunicado su decisión de reemplazarme como director del Teatro Colón”, escribió el ahora exfuncionario. Su reemplazante, noticia que se conoció a las pocas horas en una comunicación que algunos interpretaron como una forma de tapar los ecos de la partida de Telerman, será un binomio conformado por el bailarín Julio Bocca y por el gestor uruguayo Gerardo Grieco, quienes trabajaron juntos en el Teatro Sodre, de Montevideo. La comunicación fue emitida por el Ministerio de Cultura de la Ciudad, a cargo de Gabriela Ricardes.
Lunes, 15 horas. Jorge Telerman recibe a LA NACIÓN en su departamento lleno de obras de artes desde cuyo balcón se llega a ver una de las cúpulas del Colón. “Desde el viernes no paro de recibir mensajes que me reconfortan, que me hacen bien en momentos como este que dan cuenta del reconocimiento a una tarea”, dice sentado en uno de los sillones del esplendoroso living.
—¿Cómo definiría su presente?
—Como imprevisto. En mi larga carrera uno sabe que así como las cosas empiezan, terminan. En este caso, culminó de una manera intempestiva. En términos institucionales, la dirigencia en general debería abordar el manejo de un organismo como el Colón apelando a plazos establecidos y transiciones extensas. Nuestro país puede sacar pecho y sentirse orgulloso de sus organismo culturales, pero desde la perspectiva de cómo los cambios políticos deciden los cambios institucionales estamos en el fondo de la lista.
—Usted pone el acento en lo intempestivo de todo esto, pero si uno recuerda el comunicado del 21 de diciembre, en el que la ministra Ricardes anunció a su equipo de Cultura, recién en la última línea aparecía contemplada su confirmación en el cargo. Y se lo hizo con dos sospechosas aclaraciones: que estaba a cargo de la dirección artística y no de la general y artística, como hasta el viernes; y que su continuidad era por la temporada 2024. Con el diario del lunes, algo ahí ya había...
—Entiendo lo que decís, quizás todo esto sucedió por el hecho de que nunca fui convocado a formar parte de la actual gestión de gobierno en la Ciudad. Pensá que yo estaba cerrando la programación del Colón de finales del 2025, que es lo que me correspondía hacer, en medio de esa incertidumbre que vos bien señalás por las formas de decir las cosas en aquel comunicado. Todo esto sucedía hasta la charla de la semana pasada, en la que me di cuenta que no me querían allí; uno no pude quedarse en un lugar donde no lo quieren.
—¿Cuándo fue esa charla?
—El miércoles. Las cosas fueron muy rápidas. Ante mi sorpresa y dolor, porque era pública mi satisfacción y orgullo de ser el director del Teatro.
—¿La reunión fue con Ricardes?
—Con ella y con el jefe de Gabinete, Néstor Grindetti. Ahí se me comunicó la decisión de desplazarme y de nombrar a otra dirección. Las razones fueron demasiadas genéricas, cosa que puedo entender porque no debe haber sido sencillo para ellos.
—¿Tenía indicios de algo así?
—Por una parte, lo que vos señalaste de aquel comunicado; y lo más evidente es que nunca se intentó convocarme al centro de la gestión. Y el Colón es una institución demasiada importante para dejarla de lado.
—Si lo analizamos en términos del presupuesto de Cultura, es de suma importancia.
—Totalmente. Pero además, por lo que significa el Colón y no solamente por las glorias del pasado. El teatro preserva el fuego sagrado que tiene la Argentina en su amor por el consumo y la creación de la excelencia artística. Una institución como el Colón ocupa un lugar central, pero si quien ocupaba la dirección de la sala es alguien que no te gusta sentar a la mesa, entonces había que cambiar al director. Sin dudas tenías señales de todo eso y, por eso mismo, apenas se inició la conversación me di cuenta que no era necesario continuarla.
—¿Ahí mismo le plantearon que el cambio sería en noviembre?
—Fue una cosa balbuceante, ni siquiera eso. Pregunté si era mañana mismo que debía dejar mi despacho y me dijeron que no, que sería en unos días. Era todo demasiado deshilvanado por la importancia que tiene la institución y las políticas culturales en la ciudad. Fui tanto jefe de gobierno como ministro de Cultura: conozco esos lugares. Cuando pregunté con quien debería iniciar la transición, tampoco me lo dijeron. Me enteré por los diarios de los nuevos nombres que, al parecer, tampoco serían tales porque Julio Bocca no sería el director artístico del Colón. Ya que salió el tema, aprovecho para expresar tanto a Julio como a Gerardo Grieco, a quienes conozco, mi total predisposición para ayudarles. Son los únicos que me interesan en esta historia y saben que cuentan conmigo. Yo mismo se los hice saber.
—De hecho, la última vez que estuvo Bocca en el Colón, en marzo de este año, usted se reunió con él.
—Claro, Julio sabe de mi afecto y él tiene una historia con la sala a sanar. Apenas les escribí ambos me respondieron de manera muy cariñosa. Colaboraré con ellos en lo que sea necesario. Lo otro, eso de ‘quedate pero sin saber cómo, ni hasta cuándo ni que me puedan decir los nombres de los nuevos directores’ me llamó mucho la atención. Y, fijate qué paradójico, porque justo con Grindetti habíamos redactado un protocolo de transición ante la llegada de un nuevo gobierno cuando entre nosotros hicimos el cambio de gestión en la Ciudad. Lo cierto es que ya di vuelta la página. Desde acá mismo casi puedo ver la cúpula del Colón, he ido a la sala toda mi vida y seguiré yendo. Me hubiera encantado que todo esto hubiese sido de otra manera, pero ya está.
—Luego de esa reunión, ¿tomó contacto con Jorge Macri?
—Intenté comunicarme, pero debe andar muy ocupado, porque no pudo verme ni responder mi mensaje.
—¿Y cómo llegamos al viernes en el que redactó el comunicado?
—Salí de la reunión confundido y paré la cosa. Lo que no empieza bien es muy difícil que termine bien. Lo mejor es tabula rasa y darles la total libertad para que hagan lo que quieran. Todas las métricas están disponibles para demostrar que ha sido una buena gestión. Hubo récord de espectadores, generación de nuevos públicos, programas especiales para los jóvenes, excelente recaudación; todos logros de los que me siento muy contento, orgulloso. A futuro, es importante que el que ocupe ese cargo se pueda sentar en la mesa de las decisiones. El Colón se lo merece.
—Cuando hizo público su comunicado, ¿tuvo alguna comunicación desde algún sector del Gobierno?
—Cero, ninguna. Pero era una situación incómoda. Salí de esa reunión y me junté con mi equipo, con quienes decidimos dejarles las manos libres. La programación 2025 está armada y decidirán ellos si la quieren o no. Hay un producción con Francia, una propuesta que le hice a Gustavo Dudamel que se verá si puede concretarla o no en función de su agenda; una ópera dirigida por Rubén Szuchmacher y otra puesta de Marcelo Lombardero. Todo está a disposición para que ellos decidan.
—En estos meses, ¿cómo fue su vínculo con Ricardes?
—A la ministra siempre le di el lugar que se merece. Nadie en este tiempo me dijo, ni en público ni en privado, que debía bajar el perfil o algo similar. Yo he tenido reuniones de seguimiento, cosa que me parece perfecto, en las que debía informar de los gastos del Colón. En las últimas, ya mandaba señales de que el teatro debía tomar compromisos para la próxima temporada. Como el Colón tiene su prestigio, muchos aceptan un contrato de palabra sin haber algo firmado, pero ya no se podía sostener.
—Usted dijo en estos días que muchos contratos de 2023 recién se pudieron pagar en las últimas semanas...
—Fue así, me daba vergüenza. Di la cara por cada uno de esos compromisos explicando que hasta octubre los contratos artísticos no tenían el mismo tratamiento que las importaciones normales. Cuando los dólares se acabaron, pasaron a ser lo mismo que traer vasos o cubiertas. Por eso los pagos se atrasaron. Hasta la semana pasada se pagó el 75 por ciento de las deudas. Ese aspecto la gran mayoría lo comprendió.
—En estos casi nueve meses, ¿tuvo algún encuentro con Jorge Macri, más allá de alguna cuestión protocolar?
—No.
—¿Con Ricardes?
—Muy escasos. Lo intenté muchas veces, creo que fui la primera persona que le dio trabajo en el sector público en mi primera gestión en la Ciudad; pero bueno... Más allá de lo personal, en el plano institucional como en lo político nunca me hicieron parte de la gestión. Intenté reuniones para evaluar a la gestión, pero no se concretaron. Por eso, cuando la cosa se puso así, ¿para qué esperar?
—¿O sea que el viernes fue la última vez que fue al Colón?
—Sí, dediqué muchas hora a desmontar mi biblioteca para que no les quede ningún ripio.
—Estas tres o cuatro cuadras hasta llegar a su casa, ¿le costaron mucho?
—No fueron las más felices de mi vida. Pero como tengo una formación spinoziana intento aprender del gran maestro. Él decía ante estas cosas: “No hay que reír, no hay que llorar; hay que comprender”.
—Lejos de hacer otra cita a Spinoza, hay que reconocer que usted es un animal político.
—Sin duda y sin coma en el medio.
—Es alguien que ha pasado por acá y por allá pegando algunas piruetas que desconcertaron a muchos. Entonces, ¿cuál es el próximo Telerman?
—Luego hacer días de ejercicio de respiración y yoga, tengo muchos deseos de participar la discusión pública. Veo a la escena política estallada, disuelta. Los corrimientos de lugares de pertenencia, que efectivamente yo hice, ya no son ni necesarios de explicar porque los partidos políticos son ya un no lugar. Creo que el haber seguido participando de los fenómenos culturales, no solo desde la gestión, es lo que permite comprender los nuevos lenguajes, las demandas. Ojala pueda decirle algo a la sociedad.
—¿Se ve formando parte de los libertarios?
—Me interesa participar de la discusión. Hoy todas las entidades partidarias están estalladas. Al principio uno podía preguntarse si la irrupción de Javier Milei era el último capítulo de una Argentina que había implosionado o el primero de algo nuevo, y yo creo que es el primero de algo nuevo en el cual está todo por escribirse. No me imagino ahora en ningún espacio en particular.
—Le preguntaba por Milei por las veces que lo recibió en el Colón...
—Escuché voces que me criticaron por haberlo recibido o haberme expresado en contra a esas manifestaciones minoritarias de rechazo a su presencia en la sala. Me asombra que alguien esté del lado de la falta de respeto hacia el otro. Además, me pareció una actitud maravillosa que el presidente haya ido al Colón; ojalá un jefe de Gobierno hubiera ido al Colón. Yo no puede entender que alguien pueda creer que lo puede gobernar una persona que no está cultivada. Mejor dicho, sí lo puedo creer, porque a los hechos me remito.
—¿Jorge Macri fue alguna vez a ver una obra de la programación del Colón?
—No.
—Ya es lunes a las 16, ¿qué reunión tenía prevista en el Colón para este momento?
—Uffff... Como un gesto poético, borré esta mañana la agenda. Pero ahora que hago memoria, debía recibir a una delegación importante de legisladores de los Estados Unidos para hacerles conocer el Colón. Y otra cosa que borré: desde el momento que emití el comunicado saqué de mis redes la referencia a mi cargo en el Colón, ni dejé el “ex”. Simplemente, dice Jorge Telerman.
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