Joaquín Furriel: "Son tiempos de un alto grado de frivolidad"
Fue una de las caras de jóvenes de Montaña rusa, uno de los galanes de Soy gitano y coprotagonista de Montecristo. Pero por formación, por búsqueda y por propias convicciones en teatro se volcó mayoritariamente a autores clásicos que se montaron en teatros públicos. En cine encabezó una película como El patrón en la que desplegaba una compleja composición de un personaje muy alejado de aquellos otros de sus primeros trabajos en televisión.
Ahora, en su camarín del Teatro San Martín, este trabajador de la actuación de enorme talento llamado Joaquín Furriel reflexiona sobre Hamlet, la obra de William Shakespeare que protagoniza bajo la dirección de Rubén Szuchmacher y con un elenco que se completa con Luis Ziembrowski (Claudio, el Rey), Eugenia Alonso (Gertrudis, la Reina), Belén Blanco (Ofelia), Marcelo Subiotto (Horacio) y Claudio Da Passano (Polino), entre otros. Para componer al Príncipe de Dinamarca se fue preparando desde hace tiempo. Decidió sumarse a este triatlón escénico cuando estaba intentando salir de su momento de mayor fragilidad producto de un ACV.
Con esta obra volvió al San Martín, algo así como su casa. Está en un camarín ubicado a pocos metros del que usó Alfredo Alcón en Final de partida, el último espectáculo de ese tremendo intérprete que también supo ser Hamlet. Mientras hacían la obra de Beckett Joaquín le confesó que tenía ganas de protagonizar este clásico del teatro. Alcón, rey en tantas obras de Shakespeare, le dijo aquella vez que esperara unos años. Joaquín Furriel esperó. Su tiempo es hoy.
Ayer, sábado, fue el estreno. Es la primera vez que ni Igón Lerchundi, maestro clave en el manejo de su cuerpo, ni Alcón, maestro clave en el manejo de su voz, estuvieron en la platea. Lo confiesa con cierta dejo de melancolía, de reflexión sobre el paso del tiempo. También reconoce que volver al San Martín "es extraño..., muy extraño". Y luego de un largo silencio, acota: "mi relación más fuerte con este espacio es con la sala Martín Coronado. Ahí hice mi primer trabajo, Sueño de una noche de verano; ahí me enamoré de Paola Krum [su expareja] con quien tuvimos una hija; ahí volví para hacer La vida es sueño. La última vez que pisé este Teatro fue en la sala Casacuberta en donde hice Final de partida, con Alfredo".
–Eso fue hace 6 años. Esa vez comentaste que desde que desde tu debut en este teatro todo había empeorado en el San Martín. ¿Cómo lo ves ahora?
–Voy a tener más en claro eso cuando termine la temporada de Hamlet. Claramente el edificio está en muy mejores condiciones. Por otro lado, la dirección del Complejo Teatral de Buenos Aires está pendiente de los avances del montaje, cosa que no sentí las dos últimas veces que actué acá. Cuando hicimos Final de partida el San Martín se estaba viniendo abajo. Alfredo salía de un gripe A y una noche de invierno llegamos y no había calefacción. Suspendieron la función y tuvieron la caradurez de decir al público que no se hacía porque yo estaba enfermo. Ante la cancelación aproveché a ver una obra en la Cunill Cabanellas. Mientras esperaba a que comience una señora del público me dijo: "¿pero qué hacés acá si dijeron que Final de partida no se hacía porque estaba enfermo? Entonces hice lo que nunca había imaginado: me fui al hall, junté al poco público que quedaba y les aclaré que no hacíamos la función porque no había calefacción. Lo pienso hoy y todavía me da angustia, me cuesta creer que la despedida a Alcón, uno de los actores más importantes de nuestra historia, haya sido en medio de tantos descuidos. Todo eso me resulta muy injusto. Pensá que mientras hacíamos Final de partida ningún alto cargo cultural de la Ciudad ni de la Nación, que no eran del mismo signo político, fueron a ver la obra. Sin embargo, un año después, al funeral de Alfredo en el Senado fueron todos. ¿Ves? Eso es una de las cosas que hay que empezar a cambiar.
–Hay que reconocer que para completar la foto actual del Complejo Teatral, del cual depende el San Martín, el Alvear lleva casi 5 años cerrado y que no hay fecha para su reapertura.
–Sí, lo sé, y es muy triste. En tiempos de Final de partida el problema edilício del San Martín era similar al del Teatro Argentino de La Plata y al Teatro Nacional Cervantes con sus andamios eternos. Dependían, en orden, de la Ciudad, cuando su Jefe de Gobierno era el actual Presidente; de Daniel Scioli, en la Provincia; y de Cristina Kirchner, en Nación. Todos estaban en una misma situación de abandono. En ese momento me sentí parte de un engranaje cultural desgastado que me duele porque vengo trabajando hace mucho en teatros públicos.
–¿A qué responde que tu trayectoria esté ligada a este circuito?
–Es una mezcla de cosas. Antes de hacer televisión, y antes de vivir gracias a ella, ya había hecho obras en Cervantes. Cuando estaba en Soy Gitano, un exitazo, me ofrecieron hacer Taxi 2, en Carlos Paz. Sin embargo terminé haciendo Don Chicho, en el Cervantes. Yo me formé en ámbitos estatales, es así. ¿Puede la escena comercial montar un Hamlet? Quizás sí, pero mi deseo no está puesto ahí.
–Hay otro aspecto llamativo: la mayoría de los textos en los que trabajaste en esos espacios fueron clásicos nacionales o extranjeros.
–Es que como espectador disfruto de los textos contemporáneos, pero no me encienden. Me atraen los personajes que me permiten salir del orden de lo ordinario.
–Por lo cual, presuponiendo que fue la dirección del Complejo Teatral la que te propuso hacer Hamlet, era lógico que aceptaras.
–No fue el Teatro el que me propuso hacer esta obra. En 2015 tuve un ACV isquémico. En ese momento muchos me llamaron para darme ánimo. Entre ellos, Rubén Szuchmacher, que me había dirigido en Rey Lear. En un charla de café me contó que desde hace un tiempo tenía ganar de dirigir un Hamlet y, tras cartón, me propuso que la protagonice. Lo pensé como un mimo, como un gesto hacia mí en medio de una situación de vulnerabilidad que estaba viviendo; pero seguimos en contacto. Al principio no confiaba mucho en mí, sobre todo porque había quedado en punto muerto. Sin embargo el proyecto fue tomando forma.
–Qué extraño que en un momento de debilidad te hayas subido a un proyecto que, lo señalaba Alcón cuando protagonizó Hamlet, tiene algo de humillante porque es muy difícil hacer cumbre.
–Cuando hacía de Segismundo en La vida es sueño y veía que podía sostener la situación del monólogos, que era capaz de transmitir esos pensamientos pensé que si me ponía las pilas podía hacer Hamlet. Lo hablé con Alfredo quien me sugirió que esperara unos cuatro o cinco años... Si veo todo el camino hasta llegar mis 44 años actuales entiendo que hay un montón de aspectos que me permiten entender dónde estoy parado. Me formé, hice clásicos argentinos, hice dos obras de Shakespeare, Calderón de la Barca, Beckett. Me entrené. A Hamlet lo leí a las 15 años, a los 30 me ofrecieron hacerlo y me negué porque no me sentía preparado. Y me pasó otra cosa: hace dos años estaba filmando en el País Vasco El árbol de la sangre, película de Julio Medem. En medio de un parate me quedé observando a los dos jóvenes protagonistas, Úrsula Corberó y Álvaro Cervantes. Viéndolos me di cuenta que yo me estaba despidiendo de ese tipo de juventud. Pensé: "si no hago Hamlet en dos o tres años ya no tendrá sentido". Al regreso fue cuando le propusimos a Jorge Telerman, director del Complejo, hacer la obra en la Martín Coronado. Y agrego otro motivo en todo esto: siento que Hamlet es ideal para estos tiempos.
–Explicanos eso. Cuando, en 1980, Alcón decía: "hay algo podrido en Dinamarca" se producía un murmullo en la platea de la Casacuberta. Era lógico, estábamos en dictadura.
–E imaginate cuando en el final Hamlet le dice a Horacio "ya que no vas a sobrevivir te pido que cuentes mi historia". No era joda. Desde otra generación y otra realidad, luego de escuchar los debates en televisión y de leer los diarios no vea un sólo Hamlet, no veo a nadie que se detenga a pensar. Estamos todos adentro de una vorágine incitados por una visceralidad permanente en la que el pensamiento quedó relegado. Hamlet es un antihéroe. Es un tipo que, en vez de la acción, está en el pensamiento. Y es un tipo que está solo. Tiene un único amigo: Horacio. En escena yo siento esa soledad por eso con Marcelo Subiotto, que hace de Horacio, nos pasamos buscando la manera de construir ese vínculo aunque en el elenco haya actores como Luis Ziembrowski [el Rey] a quien admiro y con quien trabajé tantas veces.
–Ziembrowski era tu patrón en El patrón, la película de Sebastián Schindel.
–Ahí yo lo mataba a él, en La malasangre me mataba a mí y acá es mi tío. Pero vuelvo a Hamlet, a su soledad. Como cinco veces, a lo largo de la obra, dice: "déjenme solo". Lo necesita para pensar. En medio de ese proceso interno viene el monólogo de "ser o no ser" que es un tanto paradójico porque no tiene acción, podría no estar. Sin embargo ese "ser o no ser" es un hit del teatro aunque nunca hayas leído Hamlet aunque se crea que es el monólogo de la calavera.
–¿El monólogo de "ser o no ser" estará o no estará?
–Estará y te tendrás que bancar a gente que complete la frase. Ya me pasó con el soliloquio de La vida es sueño, otro hit. Una noche, cuando mi personaje se pregunta qué es la vida, una mujer desde su butaca respondió en voz alta: "¡un frenesí!". El público se rió, yo la miré, seguí y fue ella la que terminó completando el monólogo. Estos textos generan eso y ya aprendí lo que es hacer un personaje hitero. De todas maneras intento hacer un Hamlet a mi manera. Yo estoy con fe de que la obra va a llegar.
–¿Y cómo llegás al estreno?
–Bueno... estos días estoy durmiendo mejor [se ríe]. Por momentos pensé que no me iba a dar la cabeza, la creatividad, la sensibilidad. Hay algo que da vuelta en Hamlet y que lo pienso como un sigo de lo contemporáneo: su sensatez lo lleva también a cierto grado de la locura. Si observamos alrededor vemos a mucha gente sensata haciéndose la estúpida. Estamos todos adentro de eso, me incluyo. Son tiempos de selfies, de estar pendiente de la imagen, de las redes y de un alto grado de frivolidad. Y a la frivolidad uno la puede disfrutar cuando muchas cosas están resueltas, pero nosotros no tenemos tantas cosas básicas resueltas como para estar tan conectados con lo frívolo como mecanismo de evasión. Por eso Hamlet.
Algo huele mal en esta otra casa
Desde hace tiempo Joaquín Furriel viene desplegando todo un trabajo de alejarse de lo frívolo, inobjetable marca que definen a los trabajos televisivos de los que formó parte y de los cuales no reniega en absoluto. El hijo, la segunda película de su amigo Sebastián Schindel que se estrenará a principios del mes próximo, sigue ese camino. En ese intenso thriller psicológico compone a un artista plástico que entabla un vínculo con una nueva mujer, Heidi Toini. Esperan un hijo. Todo parece ser luz, pero no. Poco a poco las sombras despliegan formas insospechadas.
"Me resultó muy perturbador mi personaje –reconoce– que deja pasar su momento de éxito y que, de repente, se enamora de una alumna noruega con quien tienen un hijo. Todo indicaría que hay una especie de renacer en él sin darse cuenta que lo que nace es la peor pesadilla. No lo pasé bien filmando esa película, posta; pero confiaba en Sebastián con quien ya formamos una dupla creativa a partir de El patrón, radiografía de un crimen. Esa película fue su ópera prima, pero también la mía en términos de haber tenido que caracterizarme tanto.
–E implicó un punto de inflexión en tu trayectoria en cine.
–Sí, hice películas y series gracias a ese ella. Me abrió puertas. Igual no trabajo solo, sea en Hamlet o en la películas de Sebastián, tengo todo un equipo. Lo que nunca había imaginado que los estrenos iban a ser tan seguidos.
–Hay ciertas conexiones en la obra y la película. Ambos son personajes solitarios, hay referencias a países escandinavos (Noruega y Dinamarca) y en el film aparecen Rubén Szuchmacher, director de Hamlet, y Eugenia Alonso, que hace de Gertrudis.
–¡Es verdad, no lo había pensado! [se ríe]. Y la locura en ambos personajes.
El patrón cosechó varios premios. Furriel repara en un reconocimiento que no imaginaba: la Organización Internacional del Trabajo reparó en él por su fuerte carga testimonial. Así fue como como el actor viajó a Ginebra para presentarla. Cuenta que luego de la proyección los asistentes no creían que esa persona con facha vestido para la ocasión y que hablaba en inglés era Hermógenes, el rústico joven santiagueño que llega a Buenos Aires y que termina a cargo de una carnicería manejada por un tipo siniestro. "Fue una noche soñada. Fue un verdadero flash gracias a una película que hicimos con dos mangos. Eso es el cine. Eso es Sebastián", se entusiasma.
Como en una historia circular o de senderos que se bifurcan, la obra Final de partida implicó su despedida en escena de su amigo Alfredo Alcón. Pero en una de esa noches Sebastián Schindel estuvo sentado en la Casacuberta. A partir de ahí nació esta dupla creativa que ahora va por su segunda película basada en un cuento de Guillermo Martínez en el que los personajes de Martina Gusman y Luciano Cáceres cumplen roles vitales en esa trama en el cual algo huele mal.
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