Irregular obra de Cibrián Campoy
Se destaca el contrapunto actoral entre Claudia Lapacó y Georgina Frere
Las mil y una noches. Libro, letras, vestuario, iluminación, coreografía y dirección general: Pepe Cibrián Campoy. Intérpretes: Claudia Lapacó, Juan Rodó, Georgina Frere, Laura Piruccio, Diego Duarte Conde, Nicolás Bertolotto, Mauro Murcia, Mercedes Benítez, Eluney Zalazar, Priscila Casagrande, Brian Arévalo, José Luis Bartolilla, Angelina Otero, Andrés Crusafulli, Evangelina Sellán, Ania Bocchetti y Mariano Díaz, entre otros. Música original y dirección musical: Angel Mahler. Escenografía: René Diviú. Diseño de sonido: Osvaldo Mahler. Arreglos y dirección de coros: Carlos Di Palma. En El Nacional. Duración: 150 minutos (con intervalo).
Nuestra opinión: Regular
Las mil y una noches que vuelve a traer a escena la dupla creativa de Pepe Cibrián Campoy y Angel Mahler -luego del estreno de 2001 y la reposición de 2004- pone el ojo en el triángulo amoroso (por decirlo de alguna manera) formado por el sultán Solimán, la esclava Elena y la sultana Feyza. En realidad, es ella quien se opone fieramente al sentimiento que ve nacer entre su adorado hijo y la esclava que salva su vida a fuerza de contarle cuentos hipnotizantes y bellos a este hombre poderoso que parece no tener espacio para la ternura.
Por ahí corre la tensión dramática de esta propuesta, que es más dramática que tensa, salvo cuando quienes ganan el escenario son las dos protagonistas femeninas. Es valioso el trabajo de Claudia Lapacó, que tiene a su cargo el rol de Feyza, quien descubre valiosos matices en su fiero personaje. Lapacó canta, baila y se mueve con una gracia y una soltura envidiables. Lo mismo sucede con Georgina Frere, que le da vida con convicción a su joven esclava. La cosa cambia cuando quien aparece es el sultán Solimán, de Juan Rodó, que no puede salir de la dureza ni de la rudeza de su personaje. Así permanece durante toda la obra y no hay momento romántico o erótico que pueda aflojar la coraza que, seguramente, le marcaron desde la dirección. Sin duda, tiene una gran voz -lo mismo que sus compañeras de escena-, pero si bien se trata de una comedia musical, esto no alcanza para encarnar y hacer creíble un personaje.
Firmeza
Entre un grupo de cantantes y actores bastante heterogéneo se luce Laura Piruccio, que interpreta a la mujer que termina siendo confidente de Elena. Ella es una de las grandes sorpresas de esta puesta. Tiene una voz bella y personal, y una intensa faceta como actriz.
Si hay un problema en este trabajo está en el libro, cosa que se refleja en el planteo dramático y en las letras de las canciones. Cibrián Campoy, como autor de la versión, se para con firmeza en el drama que plantea la pieza (la madre enferma de celos por la aparición de otra mujer en la vida de su hijo) y no sale de ahí, lo que resulta en un transcurrir narrativo algo monótono que no encuentra la fuerza necesaria en las pocas variantes que plantea. (Sorprende mucho que casi no se recurra al humor.) Esto hace que la obra se perciba especialmente larga, sobre todo poco antes de que se marque el intervalo.
En la puesta de Cibrián Campoy, lo que al comienzo se recibe bien, con el paso de los minutos puede llegar a saturar. Pasa, por ejemplo, con la enorme cantidad de bailarines que pone en escena todo el tiempo. Si bien la puesta es sumamente despojada en cuanto a escenografía, todo lo cubren los cuerpos de sus bailarines cantantes. Tienen fuerza y precisión para transmitir sus roles, pero tienen tanta presencia en el escenario que llegan a cansar por sobreabundancia.
En cuanto al plano musical, salvo por el tema de amor que le canta Solimán a Elena, todo lo demás se torna casi un recitativo en el que las canciones, más que canciones, son la obligada narración de los hechos. Pasan todas iguales -salvo la melodía señalada- sin que ninguna quede en la memoria.
Nobleza obliga, el vestuario de los bailarines es sumamente atractivo y está muy bien pensado. En cuanto a las luces, el trabajo del comienzo es impactante, no así hacia el final, en el que la tragedia, ligada a furibundos rojos, se siente demasiado previsible.