Intensidad y fuerza dramática
Un elenco sublime en el montaje de Calixto Bieito, en el teatro San Martín
La vida es sueño. De Pedro Calderón de la Barca, en versión y dirección de Calixto Bieito. Intérpretes: Joaquín Furriel, Muriel Santa Ana, Patricio Contreras, Osvaldo Santoro, Ana Yovino, Pacha Rosso, Lautaro Delgado, Enrique Federman y Hernán Cuevas. Cantaor: Jeromo Amador. Percusionista: Marcelo Aronson. Vestuario: Mercé Paloma. Escenografía: Calixto Bieito y Carles Pujol. Luces: Xavier Clot. Asistentes de dirección: Fabián Barbosa y Ana María Converti. Apuntadora: Tanya Barbieri. Adjunto a la dirección: Joan Anton Rechi. En la sala Martín Coronado, del Teatro San Martín. Duración: 120 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
"¿Qué es la vida? Un frenesí;/ ¿Qué es la vida? Una ilusión,/ una sombra, una ficción,/ y el mayor bien es pequeño;/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son". Final de uno de los monólogos de Segismundo, en La vida es sueño , que muchísimos (ojalá) recuerden de su escuela secundaria. Por eso, por el peso de su autor en la historia universal del teatro, pero sobre todo, por la intensidad del mensaje planteado, es que este clásico del Siglo de Oro español no deja de ser familiar para los espectadores.
Aunque cueste adaptar el oído al lenguaje en verso, esa melodía acaba por envolver y por hacerse tan asequible como placentera al oído. ¿La fórmula? La importancia de conocer lo que se dice. Un director que tiene en sus manos un texto difícil, de habla no convencional, pero del cual conoce exactamente lo que transmite. Al hacer suyo ese conocimiento, los actores incorporan el verso como un lenguaje natural. Es en el trabajo de interpretación donde reposa lo más bello de esta propuesta. Bieito se revela aquí como un espléndido director que consigue extraer lo más intenso de sus intérpretes para que puedan transmitir de la mejor forma tanto la filosofía de Calderón de la Barca como lo que allí sucede.
Segismundo está encerrado en su torre y allí funde su tremenda realidad con el sueño y el miedo. Es un firme reflejo del ser humano, tan rústico como frágil, tan capaz de hacerse ver como un conocedor de la justicia y volverse el indeciso más peligroso. Segismundo es uno y contiene multitudes (parafraseando a Withman). Es el ser humano salvaje. Y después de ver el trabajo de Joaquín Furriel, difícilmente uno podría ubicar a ese personaje en otro cuerpo, en otra alma. Furriel desarrolla aquí su mejor trabajo teatral, con un conocimiento tan férreo, tan intenso de su personaje, que su encarnadura conmociona. Saborea sus monólogos como un sibarita del decir, como un actor que alcanzó su madurez.
Todo el elenco, sin excepciones, desarrolla un trabajo de una intensidad visceral. Muriel Santa Ana lleva el arte en sus venas, en una actuación con mucha fuerza. Su monólogo final es conmovedor. Por su parte, Patricio Contreras y Osvaldo Santoro son espléndidos, como Basilio y Clotaldo, respectivamente. Sus escenas tienen peso y poderío. Ana Yovino, aúna potencia dramática y seducción, mientras que Enrique Federman aporta gracia y agilidad; así como Lautaro Delgado y Hernán Cuevas, elaboran con exactitud y delicadeza a sus criaturas.
Pero un párrafo aparte merece el trabajo del ex Prepu Pacha Rosso. Su Clarín tiene los versos más irreverentes, aquellos que Calixto Bieito extrajo de la versión más antigua de la obra. Rosso encontró la gracia en las palabras y le sumó un trabajo físico preciso. Es conductor de muchos tramos del montaje.
No tan transgresor
Calixto Bieito se vale del flamenco (en los trabajos del cantaor Jeromo Amador y el percusionista Marcelo Aronson) para cavar hondo en el alma. Su puesta es despojada, sólo con una enorme y pesada silla en un gran círculo de pedregullo y tierra, donde se mueven los actores. Sobre el espacio escénico pende un imponente espejo que se mece, reubica y acusa. Su puesta incorpora al público en forma casi permanente, tanto en forma directa como indirecta. Las luces, gradualmente, pueden invadir la sala y crean un unívoco efecto de intimismo y expansión, al mismo tiempo.
Más allá de algunos guiños, algún desnudo, del quiebre de la cuarta pared y su atmósfera despojada, el director rebelde de Europa aquí no se hace "el loco", sino que regala un teatro salvaje, que sale de las tripas y del corazón de cada actor.