Infancias. Los Pompapetriyasos: Veinte años de teatro comunitario en Parque Patricios
En Lo que la peste nos dejó participan 45 actores en escena, pero son 350 personas las que participan en el grupo
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En la noche de invierno se puebla una vereda de Parque Patricios. Es el público que viene a ver Lo que la peste nos dejó, el espectáculo de teatro comunitario de Los Pompapetriyasos, más conocidos como Los Pompas. En la acera frente al gran galpón en que instalaron recientemente el escenario de sus obras aporta algo de calor la parrilla que ya larga los primeros choripanes. Pero llaman a ingresar, asistentes de narices rojas convocan por grupos numerados, pasan ahora los asignados a la escena 12, les dan consignas para el set de filmación, por el pasillo llegan a camarines, un toque de maquillaje, una propuesta de vestuario...
No son más que fintas que generan el bullicioso clima de los momentos previos al inicio de la acción. Los espectadores no se saldrán demasiado del rol de tales, pero sentados en la tribuna serán sí un segundo coro que se hace eco de la composición coral que da el tono de toda la puesta en escena.
“Hacemos mucho eje con el coro como personaje, que es un personaje que el teatro occidental fue silenciando, priorizando el intérprete individual“, explica Agustina Ruiz Barrea el concepto que guio su trabajo como puestista de la obra. “Fue lo que siempre me conmovió del teatro comunitario, que restituyó a ese personaje como protagonista de la escena. Ahí es donde está el plusvalor del teatro comunitario, en este trabajo con este personaje colectivo, este cuerpo colectivo. El coro no es una sumatoria de individualidades. es una totalidad compuesta por singularidades que tienen un objetivo común. Es lo que los vuelve un ‘nosotros’.“
En la obra se manifiesta este concepto en el despliegue de un coro multicolor: no es un coro de una sola voz, tiene algo en común, pero presenta múltiples lecturas todo el tiempo, pequeños personajes que integran la escena con gestualidad propia.
“Aparecen esas singularidades en ese ‘nosotros’ como en los cuadros del Bosco o de Brueghel, haciendo foco en cualquier pedacito hay un universo enorme, pero si sacás ese pedacito de la totalidad, esa totalidad pierde un sentido“. Ruiz Barrea plantea la escena como un fresco social al que la música pone en movimiento. “En función de eso vamos pensando cuál es la textura que tiene, cuáles son los colores, cómo suena, en qué piensa ese ‚nosotros‘, cuál es el contexto. En el teatro comunitario que hacemos nosotros, el contexto, el fondo que soporta esa figura, es el territorio que habitamos, es el barrio.“
Y a partir de allí ese teatro de los vecinos se convierte en una voz del barrio, no la única, ni uniforme en sí misma, sino, al decir de Ruiz Barrea, “en un entramado de subjetividades que construimos juntos“. Cada vez que se repone la obra se vuelve a pensar desde dónde, a partir de qué experiencia se arma.
La peste del título es en su origen la fiebre amarilla que asoló en 1871 el sur de la ciudad. La que dejó la división que perdura, una grieta de territorios sociales. Pero a esa peste y su herencia se superpone con el reestreno de este año la actual, algo que nadie imaginaría cuando Los Pompas presentaron por primera vez el espectáculo, hace ya diez años. La reflexión escénica colectiva se potencia en esa resignificación.
“Eran unos payasos que estaban contando mediante una filmación un hecho histórico, tratando de explicar por qué el Sur era lo que nadie quiere ver, como la zona de depósito de la ciudad“, rememora la trama original la directora. “Y en ese intento esos payasos nunca podían filmar, tienen el problema de que el actor que eligen no se acuerda los textos de ese hecho histórico. Ahora cambió, porque estos payasos están en este contexto de haber vivido dos años de pandemia...“
Ahí se generan nuevas cuestiones. “¿En todos lados se vivió igual la pandemia? No. No todos la padecimos de la misma manera. La desigualdad social sigue generando una forma de percibir esta miseria muy distinta que si uno está en otra parte de la ciudad. Y además ¿cuántas resonancias quedan después de esta experiencia? ¿Cuántas pandemias ocultas hay detrás de esta pandemia?“
¿Cómo llega a conformarse un elenco comunitario que convoca a público de todas las edades y de todos los barrios, mucho más allá del propio, agotando localidades sábado a sábado?
“Para nosotros es muy importante pensar cada ceremonia teatral como un rito en el cual queremos actualizar algún mito que nos está atravesando y que nos está trabando algo. Para eso tenemos que generar una comunión fuerte entre nosotros, tenemos que creer en eso.“
Son cinco personas que conforman el equipo de dirección del proyecto, 45 actores en escena en esta obra. Toda la propuesta de Los Pompas, que incluye un repertorio con otras obras, talleres y logística, agrupa a 350 personas.
“Trabajamos a partir de los saberes que trae cada uno“, explica Ruiz Barrea. “Después hacemos un taller introductorio que dura seis meses y vamos sumando a la gente a los elencos. En realidad la formación profunda sucede haciendo. Y es increíble lo que se aprende. A mí, que vivo también la otra experiencia, la del actor que hace el recorrido de cinco años en el conservatorio, me impresiona lo que se aprende con esta gente. Es como el viejo teatro independiente, que también se aprendía haciendo. Tratamos de gestionar para que todos puedan participar, hablamos de socializar saberes técnicos para producir colectivamente.“
Esta puesta en valor de los saberes y experiencias de cada uno se pone también de manifiesto en la composición de la dramaturgia. Cuando el payaso director de la filmación dice “corten“ se instala un silencio en la escena instalada en un paisaje villero. “Ese silencio permite al espectador hacer un gran zoom sobre la cantidad de capas de pandemia que tenemos en nuestro sedimento social.“ Ruiz Barrea revela que ese momento surgió a partir de que uno de los integrantes del elenco contó que le encantaba caminar en el silencio de la mañana en la villa de Zavaleta, su barrio.
“En ese encontrarnos a escribirnos juntos, a decir qué queremos, hacia dónde vamos, con qué soñamos. Ahí aparece lo poético que nos eleva, que nos vuelve mucho más interesantes como humanidad, que nos saca de este realismo brutal en que estamos inmersos, que nos fagocita.“
El proyecto de Los Pompas tiene un origen ligado a dos referentes del teatro comunitario. Ruiz Barrea venía de una formación teatral más convencional, aunque con maestros de la talla de Alejandra Boero y Juan Carlos Gené, a la que sumaba otra en danza con la coreógrafa Viviana Iasparra. En medio de la crisis del 2000 conoce a Adhemar Bianchi, director del Grupo de Teatro Catalinas Sur, y Ricardo Talento, que dirige el Circuito Cultural Barracas, quienes a partir de la promoción de actividades culturales barriales, en auge en esos tiempos, la convocan a abrir en Parque Patricios una propuesta similar. Al cumplir ahora 20 años es también uno de los pilares del teatro comunitario en Buenos Aires.
“Un domingo por la tarde, tomando un café con Gené, le conté que sentía un desencuentro entre lo que yo entendía que era el teatro, como una ceremonia hermosa vivida entre todos, y la cosa muy de elite en que se había convertido. Y él me dijo: ‚Buscá, buscá dónde estás plantada y dónde querés florecer‘“. Después de eso se produjo el encuentro de Ruiz Barrea con el teatro comunitario, el recorrido que la instaló en Parque Patricios.
Durante años trabajaron Los Pompas en plazas y calles, Lo que la peste nos dejó se representaba en el Parque Ameghino, precisamente sobre los terrenos que fueron el Cementerio del Sur en los tiempos de la fiebre amarilla. Ensayaban en una canchita de la calle Alberti, escenificaban sobre las casas de las calles aledañas, se ubicaron luego en una esquina sobre Brasil en un supermercado chino abandonado en 2001, para recién encontrar en 2019 a cuadra y media de allí el amplio espacio que ocupan ahora. En la primavera planean sin embargo retomar también las funciones al aire libre, que solían reunir a unas 400 personas.
“Acá es donde me han plantado“, dice Agustina Ruiz Barrea con una voz que se quiebra levemente. “A mí me modificó la manera de vivir el territorio en el que habito. Empecé a encontrar mucha belleza, no me podría ir ya de acá. Hacemos un trabajo de arqueología del espacio, que en sus capas nos devela mucha vida vivida y uno empieza a escuchar belleza en eso, en quienes habitan y quienes habitaron este territorio”, concluye.
Para agendar
Lo que la peste nos dejó. Sábados a las 21, en la Sala de los Pompapetriyasos, Av. Brasil 2640.
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