
In memóriam: Mercedes Sombra
Puesto que poco se la recordaba, pocos debemos de haber sido los que, días atrás, al ver en el diario la participación fúnebre de Mercedes Massini Ezcurra, hayamos unido este nombre al que usó largos años como actriz: Mercedes Sombra.
En gran parte por voluntad propia -ya que la discreción era rasgo fundamental de su señorío, de su innata elegancia- y también porque la memoria es frágil, Mercedes había ingresado hace ya tiempo en la zona a que aludía su seudónimo. Pero algunos la recordábamos todavía como una de las protagonistas del teatro independiente, en los tiempos heroicos. Si el recuerdo no nos confunde, estuvo desde el comienzo en uno de los primeros grupos de ese movimiento, La Cortina, dirigido por Irene Lara y en el que también figuraba Mane Bernardo.
Singular destino el de Mercedes Massini Ezcurra, nacida en cuna supuestamente privilegiada (familia de alta burguesía porteña, padre ministro), que optó por una carrera no muy bien vista dentro de su clase social y en su tiempo, allá por los años treinta del siglo pasado. Recordemos cuánto lamentaba Victoria Ocampo, hasta sus últimos días, no haber seguido su vocación de actriz, a la que renunció -cuando tenía todas las dotes para serlo- por no mortificar a sus padres.
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Mercedes Sombra pudo, en cambio, frecuentar los escenarios, donde su distinción personal y su vasta cultura supieron imponerse por sobre el recelo que una figura como la suya despertaba (el otro extremo del arco del prejuicio) en el medio teatral. No estaba hecha para la popularidad masiva, ni para la fama. Pero sí para el prestigio, que acompañó siempre sus actuaciones.
En LA NACION, cuando Adolfo Mitre seguía, con sensibilidad y perspicacia, la trayectoria de los teatros independientes, abundaban los elogios, por cierto merecidos, para la actriz.
Quien firma estas líneas la recuerda especialmente en tres de los muchos papeles que interpretó. Ante todo, como la magnífica Casandra de un "Agamenón", de Esquilo, puesto en escena por Hugo Marín en el Lassalle, hacia 1950. Mercedes hizo una creación de la trágica profetisa troyana, sacrificada por sus conciudadanos por augurar la derrota. Con una dicción perfecta (también la tenía en francés y en inglés), la voz de la Sombra fue calificada por un crítico como de "ardida, quemada".
Y si bien describir voces es una tarea imposible para la escritura, cabe sugerir que, más allá de un timbre peculiar, algo nasal, su voz, rica en matices, poseía en verdad un filo que rechinaba apenas pero que sugería otras profundidades, otros significados.
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Mercedes Sombra fue también una espléndida Antígona en la pieza homónima de Anouilh (en el Instituto de Arte Moderno, con un Duilio Marzio muy joven como Creonte, dirigida por Marcelo Lavalle), y, siempre en el IAM, una inolvidable madre en "Nuestro pueblo", de Thornton Wilder. En sus contadas intervenciones en cine y televisión le tocó siempre, dados sus rasgos personales, hacer de "señora bien", lo que limitó en esos medios sus múltiples capacidades expresivas.
Casada con el director teatral Boyce Díaz Ulloque, acompañó a éste cuando se radicó en Tucumán, donde enseñaba en el conservatorio y conducía la Comedia provincial. Fueron largos años de alejamiento de Buenos Aires, aunque de vez en cuando se la veía en algún estreno porteño o algún concierto, ya que amaba la música. Más allá del refinamiento, la cultura y la elegancia, había en Mercedes un formidable temperamento dramático, capaz de encaramarse en la tragedia, que no tuvo mucha ocasión de manifestarse en toda su plenitud.
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