Imanol Arias: el retorno al escenario de uno de los españoles más argentinos
MADRID.- Su amigo le aseguró que aquella era la última conversación. La enfermedad había roto todas las compuertas de su ser. "Me estás agobiando con tanto testamento, hombre", le respondió Imanol Arias con palmaditas de esperanza antes de colgar el teléfono. Desde hacía varios años el escritor Pedro Atienza insistía con la idea de que el actor más exitoso de la TV española interpretara aquel texto tan íntimo. La vida a palos había sido escrita para él. No era la primera vez que la luz cenital se posaba, entre tantos artistas, sobre su labor. Hace algunas décadas, luego de presenciar su composición de Calígula en los escenarios del Teatro Romano de Mérida, la familia del mismísimo Albert Camus quiso acercarse al protagonista. El premio Nobel había escrito otra versión sobre el emperador y sus herederos vieron en Arias al indicado para el papel. La obra, ambientada en el régimen de Benito Mussolini, se montó en Buenos Aires, dirigida por Rubén Szuchmacher. Desde que bajó el telón de esa efervescente temporada porteña pasaron 24 años. Arias regresa a los escenarios, con producción de Lino Patalano, en una obra con ritmo flamenco y versos de César Vallejo.
La vida a palos, el título de su nueva propuesta, es un juego de palabras: los obstáculos y las dificultades que impone el destino, y también los subgéneros dentro del flamenco -o palos-, según la métrica de sus versos y de su música, como las bulerías, los martinetes, las soleás, las colombinas, los fandangos, las nanas y los tarantos.
Arias interpreta a tres personajes -un cantaor, una bailarina y un músico- e invita a un viaje metafórico en el que un joven hilvana y cose un texto tan personal como desordenado: las memorias de su propio padre.
Dirigida por Carlota Ferrer, en la obra iba a participar el hijo de Arias, Jon Arias, también actor, pero su contrato con Netflix no le permitió asumir este desafío. Aitor Luna, el protagonista de La catedral del mar y quien compuso en Las aventuras del capitán Alatriste al héroe que inspira el título, acompaña en escena a Arias, junto con Guadalupe Lancho y el cantaor Raúl Jiménez, al son del violonchelo y la caja de Batio.
-¿Cómo vive este regreso al teatro, a sus orígenes en la actuación?
Uno puede alejarse del teatro, porque tiene otros compromisos. En mi caso, hacer mucha ficción para televisión. Pero no dejas de pertenecer a él. Ha sido un reencuentro lleno de emoción, con la sensación de mucho tiempo perdido. Soy un actor mayor, pero muy joven todavía en el teatro, con ganas de crecer.
-Esta obra es un homenaje y una promesa a su autor, Pedro Atienza. ¿Cómo era él?
Atienza trabajaba mucho con el flamenco, conocía muchas historias. Su propia vida era un poco flamenca, en el sentido de los viajes, los amores, las tragedias, la confesión sobre uno mismo en sus escritos, la paternidad. Era un hombre que intentaba trascender, transformar lo que escribía en un acontecimiento teatral. Buscaba que el flamenco estuviera en el teatro, no solo en un concierto. Me mandó este texto original, una especie de novela en primera persona, un monólogo de cuatro horas. A mí me asombró y le dije que no me sentía capaz, que teníamos que buscar ayuda para transformarlo en algo teatral. Cuando se murió, me quedé con una espina adentro. Aparecieron entonces Carlota Ferrer, la directora, y el adaptador, José Manuel Mora. No podía dejar de hacerlo, pero debía encontrar el equipo, una producción generosa, bien dotada.
-Hay puntos en común entre la obra y su propia vida: la vida del artista, un paso por América, la paternidad...
Sí, la obra tiene un ida y vuelta. Me enamoré en América por primera vez en mi vida. Y sí, esa evocación de la paternidad. Nunca he sido un padre tan abandonante. Pero sí he sometido, sobre todo a mi hijo mayor, a esa vida. Él salía el viernes del colegio de Madrid, el sábado viajaba a Buenos Aires y el martes ingresaba en el colegio porque mamá y papá estaban haciendo teatro allí. No pertenezco al mundo del flamenco, pero mis hijos sí, son cuarterones [de herencia gitana, puesto que son hijos de Arias con Pastora Vega, bisnieta de Pastora Imperio y nieta de Rafael Vega de los Reyes, más conocido como "Gitanillo de Triana"], descendientes de grandes referentes de la copla y el toreo.
-Se anunciaba su regreso al teatro argentino con la obra Los puentes de Madison junto a Susú Pecoraro...
Compramos una versión maravillosa para hacer con Susú. Lo que pasó es que el éxito de Cuéntame cómo pasó iba cambiando, aumentaban los capítulos, siempre había dos más para filmar. Lino Patalano se ha convertido, además de productor de esta obra, en un amigo muy paciente.
-¿Cómo fue su experiencia teatral en la Argentina?
La familia de Albert Camus me había dado los derechos de Calígula. Coincidió con la vuelta de Rubén Szuchmacher y un momento muy alegre del país. Había un equipo maravilloso, con Manuel Callau, Pastora Vega, Jorge Suárez y Fabián Vena... ¡No me gusta sentirme lejos de Fabián Vena! Era mucho trabajo: conferencias con Rodrigo Fresán, con Ernesto Sabato, la hacíamos los lunes en la universidad para que el público universitario también la pudiera ver. Es algo que no olvido. Cuando me preguntan cuánto hace que no vuelvo al teatro, lo digo de inmediato porque tengo la fecha clavada en el corazón.
Imanol es, además, técnico electricista y experto en montaje industrial. Cosechó y aún cultiva todos los récords de permanencia, rating y popularidad en la TV. Tras abandonar Bilbao, ya en Madrid dispuesto a seguir un camino en la actuación, desde "las embajadas piden permiso para entrar", aquella primera frase pronunciada en su primera obra, en la Zarzuela, hasta el presente, con la narración del último viaje de un hombre en clave flamenca, "aquel que nació con el rumbo errao", Arias ha escrito un capítulo en la historia popular de su país. Desde hace 19 temporadas y 337 episodios, la ficción que emite la TV pública de España recorre el devenir de una familia, los Alcántara, donde interpreta al patriarca de Cuéntame cómo pasó. La trama comenzó en 1968 y no cesa. Ambientada actualmente en 1987, los Alcántara continúan ofreciendo sus aciertos y traspiés al son de los episodios nacionales. Además, Arias participa de otra serie, Velvet colección, donde compone a Eduard Godó, un millonario de Barcelona en 1967.
-Hablemos de otro padre, del suyo. Su personaje de Alcántara se inspira en él. ¿Qué toma de él?
Un sentido. Los padres de mi generación eran niños con un poco de miedo porque nacieron en la guerra y en la escasez. Eran protectores, con mucha autoridad. Iban enfrentándose a los cambios con cierta resignación. Hay algo de nostálgico en esa generación de dos, tres trabajos, una generación de universitarios que acercaron sus hijos a la consecución de la democracia sin levantar la voz. Gente con unos cánones muy clásicos que se reproducen también en la Argentina o en Italia. La familia como una república independiente. Mi padre disfrutó mucho la creación de Alcántara. A veces la mímesis era tal que él llegaba a corregirme y me decía: "No, no siempre digo eso". Cuando murió, yo entré en una especie de crisis nostálgica, en la que me esforzaba por sonreír.
-En simultáneo le da vida a un hombre de clase media y a un poderoso empresario en Velvet.
-Poderoso y sentimental que, en el fondo, va a ir cediendo ante la moda. Es un hombre dolido y en su hijo está su debilidad. Es una historia preciosa, un cuentecito, hecho con un rigor, con unos decorados, con una forma de rodar y además tiene un éxito que permite volar en el mundo, te permite estar con un público donde te gustaría estar.
-La actuación le permitió interpretar personajes de épocas disímiles. ¿A qué año o momento le gustaría viajar?
-A ese momento del siglo XIX donde las naciones crecían junto con los poetas, con los intelectuales de doble nacionalidad. Mi incursión en América tiene que ver con dos películas donde se ve aquel momento: la cubana Cecilia, sobre una mulata, y Camila.
-¿Qué recuerdos tiene de la filmación de Camila?
-Recuerdo un trato exquisito de su directora, María Luis Bemberg. Me dejó hasta su Torino para que desfogara por la pampa húmeda. Recuerdo una admiración por Susú Pecoraro, en su primera película, con unos registros sobrecogedores. Recuerdo al equipo argentino, el trabajo de guion, el esmero por lo histórico y el cuidado de María Luisa, quien siempre pensaba en regalarle al público un trozo de vida, la visión femenina. En ese momento, cuando la Argentina estaba recién vuelta a la democracia, hacía falta la visión de una mujer para conciliar tantas heridas.
-¿Cómo ve a España en la actualidad?
-El país estaba saliendo de un ajuste enorme. Lo que en otros sitios es el Fondo Monetario, para nosotros es la Comunidad Europea. Había hecho un esfuerzo grande. Ya hemos conseguido mejorar nuestras cifras. El país ha tenido una enorme paciencia porque los sueldos se redujeron. Hemos tenido un buen reflejo de nuestro carácter en el turismo, que ha sido una bomba económica, y hemos optado por mirar de frente a la corrupción. Ahora nos enfrentamos a una nueva etapa. Es un país con orgullo y empezamos a mirar a otros países cercanos con una mirada menos prepotente, menos absurda. Creo que es un buen momento.
"Me gustó mucho volver, soy muy porteño"
María Luisa Bemberg reparó en él, en ese "flaco morocho", cuando lo vio actuar en un escenario madrileño. Lo convocó de inmediato para Camila (1984) y, desde entonces, comenzó un romance con la Argentina. En Tango feroz, de Marcelo Piñeyro (1993), interpretó al que quizás, admite, haya sido el personaje más complejo de su extensa carrera, el compañero de celda en prisión del músico. "Era pequeño, pero tenía una luz que me obligaba a estar como un zen. Estudié la historia, la época. Me costaba muchísimo establecer una vivencia en un momento especial del país que yo no conocí", recuerda. Durante la temporada de Calígula, la madre de Arias se instaló la mitad del tiempo en Buenos Aires y se hizo famosa en las pescaderías del barrio, erudita de la cocina del mar. Fue por entonces también cuando su hijo mayor adquirió su pasión por River Plate.
Arias regresa con la frente marchita a una ciudad que lo vio crecer. "Al principio no estaba previsto que hiciéramos temporada en Buenos Aires. Me alegré mucho cuando se tomó la decisión de instalarnos, porque soy muy porteño. Me gusta regresar adonde he vivido, me gusta volver a por mis bifes de chorizo. He tenido pocas oportunidades de fastidiarla en la Argentina. El cariño es mutuo".