Ignacio Bartolone: “Las series no construyen un espectador mejor”
Con su compañía La Espada de Pasto, el director y dramaturgo acaba estrenar La obra pública, protagonizada por un escultor obsesionado que es “una cruza entre William Blake y Silvio Soldán”.
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Levantar grandes estatuas de próceres nacionales en todo el país. Ese es el quijotesco proyecto del artista que protagoniza La obra pública, escrita y dirigida por Ignacio Bartolone y programada los lunes a las 20.30, en el Espacio Callejón. Cincelado con los recursos de la sátira, ese personaje que encarna Julián Cabrera “es una especie de conde decadente, a mitad de camino entre Wiliam Blake y Silvio Soldán”, sintetiza Bartolone, quien pensó la obra como un diario de trabajo y, al mismo tiempo, la historia apócrifa del nacimiento del arte experimental argentino. “Un arte que encuentra su mito de origen en el sabotaje a un proyecto nacionalista desde una renovación imaginaria”, amplía.
Pero la gran discusión que recorre La obra pública de punta a punta es el problema entre modernidad y clasicismo en el arte. A principios del siglo XIX, en un período histórico de alta conflictividad social y en el contexto de la explosión de las vanguardias artísticas, un escultor porteño que desprecia esas nuevas tendencias busca denodadamente financiación para un proyecto monumental destinado a fijar una memoria común. Un proyecto de corte netamente nacionalista.
“Yo soy parte de una generación en la cual la idea de lo político en el teatro estaba visto como algo un poco solemne y casi siempre dicho desde un pedestal. Y a mí me interesan la ficción, la representación por sobre todo lo demás –apunta Bartolone–. Obviamente que muchas de las obras que fueron importantes para mí tenían un matiz político: las de Ricardo Bartís y Pompeyo Audivert, por ejemplo. O algunas de Alejandro Tantanián. Yo por mi parte vengo trabajando hace un tiempo en función de entender una línea genealógica que tiene que ver con la historia nacional, la literatura nacional… Tengo opinión sobre eso, y hago lecturas y operaciones sobre eso. Esta obra, además, es probablemente la más autobiográfica de las que hice”.
Alguna vez, un amigo le confesó a Ignacio cómo veía su teatro: “Vos hacés un teatro municipal”, le dijo, y a Bartolone el concepto le quedó grabado. “Porque pensé mi obra en relación con otras que tienen una mirada puesta en el afuera, en lo que legitiman los festivales, con la atención muy puesta sobre los procedimientos”, justifica.
Una característica importante del formato de trabajo de Bartolone es el funcionamiento grupal. Su obra es el resultado de la sumatoria de energías de todos los integrantes de la compañía La Espada de Pasto. “Prefiero este modelo que tener una centralidad”, remarca el autor. Y en ese mecanismo es clave el aporte de Franco Calluso, a cargo del diseño sonoro y la música original. “Franco también es dramaturgo y director, entonces es un apoyo muy valioso para mí”, afirma Bartolone. “Es un trabajo muy refinado el que hizo: hay muchas resonancias, vibraciones… También hace foley (se llama así al proceso de grabar efectos de sonido durante la puesta de la obra). Es alguien con el que vengo trabajando hace años y que siempre me cautiva con lo que propone en los ensayos para darle un clima a la escena. Tiene una oreja que yo no tengo, primero porque no soy músico como él y segundo porque escucho los mismos treinta discos hace diez años. Franco tiene una sensibilidad especial, empieza a producir sonido alrededor de la ficción desde el minuto uno de los ensayos. Y tiene oído absoluto. Para mí, poder escuchar lo que escribe otro y ponerle música es tener oído absoluto. Estuvimos un tiempo buscando sala porque necesitábamos una acústica determinada, especial. Vimos salas muy buenas pero que no funcionaban para la exigencia sonora de esta obra. El Callejón es ideal porque además de tener un sonido excelente, el lugar parece el galpón de un artista, entonces tenemos una sala con la escenografía de la obra incorporada. Como la historia ocurre en el atelier de este escultor argentino que la protagoniza, apenas tuve que poner una mesa”.
Otros aportes al proyecto vinieron de parte de Juan Laxagueborde, sociólogo, ensayista y docente universitario que colaboró en la escritura del texto de la obra, Florencia Vecino, coreógrafa y bailarina que se encargó de supervisar los movimientos del personaje, y la gente de Lucera TV (Mariana Manuela, Juan Manuel Varela y Leo Balistrieri), una pequeña productora audiovisual que produjo Boom Boom Borges, un corto humorístico que se encuentra en YouTube, protagonizado por Julián Cabrera y Cristian Jensen y en el que también trabajaron Valentín Pelisch (diseño sonoro) y Malena Schnitzer (producción). “Con Juan nos dividimos el trabajo: él fue más determinante en el armado de la parte donde aparece un programa de TV dedicado al arte que se proyecta durante la obra y yo en la confección del diario del protagonista –aclara sobre la construcción de la dramaturgia–. Nos conocemos hace poco, pero nos hicimos amigos muy rápido, algo que no me pasa todos los días”.
La historia de este artista obsesionado con un proyecto imposible, “un artista del amague, una especie Federico Peralta Ramos”, abunda Bartolone, establece algunos puentes con el presente. “Hay cierto paralelismo entre la obstinación con la que él busca apoyo para su idea y esa lucha constante por conseguir subsidios y plata para producir teatro que muchas veces provoca vergüenza ajena. En esas operaciones ridículas hay mucha teatralidad. En la obra hay un tipo que rosquea como puede, que va especialmente a El Palacio de la Papa Frita porque sabe que ahí están los jurados del concurso al que se va a presentar. Cualquier persona que haga teatro en Argentina sabe de lo que estoy hablando”.
Y luego están las resonancias políticas. “Siempre hay algo de eso en mis obras. Mi viejo es un militante peronista convencido, y yo terminé el colegio en 2000, soy un joven que creció con el kirchnerismo. En la época de Néstor me fui a vivir solo, fueron años decisivos… No sé si tengo mi propia mitología nacional, pero sí me parece que la lucha por los nombres propios es interesante, sobre todo con una derecha que parece dispuesta a romper todo”.
La disputa por los nombres propios de la que habla Bartolone no es menor: atraviesa toda la historia argentina, marcada por la dicotomía Sarmiento/Rosas, la vieja discusión que opone civilización y barbarie y que en la obra aparece reflejada en la pelea personal de ese escultor que prefigura al famoso Monte Rushmore, la monumental escultura con los rostros de George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln que tallaron sobre la piedra del lugar Gutzon Borglum y su hijo Lincoln entre 1927 y 1941. Y tiene su peso indudable en el andamiaje ficcional de La obra pública, pero está puesta en marcha para reafirmar la investigación que el director viene desarrollando a través de su teatro, que gira siempre alrededor de su interés por preguntarse cómo se produce ficción en su tiempo: “Creo que responder muy directamente a la agenda política del momento no es una buena estrategia. No te da posibilidad de separarte de los fenómenos sobre los que querés reflexionar –razona–. Yo desconfiaría de cualquier cosa que venga a contarnos algo sobre la pandemia de acá a un par de meses, por ejemplo. A mí me interesa mucho que se produzca una fricción entre la obra y el espectador, que esa fricción reconfigure la manera en la que esa persona ve la realidad. Me interesa la idea de construir un espectador, pero no con estrategias como las de los algoritmos que supuestamente te conocen a fondo, cuando eso no es verdad. Mucho de lo que se está viendo, pienso en el auge de las series, no construye un espectador mejor. Y después pasa lo que pasa: si vos escribís una ficción de carácter moral, te van a responder moralmente, no tenés mucho derecho a quejarte”.
Para agendar
La obra pública, escrita y dirigida por Ignacio Bartolone
Lunes a las 20.30.
Espacio Callejón, Humahuaca 3759.
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