Identidad testimonial: podría ser un musical mínimo, pero es trascendente
Una íntima exploración por canciones conocidas y otras no tanto, que pretenden un mundo menos injusto
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★★★★ Identidad testimonial, el musical le canta a la igualdad. Dramaturgia y dirección: Pablo Gorlero. Intérpretes: Agustín Iannone, David Okada Caldas, Daniela Rubiatti, Mariano Taccagni, Belén Ucar. Dirección musical: Juan Ignacio López. Coreografía: Verónica Pecollo. Teatro: El ópalo. Junín 380. Funciones: Sábados, a las 21. Duración: 70 minutos.
Identidad testimonial fue uno de los primeros musicales que se pusieron en escena tras la crisis más seria que ha tenido el teatro en las últimas décadas: la que provino de la pandemia, de la imposibilidad de compartir un espacio y un tiempo juntos.
Reducir el género del teatro musical a sus mínimos componentes y a partir de ahí reafirmar su identidad, tal el desafío de esta pieza. Salen cinco actores a escena en la breve sala de El Ópalo y empiezan a cantar. El público, protocolizado, no llega a veinte personas. Pero las voces retumban y están cerca, hay contacto visual y una serie de canciones que proponen un mundo un poco menos injusto, canciones que sacan al musical del lugar común de las costosas producciones y cierta superficialidad ingenua.
Pablo Gorlero comparte su saber enciclopédico del género y consigue revisitar canciones conocidas, y otras no tanto, para abordar el significado profundo que late en ellas. Aquí todo está a la vista: los recursos y las limitaciones. La música puede surgir con el sonido de fritura hasta que se encuentra la ecualización correcta. La luz busca a los actores hasta dar con ellos. El vestuario es el mínimo necesario para dar cuenta de la historia que encuadra cada canción. La puesta se arma con un abrir y cerrar de puertas donde salen, una y otra vez, los artistas. Con ellos nacen de vuelta los llamados a la igualdad por sobre los conflictos raciales, sexuales y económicos. Se resienten un poco los temas muy asociados a una interpretación canónica: la distancia es más insalvable entre la pieza de cámara y la grandiosidad de Liza Minnelli, Tita Merello o Víctor Jara. Por otro lado, el canto de los miles que se acercan en Nuestra señora de París o la fuerte presencia vocal y actoral de Daniela Rubatti, donde los desposeídos empiezan a armar una voz común están entre los puntos más altos.
Los mecanismos, brechtianos si se quiere, dan cuenta también de lo artesanal de la tarea. Y en ese punto es en el que una obra que puede pensarse casi mínima se vuelve trascendente. Todo aquí guarda coherencia, una no formada por lo cronológico o por el arco dramático sino por eso que los espectadores nunca se cansarán de ver: un grupo de gente valiente en escena con la que compartir un momento capaz de generar comunidad.
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