Marcos Hourmann cuenta en primera persona cómo tomó aquella decisión que cambiaría su vida. Después de cada función en El Picadero habrá un coloquio con el público.
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Hay una fecha que Marcos Hourmann no olvidará nunca: lo que ocurrió el 28 de marzo de 2005 cambió de de manera radical su vida, lo hizo pasar por un largo calvario y finalmente, cuando las cosas se encaminaron, terminó transformado en un monólogo teatral con el que hizo 162 funciones en España y llegó a la Argentina. Médico recibido en la Universidad de Buenos Aires, Hourmann trabajaba en aquel momento en el servicio de urgencias de un hospital de Barcelona. En plena madrugada arribó al lugar una mujer de 80 años en un estado crítico. La acompañaba su hija, que le rogó a Hourmann que terminara con un sufrimiento que tanto ella como quien lo padecía consideraban intolerable e innecesario. Una eutanasia, en términos técnicos. Hourmann se olvidó del protocolo médico y le inyectó a la mujer 50 mg de cloruro de potasio. La mujer murió a la media hora, y el profesional argentino dejó escrito un informe con los detalles de lo que había ocurrido. Pocos meses después, recibió una notificación de la justicia catalana: lo acusaban de homicidio. No lo denunció la familia de la mujer, sino el propio hospital en el que trabajaba. La pena prevista era de diez años de prisión efectiva. Pero por fortuna para él, el epílogo fue otro. La historia completa es la que el propio Hourmann cuenta en Celebraré mi muerte, un testimonio real de Marcos Hourmann, un ejercicio de catarsis personal convertido en espectáculo que ya hizo algunas funciones en El Picadero de Buenos Aires y continúa este fin de semana
Al final de cada función hay un coloquio con el público, igual que en todas las que se hicieron en España con mucho suceso. La gente siempre se queda, pregunta, muestra un interés lógico por un tema tan sensible, la eutanasia, una práctica que está aprobada en pocos países del mundo: Holanda, Bélgica, Luxemburgo, España, Canadá, Colombia y Nueva Zelanda. Antes de las funciones también se selecciona al azar antes a un grupo reducido de personas que pueden emitir un veredicto una vez que escucharon el testimonio del protagonista. “No tanto si soy culpable o inocente –aclara Hourmann–, sino más bien qué piensan del caso, qué piensan de la eutanasia. Yo tengo una posición clara, obviamente. Y hacer esta obra la afirmó más, la profundizó. Cada vez que hago una función y el coloquio posterior se reafirma en mí la idea de que la libertad para elegir cómo morir es un derecho inalienable, que otorgarle esa libertad a las personas hace mejor a una sociedad y al mundo. Poder elegir, sin que otros te lo impongan, cómo debe ser el final de tu vida es lógico, ¿no? El sufrimiento innecesario no tiene ningún sentido. Hay un punto hasta el que la ciencia llega, y pasado ese punto, cuando ya no existen tratamientos ni perspectivas favorables, ¿quiénes son los jueces, los abogados, los políticos y los médicos para decidir cuándo una persona debe morir? ¿No tendremos que escuchar al que sufre? Creo que es mucha la gente que piensa que se trata de una decisión que debemos tomar con libertad, sin interferencias”.
–¿Cuál es el argumento más sólido para defender la eutanasia, en su opinión?
–La libertad de poder elegir. Nadie debería imponernos cómo morir. Nadie debería decidir sobre nuestro final. No hace falta llegar a la decrepitud para irse. Es mucho mejor decidir cómo, cuándo y con quién morir. El sufrimiento humano tiene un límite, y ese límite lo tiene que poner el que sufre.
–¿Qué cosas le pasaron por la cabeza cuando tomó aquella decisión de aplicar la eutanasia?
–Reaccioné de una manera inesperada. Creo que entendí cabalmente que el sufrimiento exagerado no es bueno para nadie. La vida me puso frente a un dilema que no esperaba y actué como creí que tenía que actuar. Yo creo que vamos acumulando experiencias vitales que nos hacen ver las cosas de una manera determinada, que el tiempo nos hace madurar y entender lo que en un momento quizás no habíamos podido entender.
Nacido en Buenos Aires, Hourmann tiene 63 años y vive en Barcelona. Se recibió en la UBA en plena dictadura militar (“el ingreso a la facultad era muy difícil y yo entré en el puesto 46, estaba muy feliz”, recuerda ahora) e hizo una residencia de cirugía general en el Policlínico Bancario. Después trabajó unos cuantos años en Barcelona, sumando experiencia en el área de emergencias médicas y formándose en cirugía cardiovascular. Volvió a la Argentina en los años 90 y fue parte del equipo de cirugía cardiovascular del Hospital Argerich. Regresó a Barcelona y acumuló más experiencia en esa ciudad y en Israel. En 2001 se instaló en el norte de Inglaterra y allí, dedicado exclusivamente a las emergencias, tuvo que enfrentarse cuatro años más tarde a la situación que le dio un vuelco virulento a su biografía: los que lo acusaban eran algunos compañeros de profesión, y la prensa inglesa, tradicionalmente voraz, lo bautizó “Doctor Muerte”. Toda esa peripecia oscura que pasó luego de tomar una determinación que consideró y considera humanitaria está contada en primera persona en este singular espectáculo que llega a El Picadero. “A pesar de todo, la obra es un canto a la vida, está llena humor, de paz, de alegría, de locura -asegura Hourmann-. También hay tristeza, claro. Es todo un remolino de emociones que se desarrolla a lo largo de cincuenta minutos. Pero es una obra vitalista, ésa es la energía que transmite”.
–¿Cómo tuvo la idea de llevar esta experiencia al teatro?
–Después de una entrevista que me hicieron en un programa de televisión muy conocido en España –Salvados, con Jordi Évole– me contactó Víctor Morilla, relacionado con ese programa, para decirme que tenía una idea loca y atrevida: me propuso contar esta historia en un escenario, pero no con un actor, sino conmigo, que fui quien la vivió en carne propia. Y le dije que sí muy rápido, evidentemente tenía la necesidad de expresarme sobre el tema. Yo pasé momentos muy difíciles con el proceso judicial. Recuerdo perfectamente la sensación de libertad que sentí cuando me absolvieron. Salimos corriendo del juzgado a tomar un café, el café más rico, el más saboreado de toda mi vida.
–Fue una experiencia que dejó una huella imborrable.
–Totalmente. Ese proceso judicial dejó marcas, secuelas. Para alguien que no había pasado por una experiencia de ese tipo, que desarrolló su vida normalmente durante años y años, es algo muy estresante pasar por algo así. La carátula pasó de eutanasia a homicidio, me pusieron en el lugar de un criminal, me hicieron sentir que mi libertad estaba en riesgo. Entonces cada minuto empezó a ser angustiante, a estar lleno de incertidumbre. Es muy tremendo pensar que podés quedarte sin caminar por la calle, tomar un café, ver el mar, besar a tu mujer, a tus hijos y tus nietos. Parecen banalidades, pero todas esas cosas son parte de nuestro imaginario cotidiano y son fundamentales para cualquer persona. Fueron años muy duros… Pero también aprendí a amar mucho más a la vida, a valorar el simple hecho de respirar y caminar libre. Eso es mucho más valioso de lo que solemos pensar.
Para agendar
Celebraré mi muerte. Un testimonio real de Marcos Hourmann
Autoría: Marcos Hourmann, Alberto San Juan, Víctor Morilla. Dirección: Alberto San Juan, Víctor Morilla. Intérprete: Marcos Hourmann.
Funciones: Viernes y sábado, a las 22; y domingo, a las 20.30. Teatro Picadero, Enrique Santos Discépolo 1857. Entradas: $3.500
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