Autor: Petr Zelenka / Intérpretes: Manuel Vignau, Ana Celentano, Roberto Romano, Ezequiel Tronconi, Milagros Almeida, Susana Giannone, Santiago Caamaño, Alejandro Curlane, Denise Romano y Silvina Damia / Vestuario: Natalia Señoriales / Escenografía: Santiago Badillo / Luces: Soledad Ianni / Música: Javier López del Carril / Dirección: Julieta Cayetina / Sala: Espacio Callejón, Humahuaca 3759 / Funciones: Jueves, a las 21 / Duración: 90 minutos / Nuestra opinión: buena
Petr Zelenka es un autor irreverente, lo suyo es la comedia y en España se lo comparó con Woody Allen. Lo cierto es que el autor checo, nacido en 1967, pocos meses antes de la Primavera de Praga, no llega al ingenio y la capacidad de diálogos del estadounidense. Zelenka cautiva por su frescura, su informalidad y su impunidad al crear unos personajes que se sostienen a partir de sus propios impulsos y necesidades, sin importar lo que opinen los otros.
Historias de locura ordinaria se estrenó en 2001 en el Teatro Dejvice, de Praga, dirigida por su autor -que con esta pieza obtuvo el Premio Alfréd Radok a la mejor obra-, permaneciendo varios años en cartel. En 2005, Zelenka, que también es cineasta y actor, la trasladó al cine.
Su protagonista es Pedro, quien luego de una noche de borrachera se despierta dentro de una caja, con un manojo de cabellos en su mano, con el que más tarde hará un ritual aconsejado por su amigo Mosca para que su exnovia vuelva con él.
Si bien Pedro es el protagonista, la pieza incluye otros personajes de características disímiles: Mosca, el amigo, que con su aspiradora y un lavatorio creó un sistema que satisface sus fantasías eróticas. Una pareja de vecinos, músico él, que goza cuando otro lo observa tener sexo. Los padres de Pedro, una madre neurótica y fanática por donar sangre y un padre con Alzheimer que fue un famoso locutor de los noticieros en la Checoslovaquia socialista.
Con todos ellos y otros más, Zelenka crea una comedia impredecible, fantástica y con cierta rebeldía adolescente, en la que sus criaturas se mueven en una vorágine de constante desasosiego. En medio de ellos está Pedro, de unos treinta y pico, sin rumbo en ningún aspecto de su vida, pero pendiente de lo que le propongan los otros.
A través de sus personajes, el autor plantea un cambio de paradigma en una sociedad como la suya y, si bien incluye resabios de la vieja etapa socialista (el personaje del padre), lo que se observa son hombres y mujeres que se buscan a sí mismos mediante un libre albedrío de sensaciones que quieren vivir "ya", como si fueran un grupo de chicos caprichosos. La directora, Julieta Cayetina, "dialoga" con el autor, a través de su puesta en escena, de un modo atrevido, irrespetuoso, y eso es un acierto. Tomando en cuenta el presente de cineasta del checo, creó un rectángulo en el que ubica al protagonista y a través de un ritmo constante hace entrar y salir a los otros personajes. El espacio es como una tela en la que cada actor salpica con un color distinto su ingreso a escena. Si bien los diálogos -a propósito- en su mayoría resultan inconclusos, lo que se rescata es la sensorialidad que intentan transmitir al público con sus frases inconexas. Tal vez hubiera hecho falta una mayor rigurosidad en el diseño de la puesta en escena o en la valorización del uso de los objetos, pero Cayetina se propuso una comedia muy "descontracturada" y lo logró.
Ternura, asombro, sorpresa, rechazo son algunos de los sinónimos que les caben a estos personajes, entre los que se destacan las actuaciones de Manuel Vignau, Roberto Romano, Ezequiel Tronconi y Ana Celentano.