Historias. Babilonia, sitio clave del arte emergente de los años 90 que marcó la transformación del Abasto
En la cuadra de Guardia Vieja al 3600, un viejo depósito de bananas se transformó un bunker de la renovación artística
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Hubo lugares que, a la luz de la historia, decididamente marcaron distintas época en la cultura porteña de este período democrático. Así como luego de la dictadura Cemento y el Parakultural fueron sitios vitales y fundantes en el desarrollo del teatro como del rock local, en los años noventa el Centro Cultural Babilonia fue el sitio de la contracultura, la modernidad y la convivencia entre expresiones alternativas, las bandas de rock, la poesía, la danza alternativa o los eventos performáticos que entraron en diálogo con creadores ya establecidos. Trazó un amplio abanico que va de Eduardo Pavlovsky a Charly García o de Los Piojos al grupo El Periférico de Objetos.
Desde diciembre de 1989 a enero de 1991, casi con la precisión del calendario que marca el principio y fin de una década, todo esto tuvo lugar en la desangelada y maravillosa calle Guardia Vieja, entre Gallo y Agüero. A esa zona se la referenciaba como una especie de Bronx porteño. Sin embargo, en esa margen urbano se instaló allí un verdadero faro imantado. Desde otra perspectiva, Babilonia, a secas, fue la punta de lanza de la transformación del Abasto hasta que, con los años, se convirtiera en el barrio por excelencia de los teatro alternativos. En los principios de esta historia, Babilonia convivía como lugares como El Codo o el bar Fernandeses, otros reductos de la nocturnidad de esa época. La historia ya escrita demuestra que, durante los noventa, la renovación de ese barrio clave en el desarrollo del tango vino de la mano de la cultura alternativa y no de la variedad de emprendimientos inmobiliarios que prometían convertir a esa zona de casas tomadas, galpones y viejos PH en una de las repetidas e impersonales versiones del Palermo actual.
A una cuadra de Babilonia, el mismo año de su apertura, el cineasta y político Pino Solanas impulsaba la idea de transformar al imponente Mercado de Abasto, que desde 1984 ya no estaba cumpliendo sus funciones originales, en un gran centro cultural que se llamaría El Imaginario de América Latina. Un año antes, había filmado allí unas escenas de su película Sur. En términos teatrales, alrededor de la zona estaban solamente los teatros La Fábula y la sala Ana Itelman. En medio de ese entorno barrial un tanto complejo una día llegó un tal Javier Grosman (con los años, devenido en un importante gestor cultural que, entre cosas, fue el que ideó el Desfile del Bicentenario, a cargo de Fuerzabruta) a un viejo depósito de bananas de tres pisos y unos 700 metros cuadrados ubicado en Guardia Vieja 3360. Junto a su esposa, Graciela Casabé, habían decidido dar un cambio radical a sus vidas y estaban decididos a instalar un centro cultural. Cuando Grosman vio el lugar, no dudó. Tampoco ella cuando fue a visitarlo. “Era un verdadero tacho de basura de tres pisos al cual, inmediatamente, le vi perspectiva –cuenta a LA NACION Casabé cuyo mundo, hasta ese momento, era la arquitectura–. Teníamos en claro qué queríamos hacer. Lo difícil de imaginar era llevarlo a cabo sin tener un mango, que era nuestra realidad”. De todos modos, lo alquilaron. Amigos, amigos de amigos y conocidos a los que les pidieron plata los ayudaron a poner en orden el caos. La noche del 11 de diciembre de 1989, durante los primeros meses de Gobierno de la presidencia de Carlos Menem y, a pocos días de que explote, un proceso inflacionario histórico, se levantaron las persianas de metal.
“La noche de apertura vinieron todos –recuerda Casabé, quien, a los pocos años, pasó a dirigir el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) y quien, actualmente, está a cargo de la Bienal de Performance–. Estábamos muy sorprendidos de ver a toda esa gente porque, en verdad, no nos conocía nadie del ámbito cultural. Sin embargo, el lugar explotó”. Varias veces, durante esa noche, se preguntaron cómo habían caído a ese lugar inexistente tantos artistas y gente de la cultura. “Tiendo a pensar que era el lugar que estaba faltando en la ciudad”, se anima a pensar.
El problema fue el día después. No por falta de una idea, sino por el eterno tema de los recursos económicos. Los distintos pisos de Babilonia habían quedado llenos de botellas desparramadas por la barra y los rincones. “Como no teníamos un mango, todas esas botellas las cambiamos por plata, que era una práctica del momento. Con lo recaudado compramos las cosas para volver a llenar la barra para el día siguiente. El carrito para trasladar los envases se lo habíamos pedido a una persona en situación de calle de la cuadra. Todos decían que la zona era peligrosa, pero no tanto. Nuestro problema eran los taxistas que siempre alertaban a las señoras antes de bajarse del coche”, recuerda esta experimentada curadora que, 33 años atrás, estaba dando sus primeros pasos en el entramado cultural.
La primera marca de Babilonia en el mapa de la actividad teatral y en los medios fue el estreno de Paso de dos, el texto de Eduardo “Tato” Pavlovsky dirigido por Laura Yusem. Actuaban Susana Evans y Stella Galazzi junto a Pavlovsky. La obra contaba con escenografía de Graciela Galán y luces de Jorge Pastorino. O sea, un verdadero dream team al servicio de una perturbadora trama que exploraba la relación afectiva entre el torturador y su víctima. “Tato, con su inteligencia, vio el lugar y se lo apropió. Le debemos mucho a él, muchísimo”, reconoce Casabé. Desde esa puesta, Pavlovsky fue un habitante histórico del lugar. Junto a Daniel Veronese, estrenó Potestad. Al año, fue el turno de Rojos globos rojos. Dirigido por Veronese, después vino La muerte de Margarite Duras. “Tengo una especial predilección por lo espacios estéticos que producen subjetividades menos comprometidas con lo oficial”, aseguró alguna vez este referente de la cultura argentina en relación con ese viejo depósito de paredes grises, una barra y piso de cemento que nada tenía que ver con el glam contracultural de espacios como El Dorado o Morocco.
Cuando Pavlovsky se apropió de ese espacio ya era un creador consagrado; pero la misma historia de este mágico lugar estuvo marcada por la llegada de artistas o grupos emergentes que, con el paso de los años, se convirtieron en artistas de renombre internacional. En el mapa de lo escénico, durante la década ganada por Babilonia el grupo El Periférico de Objetos, colectivo clave de la escena alternativa porteña fue otro que marcó la historia de Babilonia. El grupo fundado por Daniel Veronese, Emilio García Whebi y Ana Alvarado hizo temporada allí de Ubu Rey y Variaciones sobre B… Luego vino el estreno Zooedipus, con esa escena inicial que comenzaba con la tensión de una gallina intentando zafar de las manos de García Wehbi; El hombre de arena, aquel perturbador trabajo cuyo programa de mano venía acompañado por un barbijo (unos verdaderos adelantados) ya que, con el correr de los minutos, la mínima sala se llenaba del polvo de la arena que estaba en constante manipulación. El siguiente trabajo de El Periférico, Máquina Hamlet, se estrenó en El Callejón de los Deseos, actual Espacio Callejón, que abrió en 1992.
Ahora bien, todas estas expresiones escénicas convivían con el rock, con el punk, con la música pop, con el tango de vanguardia. Charly García como Fito Páez eran frecuentes habitués del lugar. Para bandas como Bersuit Vergarabat, Los Twist, Massakre, Attaque 77 o Los Piojos, se presentaron en repetidas oportunidades. De hecho, la banda de Andrés Ciro Martínez escribió el tema “Babilonia” evocando al depósito de Guardia Vieja. Y cuando no era en los escenarios, el rock nacional siempre sonaba en las trasnoches de bailes, cervezas y cigarrillos.
En el viejo depósito devenido en fábrica de producción artística alternativa convivían no solamente lo escénico con la música sino que, con los años, la poesía, las propuestas pensadas para el público infantil, las artes visuales, lo gastronómico como las presentaciones de libros pasaron formar parte su nervio. La mezcla y la convivencia entre creadores de distintas disciplinas tenían su correlato con el público que llegaba al lugar. En una de esas tantas noches el maestro Agustín Alezzo terminaba de hacer una función de una que estaba dirigiendo cuando se topó con señoras con abrigos y tacones que salían del teatro mientras entraban los pibes que iban a ver las bandas de rock. “Alezzo miró detenidamente la situación y me dijo: ‘Este lugar está vivo’. Babilonia era eso”, recuerda ella Casabé.
Si a lo largo de una década en una familia tipo pasan muchas cosas, en 10 años de una familia extendida en la que convivían los tocados con spray y los metaleros, como la familia líquida que construyó Babilonia, han pasado infinidad de situaciones. Las sillas del lugar fueron las más baratas y disfuncionales que pudieron comprar Graciela Casabé y Javier Grosman. Charly García las padeció varias veces. En tren de broma, quizás cansado de hacer equilibrio, le tiró una silla a Miguel Zavaleta con tal mala puntería que terminó dañando un cuadro que estaba colgado en una de las paredes. “Llamamos al artista, le dijimos que íbamos a restaurar la pintura hasta que se enteró que el tajo lo había hecho Charly. Ahí todo cambió. Charly terminó diciendo: ‘Y bueno, lo firmo y va a valer más’”, recuerda Casabé. El tema llegó a los medios y a la Justicia hasta llegar a un acuerdo.
A veces, también hubo malos entendidos con la policía (una típica para espacios de este tipo). Una noche se incendió la terraza. Policía y bomberos no dejaron entrar a Casabé y a Grosman. El comisario les preguntó qué tenían arriba. “Un teatro”, contestaron a coro al comisario. El uniformado insistió. Ellos le explicaron que en otro piso también había otro teatro. Ya un tanto impaciente, fue directo a lo que habían encontrado en la terraza. Se refería al enorme piletón diseñado por Graciela Galán que los actores usaban para la obra Paso de dos. Recién ahí se quedó tranquilo. Es que el señor en cuestión pensaba que era el escenario para hacer riñas de gallo y eso, claro, está por fuera de la ley.
Durante los años babilónicos el cordobés Paco Giménez hizo temporada con Choque de cráneos y con El noche de alegría, otra delirante propuesta de los actores del grupo La Cochera que durante la performances preparaban y servían una buena comilona a los espectadores. En el mismo lugar pasaron obras dirigidas por Francisco Javier, Ana Katz, Alberto Muñoz o Vivi Tellas con un trabajo de tono biodramático cuando ese término todavía no estaba instalado. En el tránsito del lugar y sus mutaciones se fue abriendo hacia lo gastronómico, lo literario, lo musical, lo expositivo. En Martes eróticos se articulaba la comida afrodisíaca con la lectura de literatura erótica a cargo de Horacio Peña e Ingrid Pellicori dirigidos por Rubén Szuchmacher, los mismo que luego montaron un texto de Harold Pinter y de Steven Berkoff. “Babilonia siempre se caracterizó por la búsqueda. Por eso se mantuvo vivo en un barrio adonde la gente no quería venir y que, sin embargo, venía. Esa manía de cambio nos ha hecho bajar espectáculos que funcionaban a sala llena. Los cambios no están relacionados con la respuesta del público sino con lo que para nosotros significa un techo. Preferimos la adrenalina pura”, comentaba Casabé en 1998.
En medio de la variedad permanente, en las trasnoches de 1991 y 1992 se presentó Fragmentos de una Herótica (sí, con H, de hedonismo) una creación de Javier Margulis cuyo maestro ceremonia era Mosquito Sancineto en pleno plan andrógino y provocador. Desde el balcón del primer piso, Mosquito dirigía ese entramado performático cuyo momento clave era cuando el público podía ir pispeando lo que sucedía en diferentes cabinas en donde, adentro, tenían lugar microescenas (antecedente del ciclo Microteatro) ligadas a lo cachondo. Por allí pasaron Alberto Segado, María José Gabin, Cutuli, Tony Lestingi, Julián Howard, Mónica Cabrera y Mariana Belloto, entre tanto otros. La Herótica, cuya segunda función terminaba en altas horas de la madrugada, generó un verdadero fenómeno de público que siempre desafió el entorno malevaje de la zona.
Pero, claro, esa experiencia performática también generó confusiones con los uniformados del orden. Una noche, durante Fragmentos de una Herótica, entraron a robar. En una de las cabinas el público, en vez de pispear lo que pasaba en el interior, tenía que introducir su dedo. Desde adentro, los actores le ponían al dedo un profiláctico para desplegar un trabajo de neto corte lúdico a cargo que dirigía Lestingi. El robo en sí mismo no fue significativo, pero cuando llegó la policía y vio la cantidad de profilácticos vino la duda. Margarita, que trabaja en Babilonia, le explicó a los señores del orden que todo se trataba de un juego teatral. “Sí señora, me queda claro el tipo de juego…”, dijo el uniformado sin profundizar la cosa. Hubo que volver a explicar todo desde un principio para evitar el cartel de clausura.
Babilonia no solamente copó noches y trasnoches. El viejo depósito de bananas como esa cuadra de Guardia Vieja fueron tomadas para iniciativas como El Narizazo, el primer festival de clown y humor; La Movidita, otro encuentro dedicado al público menor; o Babilonia Ríe: Museo de Arte Cómico. Cuando cumplieron 10 años, el equipo babilónico hizo cuentas. Durante esa década se habían presentado 586 espectáculos, muestras y eventos a cargo de unos 1.600 artistas que congregaron a unas 550.000 personas. El listado incluye a Batato Barea, Roberto Villanueva, Daniel Melingo, Alejandro Urdapilleta, Leo Masliah, Pompeyo Audivert, Alejandro Tantanian, Fabiana Cantilo, Emeterio Cerro, Susana Torres Molina, Hernán Gené. Luis Ziembrowski, Liliana Herrero, Ricardo Iorio, Norman Briski, Rubens Correa, Mariana Bellotto, Tom Lupo, Elsa Berenguer, Lidia Borda, Francisco Javier, Marcelo Moguilevsky, Arturo Maly, Alberto Muñoz, Carmen Baliero, Andrés Calamaro, Guillermo Angelelli, Andrea Garrote, Carlos Belloso, Rafael Spregelburd, Hilda Lizarazu, Mirta Busnelli, Patricio Contreras, Horacio Fontova e Inés Sanguinetti, entre tantos, tantísimos creadores.
De principios y fines
Algunos interpretaron que el nacimiento de Babilonia era la continuidad del Parakultural, cuya primera versión estuvo en un sótano de San Telmo que cerró en 1990. Graciela Casabé no acuerda del todo con esa lectura aunque figuras como Urdapilleta o Batato (vecino del Abasto) hayan actuado en Guardia Vieja. “En términos escénicos creo que Babilonia implicó otro paso, otra etapa. Es más, ni sé si los públicos se cruzaban; a lo sumo, nos maravillábamos por las mismas cosas. Lo mismo pasó con Cemento, que tenía otra escala. Eran lugares en los que convivíamos y cada uno tuvo su identidad.”, reflexiona. Si cuando nació esta magnífica fábrica de creación y de afirmación de identidades de un público inquieto la zona era un territorio complejo (de ahí siempre el paralelismo con el Bronx de Nueva York), a su cierre el vecindario era otro. En los alrededores se habían instalado una variedad de salas y de un lugar como Belleza y Felicidad, sitio clave de las artes visuales; pero el Mercado del Abasto ya era un shopping, frente a Babilonia se instaló un enorme supermercado y a una cuadra crecían unas torres enormes.
Con el tiempo, Babilonia construyó vecindario. “Pusimos en el mapa de la ciudad un barrio teatral. Por eso huimos cuando el súper de enfrente se terminó, cuando el shopping se abrió no con el proyecto que habíamos imaginado convivir y cuando las torres de la otra cuadra se estaban terminando. Recuerdo que para ese momento se escuchaban promesas para el barrio pero ya nos dábamos cuenta de que nada bueno iba a traer el avasallamiento comercial en el Abasto. Se perdió la magia de eso que, ironizando, llamábamos el Bronx. En todo ese tiempo, los niños de la cuadra y la gente de las casas tomadas se habían transformado en nuestros cómplices. Pero salir de Babilonia y toparse con las escaleras mecánicas del supermercado era muy fuerte, muy violento. Decidimos cerrar, fue duro, pero era lo mejor. Por otra parte, bajamos la cortina bien porque sentíamos que nos empezábamos repetir. Al mismo tiempo, Javier ya no estaba trabajando en Babilonia, y yo estaba dirigiendo el Festival Internacional de Buenos Aires. Había que saber cerrar proyectos para abrir otros”, reflexiona ahora.
Tuvieron la idea de abrir una nueva Babilonia, pero eso no prosperó. Javier Grosman pasó al Gobierno nacional en tiempos del kirchnerismo. Fue el ideólogo, entre otras cosas, del Desfile del Bicentenario como pieza vital de Tecnópolis, todos proyectos de enorme escala. Graciela Casabé, luego de dirigir el FIBA, década durante la cual llegaron a Buenos Aires los creadores más significativos de la escena mundial; al tiempo creó la Bienal de Performance, aquella en cuya primera noche de la primera edición abrió Marina Abramovic.
Para esa otra apertura ya no hubo que vender las botellas vacías para juntar unos pesos. Y esa cuadra de Guardia Vieja es hoy, por lo menos, otra variante del Bronx. Pero para toda una generación el pasar por esa cuadra inevitablemente implica toparse con algún recuerdo babilónico.
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