Hija de Dios: biodrama sobre el ser nacional
Apuntes de una noche en la que Dalma Maradona cuenta la historia de cómo lidiar con un padre al que todos consideran mito menos ella
Anteanoche, puerta del teatro Sha. Curiosos, muchos. Cámaras de todo tipo, más todavía. Policías, bastantes. Cartoneros, de todo tipo (y tipas). Famosos, para elegir. "Boluda: en esa nave que entró recién al garaje estaba el Kun [Agüero]. Era él, boluda. Do you follow me?", le dice una piba a su amiga que mira para todos lados.
De otra nave baja Claudia Villafañe (a partir de este momento, "la" Claudia) en un furioso vestido animal print sytle . En el hall del teatro hay tantas cámaras de fotos y de televisión como gente. Adentro de la sala está él: Diego Armando Maradona (a partir de este momento, "el" Diego) junto a su familia y recién bajado del avión que lo trajo desde el corazón mismo de Dubai a pleno barrio de Once (así es él). ¿Motivo? El estreno de Hija de Dios , el espectáculo de su "nena" actriz, Dalma Maradona.
De a poco, van entrando los famosos del mundo del deporte y del espectáculo (obvio, para un evento en el cual la portación de apellido tiene su peso). El abanico que se conforma es tan amplio que va de Enrique Pinti (el señor que sabe preparar la ensalada criolla como ninguno) a Daniel Arcucci (el periodista de las canchas llenas que escribió un libro sobre el Diego). También está Gastón Portal, con un gorro que no se saca aunque la humedad ambiente, como la tensión latente, aumente minuto a minuto. Y en la misma fila, Ricardo Darín, que si no es uno de los exponentes más representativos de la porteñidad, le pega en el poste. Claro que cerca de él está el que se hizo famoso por clavarla en el arco y por cientos, miles, millones de historias colaterales que todos sabemos más allá de nosotros mismos, más allá de nuestra voluntad, más allá de la pasión o la más radical indiferencia hacia el mundo fútbol.
En términos teatrales, la noche de estreno es como un metabiodrama. O sea, esa tendencia de contar una historia de vida que, en este aquí y en este ahora, las circunstancias llevan a su extremo. Expliquemos: primero, el biodrama está contado en primera persona. Segundo, esta noche, y por única vez, quien está sentado en la platea es el otro sujeto retratado. El que, tómalo o déjalo, representa a una argentinidad desbocada, extrema, maradoniana . Será por eso que varias cuadrículas de esta película escénica parecen sacadas del reality de Ozzy Osbourne o de la vida misma de Paris Hilton (o la fábula creada alrededor de ella). Pero la Dalma es la Dalma y la actriz Dalma Maradona es una intérprete con recursos propios que supera la portación de apellido y el haberse convertido en un hecho mediático antes de nacer.
De todo eso se ríe. De todo eso se enoja. De todo eso llora. Con todos esos deshechos, mitos, anécdotas, broncas y supuestos mundos de hadas articula un relato íntimo y colectivo que deviene en un experiencia teatral catártica, un hecho en el cual exorciza su pasado durante casi una hora y media.
Junto a ella está el actor Mariano Bicain. El vendría a representar al yo colectivo. Ese que dice conocer a su padre antes que ella. El que se sabe de memoria cada gol, cada declaración, cada detalle de su vida misma. O sea, un insoportable mismo (y un tierno al fin). Es tan precisa la reconstrucción de ese cuerpo social que minutos después del aplauso final, cuando ingresan los noteros con sus cámaras, con sus filmaciones, con su nervios, con su devoción latente; uno de ellos le dice: "Te extrañamos, Diego". Dalma pone cara. Sí, otra vez ese karma, ese tatuaje instalado en el cuerpo y que ella no eligió. El resto de esa charla fue la que dio vueltas ayer por portales de Internet, por radios, por canales de televisión, por ascensores, por mesas de bares. Efecto Maradona a pleno. Fue en algunos de esos momentos en el que él le dijo: "Sos mi sangre, sos mi vida". Guau.
La totalidad de la noche -el recorrido por los minutos previos a la función, el espectáculo en sí mismo y la conferencia de Dios padre junto a su hija- podría pensársela como una fantástica performance frente a un público que durante buena parte de la función se la pasó pispeando (me incluyo) las reacciones del Diego como si él fuera un tomógrafo que mide el humor colectivo.
"A vos te debo una disculpa grande como una casa porque te exigía más de lo normal, porque te retaba sin entenderte, porque te hacía llorar cuando no quería darte un beso. Hoy me muero por hacerte este regalo, para que sepas que sigo siendo una pendeja del orto, caprichosa y exigente, pero por suerte puede ver que sos una persona hermosa así como sos y estoy tan orgullosa que seas mi papá que aprovecho para escribirte acá", escribe ella en el programa de mano. Y papá, claro, llora. No para de llorar cuando termina la obra y se abraza a su nena. Y la platea llora. Y la Claudia llora. El benjamín del Kun y de la Giannina, por suerte, todavía está en otra.
Argentinidad al palo. El mito. El llanto. La risa. El teatro. Cuenta Dalma, entre infinidad de fantásticas historias que valdría la pena no andar revelando, que cuando sus padres se casaron por civil luego se fueron a comer a Las Cuartetas. Después, claro, vino esa gran fiesta en el Luna Park. Bien, anteanoche terminó todo con un pizza party en el mismo teatro en una fiesta típicamente maradoniana presidida por la hija de Dios, que se tomaba revancha.