Héctor Bidonde: un tipo con los dientes apretados
Con la dirección de Manuel Iedvabni, el actor protagoniza una obra que reflexiona sobre el genocidio en Armenia
Había prometido que cuando ingresara en la Legislatura dejaría todo, y así lo hizo. En diciembre colgó el traje de representante de la izquierda (había asumido como legislador del partido de Luis Zamora, hasta que el bloque estalló en pedazos) y al mes ya estaba ensayando Un hombre torcido, trabajo que dirige Manuel Iedvabni, que se estrenó la semana pasada. “Estoy volviendo con mucha emoción, con mucha incertidumbre, con mucho cambio. Como si viniera de otro mundo”, dice Héctor “Cacho” Bidonde.
–¿Cómo es retomar el trabajo actoral luego de cuatro años?
–Es raro. A mí me están sorprendiendo muchas cosas que no figuran en ningún vademécum. Si bien había estado tomando clases con Ricardo Bartís, tenía miedo de haberme oxidado un poco. Pero quizá por el entusiasmo que siento, creo que la cosa va fluyendo.
Lo cierto es que el 10 de diciembre dejó su despacho y dos días después llamó a Iedvabni, con quien ya había trabajado, pidiendo pista. Del otro lado, el director reconocía asombrado que estaba pensando justo en él para la obra que acaban de estrenar en el Teatro del Nudo. “Me metí medio de cabeza en el material y me agarró algo como de mucha continuidad entre lo que estaba haciendo en la Legislatura, con todas sus broncas y sus berrinches, y el entusiasmo que me generó esta obra. Pero salí muy enriquecido de la Legislatura, muy cambiado”, dice.
–¿Enriquecido en qué?
–Me pasé toda la vida haciendo un trabajo parainstitucional y tenía muchas ganas de ver cómo funcionaba el poder del país. Al meterme ahí adentro, fui descubriendo ese mecanismo. Allí uno ve la cantidad de cosas que se pueden hacer en la medida en que no te metas con cuestiones vinculadas al mundo del negocio. También me di cuenta de cosas terribles, como que al poder no le interesa la cultura. De todos modos, te diría que salí con la energía redoblada.
Y como ese compromiso continúa, sigue vinculado a la Legislatura como asesor de Patricia Walsh en temas culturales. Así fue como dejó su traje de legislador porteño (se peleó con ibarristas, con los mismos teatreros, con macristas y con su ex padre político), pero sigue opinando sobre el poder de turno: “Con Hernán Lombardi ocupando el cargo de ministro de Cultura, pero siendo él un hombre del turismo, vamos hacia una dependencia mayor con el turismo, como pasó en otras ciudades”.
–Volvés con una obra de fuerte contenido político que pareciera entablar un diálogo entre tu tarea como legislador y tu trabajo como actor.
–Totalmente. Fue una coincidencia casi, aunque no me guste la palabra, providencial. Voy a las pruebas: hago de un viejo que da pelea, que lucha por la identidad armenia. Un tipo que enviudó, que se quedó solo, cuya hija dejó en el olvido el genocidio armenio a manos de los turcos. Le quedó un nieto norteamericano [papel a cargo de Martín Slipak] al que llama y le intenta pasar la posta. El recorrido de ambos nos permite ver el significado de tener un proyecto en estos tiempos. Y si bien este viejo es un peleador, un cascarrabias, un luchador, un tipo con los dientes apretados, tiene una idea de vida.
Su último trabajo en teatro fue Mujeres soñaron caballos, obra de Daniel Veronese. Ahora retomó la tarea de la mano de Manuel Iedvabni, para trazar un personal recorrido entre una figura clave de la renovación teatral y un exponente de la tradición escénica. “Es cierto. Empecé a tomar clases de teatro con Augusto Fernandes en 1964. En el 65-66 salía del centro y me iba al Di Tella a ver las cosas de Roberto Villanueva o de la Minujín. Yo diría que fui egoísta y práctico, con todas las connotaciones que puede tener la palabra, en el sentido de pensar que la profesión pasaba por el uso de una poética realista. Pensaba que era bueno afirmarme en eso. Y siempre, pero más en los últimos 20 años a partir del trabajo de figuras como Rafael Spregelburd, Javier Daulte, Pompeyo Audivert, Ricardo Bartís o Daniel Veronese; me aproximé a otro fenómeno artístico. Y si bien mi palo es Stanislavsky, el realismo; me di cuenta que podía entender otras cosas que no formaban parte de mi formación original. A veces jodo con que soy medio un tránsfuga de clase”, dice riéndose el tipo con pinta de cascarrabias, pero con sentido del humor.
Para agendar
Un hombre torcido , texto de Richard Kalinoski.
Teatro del Nudo, Corrientes 1551. Funciones los sábados, a las 22.30, y los domingos, a las 18.30. Entradas, a 30 pesos.
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