María Estela Martínez estudiaba en el Conservatorio Nacional de Danza, la puerta más importante para una chance en el Teatro Colón, pero la severidad de las profesoras era implacable con sus "pocas condiciones". A la alumna Haydée Padilla , que había entrado con un ocho después de prepararse un mes con clases particulares y "un librito", le apenaron sus lágrimas a escondidas y la invitó a su casa a la vuelta de Galería Pacífico: "Vení, te enseño, practicamos". Y María Estela aceptó. Tomaba el 126 desde Paternal al Bajo con esa ilusión. "Pobre, le costaba, qué se yo. No la vi más hasta que un día la encuentro en una confitería, de casualidad, y me contó que se iba a Panamá a trabajar de bailarina. ¡La cara de mi mamá cuándo se lo conté! Después pasó lo que ya sabemos", dice Haydée y a continuación, mientras camina por la calle Juncal bajo la llovizna, continúa con la voz de Isabelita. Apenas, solo un chispazo de su baúl de maga interminable, recopilado en una carrera que lo tuvo todo y no quiere soltar.
Los ojos le brillan cuando algo gana su interés. Observa con distancia, tratando de captar la esencia del otro para guardarla en la misma bolsa de donde saca gestos, frases, anécdotas que regala como pinturas a mano alzada en lugar de adjetivar. Quizá los chistes -pero nunca el humor- nacieron de la banalidad.
"Supongo que por mi padre andaluz los cuatro hermanos salimos así. Era un hombre muy histriónico, trabajaba de chofer de una familia inglesa muy acomodada que no tenía hijos y nos adoraban. Recibíamos regalos, paseos, fines de semana en quintas, cosas de ricos, otra forma de vivir", dice Haydée, la hermana del director y escenógrafo Federico Padilla, radicado en Brasil donde trabajó para la cadena Globo.
Entre sus últimas apariciones, en la televisión Haydée fue parte de Por amor a vos, de Pol-ka, gracias a la cual recuerda con mucho cariño a Claribel Medina y a Miguel Ángel Rodríguez. En cine trabajó en Lluvia, de Paula Hernández y en Amateur, de Sebastián Perillo, y en teatro, en el verano de 2014, en Carlos Paz, participó de Familia de mujeres, de José María Muscari, con Luisa Kuliok y, entre otras, "la amorosa" Dalma Maradona. "Me gusta cuando en los grupos hay afecto, pero no siempre pasa".
De ese afecto germinado en los ensayos y la escena, le quedó un amigo, "un hermano", José Luis Alfonzo, el actor de las películas Casas de fuego,Lugares comunes y con quien trabajó en España cuando hicieron Venecia, de Jorge Accame. Según Alejandro Veroutis, encargado de la prensa de esta obra producida por Alejandro Romay y que llevaron a Madrid, el éxito era enorme. "Que me disculpe Adriana Aizemberg", a quien Haydée reemplazó, "pero ella estaba fabulosa", entiende Veroutis.
Junto con Alfonzo, Padilla quiere hacer La pipa de la paz, de Alicia Muñoz, un encuentro complicado entre madre e hijo que ya actuaron Betiana Blum y Gastón Ricaud y Mabel Manzotti y Carlos Portaluppi, ideal para una actriz de la madurez de Haydée. Empezaron a leerla, a comentarla en el bar de Juncal y Larrea, su base de operaciones. Buscan a un director del off, alguien joven, con mirada fresca. Los que ella conocía ya no están: ni Carlos Gandolfo, ni Julio Baccaro, ni Alejandra Boero. "Quiero hacer teatro, quiero bailar, estar en el escenario. Que los muertos descansen en paz, yo estoy viva", dice y acaricia el guion: "Esta autora es muy buena, es la de Soñar en Boedo, que hice con Julio (Baccaro). ¿Sabés? Cuando me olvido es porque no me gustó; si no, me acuerdo bien", dice de su memoria selectiva, una elegante manera de no mencionar ciertas cosas porque siempre, primero es tener trabajo.
"Lo que más me gustó hacer fue el musical Mame, con mi adorada Beatriz Bonnet, con Mabel Manzotti. Estaba Moria (Casán) muy joven, ya era así como es ahora": año 1970, teatro Cómico, musical de Broadway de Robert E. Lee y Jerome Lawrence. "Yo hice de todo, como café concert con Bergara Leumann en La Botica del Ángel. El gordo me pidió porque Leonardo Favio no podía esa noche y me quedé. Hice revista con Nélida Lobato, José Marrone, Jorge Porcel; trabajé con Ana María Campoy. A Pepe (Cibrian Campoy) lo conozco desde que era chiquito. Qué familia más divertida", dice la actriz de antes, durante y después de su pico popular más alto, el de "la Chona".
La idea fue de Romay, que la empujó a debutar con ese personaje que todavía no tenía nombre en el programa Tropicana Club. Los teléfonos explotaron con esa señora de picardía naïf que construyó de retazos de mujeres desconocidas, las que hacían la cola en la panadería de sus tíos de Lanús, las que veía en los velorios, la vecina que pedía el teléfono prestado, las flores que usaba su madre en el pelo. De todo eso nació su personaje más conocido, el que tan poco se le parece. "¿Si me comió ese personaje? No, para mí. A la gente le encantaba ver a una actriz dramática hacer humor. Yo era la Chona y hacía El gran deschave", dice sin agregar nada más. La historia es conocida: la obra de su entonces marido, el dramaturgo Sergio De Cecco, súper éxito de taquilla con Federico Luppi y el inicio de una relación de diez años, dos películas (Tiempo de revancha y El arreglo) y mucho dolor.
"Federico está muerto, no sentí nada cuando me enteré, no quiero volver a hablar de él. Me arruinó la vida. No, una parte de mi vida: él era una estrella, se lo creyó y yo también me lo creí y me sometí. ¿Quién iba a dudar de él? A medida que su fama crecía, se ponía más desdichado, más insatisfecho, de una violencia brutal. Pero no quiero hablar de él, ya fue. Me parece muy bien que las actrices, que todas las mujeres cuenten sobre los maltratos sufridos, el acoso, cosas que siempre pasaron pero que no se podían decir", señala sobre esa herida que ya no quiere que le duela: "No me creían. Las que me apoyaron fueron Betiana Blum y Martha Bianchi, la gran China Zorrilla también. Otras, que no voy a nombrar, le decían a Luppi: 'pero dejála a esa loca'. Tuve mucho miedo, mucha parálisis. Pero yo ya no soy esa mujer de 40 años, que había perdido toda objetividad; soy otra. Qué bueno que aprendamos a apoyarnos entre nosotras, que los hijos de p... ya no sean los más admirados. Sin afecto no se puede trabajar. A mí me ayudan mucho los lindos recuerdos".
No me creían. Las que me apoyaron fueron Betiana Blum y Martha Bianchi, la gran China Zorrilla también. Otras, que no voy a nombrar, le decían a Luppi: 'pero dejála a esa loca'. Tuve mucho miedo
Y la maga suelta al aire otra ilusión cumplida, igual de vigorosa que cuando sucedió, con la misma persistencia. La mítica maestra de actores Hedy Crilla, con quien estudiaron Agustín Alezzo, Carlos Gandolfon y Augusto Fernandes, le había dicho que no tenía condiciones. Pero la bendición llegó por otro lado: "Cuando hice el papel de Polly Peachum, en La ópera de dos centavos, de Brecht, dirigida por Onofre Lovero, escenografia de Gaston Breyer, con Walter Santa Ana, en el teatro de los Independientes (hoy teatro Payró), ahí me vio el actor francés Daniel Sorano, que trabajaba con Jean Vilar en el Teatro Nacional Popular. Teníamos un camarín compartido y en mi partecita, en el espejo, yo había pegado dos fotos de mis ídolas, María Casares y Vivien Leigh. Y Sorano fue y escribió en el espejo, en francés, 'mi querida, estás condenada, sos actriz'", cuenta con voz sin arrugas. Esa misma mujer años después, con bucles y una flor en la cabeza, un vestido al estilo Lo que el viento se llevó, fue un mediodía al boliche Pinar de Rocha, no precisamente con Rhet Butler.
"¿Querés ganarte unos cuantos pesos?", le preguntó Alberto Olmedo. Era un rato, para promocionar un vino. "Pero quiero que vengas como la Escarle". Ella le hizo caso, sabía a qué se refería, la Scarlett O'Hara de Vivien Leigh, pero en Ramos Mejía. La pasó a buscar, jugaron un rato a ser otros, tomaron vino de más, rieron y vieron reír y en el auto, de regreso, le dio lo que había prometido, mitad para cada uno. "Podría ser rica. Nunca me importó, presté mucho, no importa, estuvo bien. Cuando tuve que irme a España, por 'subversiva', me ofrecieron una película, El gran embotellamiento. La rechacé porque quería volver a la Argentina. Ese papel se lo dieron a Annie Girardot", dice y sonríe: "Bueno, es la vida. No me asusta el anonimato. Lo único que extraño es el teatro".
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