Hamlet resignificado en una casa de Colegiales
Ojalá las paredes gritaran. Basada en: Hamlet, de William Shakespeare. Intérpretes: Julián Ponce Campos, Antonella Querzoli, Martín Gallo, Augusto Ghirardelli, Mariana Mayoraz, Santiago Cortina. Iluminación: Demián Lorenzo. Vestuario: Paola Lusardi. Colaboración dramatúrgica: Andrés Granier. Directora asistente y co-autora: Leila Martínez. Colaboración en vestuario: Vanesa Abramovich. Movimientos en escena: Marina Cachan. Música: Santiago Cortina e Ignacio Cantisano. Dramaturgia y dirección: Paola Lusardi. Funciones: Domingos, a las 14; y viernes, a las 21. Entradas: ojalalasparedesgritaran@gmail.com . Nuestra opinión: muy buena
Cuando un trabajo de dirección se apropia de un material tan conocido como Hamlet, de William Shakespeare, y logra hacer con él un texto propio que se reconoce fundamentalmente desde el lugar de la lectura y la apropiación merece, desde cierto punto de vista, ser visto con atención. Esto es lo que hace Paola Lusardi cuando toma la historia del príncipe de Dinamarca y la resignifica hasta tal punto que lo hace desaparecer sin perderlo de referencia. No se trata de un texto nuevo, o estrictamente nuevo. Se trata más bien de un trabajo de resignificación por la vía de la apropiación que conlleva necesariamente operaciones textuales muy complejas para moverse por ese delicado borde de una apropiación que reoxigena ahogando.
Lo primero que podría decirse desde una mera cuestión de ritmo es que este Hamlet responde a una operación de recontextualización. Y no solo porque salga de Dinamarca hacia el barrio de Colegiales sino también porque a través del manejo del cuerpo de los actores, de la disposición espacial y del trabajo sonoro se lo posiciona, a manera de diálogo, con un público joven dispuesto a dialogar con ese nuevo sistema.
Están presentes los grandes temas del texto original, así como una parte de sus personajes protagónicos. Y es desde ellos desde donde también se percibe la apropiación sin que se pretenda reescribirlos como seres absolutamente originales. Más bien todo lo contrario. Así como en su momento Heiner Müller en Máquina Hamlet hizo una operación por medio de la cual Ofelia y el agua se convirtieron en toda una operación estética, aquí Lusardi parece partir de allí más que de Shakespeare para darle a su propuesta uno de sus grandes puntos: el agua es, en sus diversas variantes y formas, uno de los grandes protagónicos, presente, como decía, en el original pero también en sus apropiaciones. Si Ofelia muere en el río en Shakespeare, y es la que "el río no retuvo" en Müller, aquí lo literario se convierte en pura imagen y una simple regadera lanza a este personaje a un clímax de reconocimiento poético que luego se volverá más obvio a través de un sutil juego de agua y luz que delinea su estado, tanto en lo anímico como en lo estrictamente argumental.
El particular uso del espacio que se realiza en esa hermosa casa convertida en palacio (y en teatro) es el otro gran protagonista puesto que la versión juega con tantos niveles que se convierte en un hermoso derrotero para los sentidos. Escaleras, alturas, cuartos que ocultan personajes que gritan para proyectar su voz, y escenas que transcurren del otro lado de un enorme ventanal son parte de las decisiones poéticas de esta singular directora y dramaturga. El énfasis que la puesta hace en una "cultura juvenil" no deja afuera a un espectador que tenga ganas de buscar marcas de lectura más complejas que pueden tener que ver con las lecturas que del Hamlet se han hecho hasta juegos meramente visuales que van dejando marcas a medida que la obra avanza: una escupida sobre el vidrio irá cayendo a su ritmo a medida que se desplaza sobre el vidrio y explicita la furia del príncipe.
Ojalá las paredes gritaran es una bella propuesta (doble en realidad, porque se hace tanto de día como de noche) que expone a una directora novel que ya se ganó, por talento y osadía, un lugar en las expectativas del sistema teatral porteño. Se animó a hacer una lectura personal de un texto icónico al tiempo que discute con la tradición espacial del teatro porteño tan dependiente de la sala como espacio de producción y demostración, apostando por un tipo de site specific que pone en tensión tanto la estética como al sistema de producción.
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