Gwen: una hermosa carta de amor para una inigualable estrella de Broadway
En el original musical sobre la vida y obra de Gwen Verdon, esposa y musa de Bob Fosse, resaltan los impecables cuadros coreográficos y la actuación de Virginia Kaufmann como la diva en su etapa madura
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Autor, director y coreógrafo: Juan Martín Delgado. Elenco: Romina Fos, Virginia Kaufmann, Milagros Llanos, Yerar Pérez, Andrés Rosso, Leonardo Robaglio, Nahuel Silva y otros. Escenografía: Giuliano Benedetti. Vestuario: Victoria Molotok. Luces: Matías Pagliocca. Sala: Pablo Picasso, del Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660). Funciones: miércoles a las 22. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy bueno.
Gwenyth Evlyn Verdon –tal su nombre completo– fue una de las máximas figuras de Broadway de los años 50, 60 y 70, una eximia bailarina de piernas interminables y la musa de Bob Fosse. A los tres años fue diagnosticada con raquitismo y, para fortalecer sus piernas y agilizar sus movimientos, su madre decidió enviarla a estudiar ballet, sin saber que de esa manera marcaría para siempre su destino. Pese a su formación clásica, Gwen Verdon –así prefirió llamarse profesionalmente– optó luego por ser una bailarina versátil y abarcar todos los estilos, entre ellos el tap. Y también, por convertirse en una de las actrices y cantantes más graciosas. En sus inicios, sus grandes inspiradores fueron (en la danza) Fred Astaire y (en la comedia) Charlie Chaplin.
Comenzó trabajando para Jack Cole, el considerado padre de la danza jazz, como su asistente y primera bailarina. Y junto a él se encargó de darle movimiento a las grandes películas de Hollywood protagonizadas por Marilyn Monroe, Betty Grable, Lana Turner, Rita Hayworth y Jane Russell, entre otras rutilantes divas de la época dorada.
Ya instalada en Nueva York, probó suerte en Broadway y obtuvo el primero de sus cuatro premios Tony en 1953 por su protagónico en Can Can. A partir de ahí su popularidad aumentó raudamente hasta convertirse en la mejor intérprete de teatro musical de su generación. Verdon originó, entre otros, los emblemáticos roles de Lola, Charity y Roxie Hart de los musicales Damm Yankees, Sweet Charity y Chicago, por los que ganó los tres premios Tony restantes de su CV. Además de ser el coreógrafo y director de esos tres espectáculos, Bob Fosse fue su gran amor. Con él se casó y tuvo una hija: Nicole. Y aunque su estrellato le permitía independizarse y profundizar un camino propio, se inclinó muchas veces por secundar a su marido en proyectos artísticos que sólo le redituarían fama y elogios a él, como la gestación de los filmes Cabaret, Sweet Charity (con el protagónico de Shirley McLaine, y no el suyo) y All That Jazz. También debió lidiar con las adicciones y la pronunciada y pública tendencia a la infidelidad de su consorte. No obstante, Verdon quedará en la historia grande de Broadway como la gran bailarina que logró ser sexy, graciosa y sensible al mismo tiempo.
Para sorpresa (y placer, claro) de muchos, a miles de kilómetros de distancia de la usina creativa que la vio crecer, y a 24 años de su fallecimiento, aquí y ahora, en Buenos Aires, se le rinde semanalmente un homenaje que es presentado como “una carta de amor a Gwen Verdon”. Y verdaderamente lo es. Se trata del musical Gwen, que va los miércoles a las 22 en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza; un espectáculo fundamentalmente coreográfico, a través del cual se recorren y “cuentan” los momentos más significativos de su carrera y su vida personal, hasta llegar a su último éxito teatral, el de Chicago, en 1975.
La idea fue de Juan Martín Delgado (el factótum de La desgracia, el musical que revolucionó la escena off hace ya siete años y hoy perdura los martes en otra sala de La Plaza, la Pablo Neruda), también responsable de las coreografías y la dirección general, y a él debe adjudicársele el mayor de los méritos. En sóoo una hora, y a través de una veintena de cuadros de baile –inspirados en el estilo Fosse, pero muy alejados de la copia–, que no dan respiro, logra transportar al espectador a una época única y poner en valor una historia de vida y un legado inigualables (pocas veces recordados, excepto por la serie Fosse/Verdon, en el 2019). Aliados importantísimos de su trabajo son el vestuario de Victoria Molotok y el diseño de luces de Matías Pagliocca.
El otro factor a destacar es el compromiso, la vitalidad y el talento de todos los intérpretes del show (en su mayoría bailarines), que, además de bailar, van componiendo los distintos personajes que hacen a la biografía de Verdon. Merecen un reconocimiento especial Romina Fos, como la bailarina en su juventud y mayor etapa de proyección artística, al comando de coreografías muy complejas y extenuantes; Yerar Pérez como Bob Fosse, quien deslumbra con unas líneas y movimientos impecables al son de “Mr. Bojangles”; y fundamentalmente Virginia Kaufmann, como la diva en su madurez, a cargo de dos de los tres temas cantados en vivo (”¿Dónde estoy yendo?, de Sweet Charity, y “Roxie”, de Chicago) y un graciosísimo monólogo final, donde demuestra por qué es una de las mejores actrices del género en el país.
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