Quien fuera una de las caras de Socorro quinto año, ideada por Alejandro Romay, está a cargo de una sala de más de 800 butacas ubicada en el predio del Colegio Marín, en la que presentará obras de calle Corrientes
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“Un amigo que da clases acá me llamó hace unos meses y me avisó que había un teatro inmenso, medio escondido, para la gente de la zona. Lo vine a ver y me encontré con un espacio de 833 localidades en pleno San Isidro, rodeado de este parque maravilloso, y se me ocurrió gerenciarlo. En todo el partido de San Isidro no hay una sala de estas características. Y acá estamos, a días de abrirlo para todos”.
Quien habla es Gustavo Ferrari, aquel joven actor de la serie para adolescentes Socorro, quinto año que ideó Alejandro Romay en 1989, el actor de obras de culto de la escena alternativa, el que abrió una sala clave del circuito independiente porteño, el que produjo Monólogos del pene, el amigo de Alejandro Doria y el que donó un riñón para su esposa. Este señor de tantas vidas ahora está detrás de la apertura de la gran sala de San Isidro. Habla con a LA NACIÓN en una mañana de sol en este predio de 20 hectáreas que pertenece al Colegio Marín, en donde hay chicos estudiando mientras algunos pintores trabajan en el hall para dejarlo en perfectas condiciones, El martes 5 de noviembre, con Luis Brandoni como padrino de la sala, se presentará en sociedad el viejo (pero nuevo) Teatro Marín, que Ferrari gestiona pensándolo como una sala de gira para espectáculos de la Avenida Corrientes.
La programación arrancará con Yo amo a mi maestra normal, de Juan Pablo Geretto, el 17 de noviembre; y, el 22, será el turno de Habitación Macbeth, con Pompeyo Audivert, dos exitosos montajes de su productora. A esos espectáculo sumamente elogiados se le agrega un homenaje a Queen. El teatro, ubicado al lado de la iglesia del Colegio Marín, está rodeado de un parque maravilloso con estacionamiento para 200 vehículos. La sala cuenta con una gran platea y un pullman, y se despliega en medio de un entorno un tanto bucólico, único.
Si bien la zona está rodeada de grandes tiendas, restaurantes de autor y pomposos emprendimientos arquitectónicos, los teatros escasean. Está el Niní Marshall, en Tigre; una sociedad italiana en San Fernando que a veces programa obras, el cine/teatro York, de Vicente López; y el Stella Maris, una sala de 300 butacas próxima al teatro Marín. Paradójicamente, es muy diferente lo que sucede en los partidos del sur del conurbano en bonaerense. En Avellaneda, Quilmes y Lomas de Zamora hay una gran cantidad de espacios teatrales, tanto públicos como privados. “Cuando cuento que estoy por abrir esta sala en pleno San Isidro, nadie lo puede creer”, señala entusiasmado en el bar de este inmenso predio que se inauguró en 1912, con la presencia del Presidente de la Nación Dr. Roque Sáenz Peña y las personalidades más importantes de la época.
Desde que tomó noticia de la existencia del lugar al día de hoy pasaron pocos meses. Apenas supo de este tesoro escondido tomó contacto con las autoridades de la institución. En paralelo, le pidió a Carlos Rottemberg, amigo suyo y compañero de la asociación que nuclea a dueños de salas y productores comerciales (Aadet), que lo acompañara para analizar las potencialidades del lugar. Ferrari reconoce que la sola sola presencia del reconocido productor ayudó a cerrar el acuerdo con los directivos del centenario colegio religioso. Desde ese momento, la sala y su entorno inmediato están en obras. Como moño del acto del martes 5 estará Luis Brandoni quien, en marzo de 2023, fue el padrino de la sala Carlos Carella, también gestionada por Ferrari.
En la historia de este actor y productor hay otro mojón en lo que hace a un espacio teatral. En 1993 fue parte de la apertura de la sala El Callejón de los Deseos, actual Espacio Callejón. En aquel momento era actor (y más que eso). En junio de aquella temporada estrenó la primera obra en esa sala emblemática del circuito alternativo que manejaban Miguel Ángel Solá y la artista visual Alicia Leloutre. “Sin pensarlo, vendí mi auto para hacer la parrilla de luces, las gradas, el cartel de la entrada...; dormía cuatro horas por día porque, mientras tanto, estaba grabando una telenovela. Venía de hacer Socorro...; pero toda mi energía la puse para la apertura del Callejón”, admite con cierto orgullo.
“La exposición de esa serie no me la bancaba, era la nada misma. Ese cosa de convertirte en ‘famoso’ la vivía como algo inmerecido, molesto. No había hecho nada antes, solamente hice una buena audición y quedé. Veía todo lo que se armó alrededor de ese éxito y lo sentía como algo gratuito, ajeno”, confiesa quien, gracias a otra audición, quedó en el elenco de la película Las cosas del querer 2 (1989), con Ángela Molina, Manuel Bandera, Susú Pecoraro y Darío Grandinetti.
La trayectoria del ahora señor de la sala de San Isidro tiene varias capas fue fueron encontrando su lógica interna luego, entre tensiones y prejuicios. “Estudiaba actuación en lo de Alejandra Boero, y yo estaba maravillado con todo lo que era el teatro de arte. Pero como había empezado a hacer televisión en Canal 9 en una telenovela de Alberto Migré (Esos que dicen amarse), todos mi miraban con mala cara. Claramente había un conflicto, una tensión”, admite ahora. En paralelo, fue actor de Alberto Félix Alberto, creador clave del llamado teatro imagen de los 90. En ese otro ámbito, la tensión se percibía. “Me fui llorando de la audición con él porque me dijo que me jugaba en contra estar haciendo televisión. Era donde yo quería estar, en su teatro, pero justo había empezado con Socorro...”.
En la serie de los chicos del quinto año de Rodolfo Ledo compartía las grabaciones con Laura Novoa, Walter Quiróz, Virginia Innocenti y Fabián Vena, entre otras jóvenes promesas. Como una especia de revancha, en teatro, en donde se jugaba sus fichas, llegó a ser parte del elenco de En los zaguanes ángeles muertos, monte clave de la época. Ahí su otro grupo lo conformaban gentes como el iluminador Gonzalo Córdova, el director y dramaturgo Nelson Valente y el actor Nacho Gadano, entre otros.
Su último trabajo actoral fue en 1999, con la obra Bent, espectáculo sumamente significativo en el circuito del teatro de arte del momento, En verdad, hubo otra vez que se subió a un escenario; pero fue por pura eventualidad, por estado de necesidad y urgencia. Ya como productor estaba de gira con Confesiones del pene. A falta de un actor para completar el trío actoral, volvió al escenario. Aquella exitosa producción fue la contracara de los Monólogos de la vagina, otro éxito que protagonizaron distintos tríos de actrices. Confesiones del pene tomaba todos los tópicos de la masculinidad. “Hoy a esos textos le faltaría un poco de deconstrucción, pero funcionó tan bien que pasaron más de 30 actores”, recuerda. La lista impresiona: Arturo Bonín, Juan Palomino, Diego Peretti, Nicolás Scarpino, Fabián Mazzei, Guido Kaczka, Daniel Miglioranza y siguen los nombres. Llegó a tener en simultáneo dos elencos. En tiempos de la crisis de 2001, partió a España con esas confesiones. Con la recaudado se pudo comprar su primera casa. Todo gracias a un obra basada en una parte del cuerpo que ninguno de los actores mostraba.
Prueba de amor
Por fuera de los sets televisivos o los escenarios, Gustavo Ferrari conoció en 1995 a Marina Pampín. A tres días de aquel flechazo, la actual gestora cultural le dijo que no podía tener hijos debido a enfermedad renal crónica. Justo a él, en ese momento, le había picado la idea de la paternidad. “Si cuando conocés a alguien que te dice que no puede tener hijos, vos salís corriendo, es porque no estás hecho para el amor. Yo me había enamorado de ella, nos casamos al poco tiempo. Marina entró en diálisis y yo fui el donante del riñón”, cuenta desde el bar del colegio al cual van llegando chicos y chicas del lugar. A los tres años, 2002, nació Marco Ferrari. Después vino el segundo hijo del matrimonio: Rocco.
Cuando en el país sonaban los cacerolazos, en 2001 la familia partió de gira a España con Confesiones del pene. Marco era un bebé. “Nos fuimos a donde estaba el trabajo, y eso era allá. No teníamos un mango. Fue a instancias de Carlos Rottemberg quien también estaba presentando obras de su producción en Madrid”, cuenta riéndose de aquella jugada con final feliz. Así fue que en esos tiempos tan complejos, Ferrari llevó la obra de las confesiones a Europa. En paralelo, Rottemberg, desembarcaba con No seré feliz pero tengo marido, con Linda Peretz, quien era su esposa en aquellos tiempos. En perspectiva, aquello podría ser el argumento de una sitcom. “Fue todo un delirio. Marina y yo íbamos con Marco, que era un bebé, de un teatro a otro. ¡Hasta lo pusimos en un afiche!”, cuenta, tentado de risa. A las horas del comentario, envía el afiche como muestra gráfica de todo aquello.
A la distancia, Ferrari analiza su paso de actor a la producción teatral. “El error en la actuación se me hizo difícil de soportar, siempre quería repetir las tomas. El nivel de exposición no me gustaba. Por eso ni se me ocurre verme ahora en una vieja telenovela o en una película. No la disfruto”, apunta quien, antes de la pandemia, se involucró como productor de espectáculos de creadores de redes que él ni conocía, ni entendía. Pero -dato de época- llenan grandes salas.
-A tus 57 años, ¿qué lectura le dás a esta nueva jugada?
-Lo vivo como algo natural del proceso. Si en 1993 inauguré El Callejón de los Deseos, esto del Teatro Marín es totalmente lógico -intepreta-. Pero esa coherencia la veo recién ahora. En 1993 yo era actor, no sabía que era productor. Pero sí sentía que el pilar de mi vida en aquel momento fue trabajar en la obra con la que se abrió esa sala, que dirigió Esther Goris. No era haber actuado en Socorro quinto año, filmado películas y grabado telenovelas reconocidas”.
Aquella obra lo marcó; se llamó El otro sacrificio. Actuaban Alejandro Awada, Sandra Ballesteros y Claudio Tolcachir, entre otros. A Tolcachir lo había conocido meses antes, en un taller de teatro para adolescentes en la escuela de Alejandro Boero. El reconocido actor, director, dramaturgo y gestor era, junto con Luciano Cáceres, los dos únicos hombres del curso.
Volvamos a San Isidro. Si hasta este momento esta sala estuvo escondida en medio del gran parque, ahora sobre la Avenida Libertador se instalará la marquesina del Teatro Marín, Puertas adentro, ya está listo el baño para discapacitados que se construyó, se está pintando el hall y se siguen ultimando detalles. En otra etapa, Gustavo Ferrari imagina sumar un salón del gigante predio para montajes de la escena alternativa. Pero para eso falta. Ahora, el exactor de una serie de jóvenes que cursaban su quinto año de la secundaria está preparando para su inauguración el Teatro Marín, un tesoro escondido en medio de otro colegio con alumnos en quinto año.
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