Gran actriz, gran texto
Ficha técnica: Juana, la loca / Llibro y dirección general: Pepe Cibrián Campoy / Intérprete: Patricia Palmer / Coordinación artística: Damián Iglesias / Vestuario: Alfredo Miranda / Luces: Pepe Cibrián Campoy y Carlos Gaber / Coordinación de escenario: Maxi Perugino / Producción general: La Crypta / Sala: El Cubo / Funciones: sábados, a las 20; domingos, a las 19 / Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Apartir del monólogo Marica hubo un notorio cambio en Pepe Cibrián Campoy. Tal vez le faltaba la confianza propia para largarse sin dudarlo a escribir textos que no estuvieran vinculados al musical pero, a su vez, de sonoridad musical. Encontró en la forma del verso lorquiano una nueva forma de expresión que, bien hecha, puede avivar el testimonio, encender el mensaje. Es la forma de lenguaje sobre la que volvió a abrevar para escribir Juana, la loca , que hoy magistralmente interpreta Patricia Palmer.
Solita su alma sobre el escenario, la actriz encarna a siete personajes y cambia de máscara con una ductilidad natural sin que nada resulte forzado. Allí está Juana, a la que siempre le dijeron loca y su mayor locura fue haberse atrevido a enfrentar al orden establecido. Era reina, pero no le alcanzó. Pasó más de cuatro décadas encerrada en una prisión. Le arrancaron a sus hijos, fue humillada por su madre y condenada por los tres hombres más importantes de su vida: su padre, su amor, el llamado Felipe el Hermoso, y su hijo, Carlos I. Ser mujer y sentirse libre no congeniaban en esa época, por lo tanto con la reclusión también fue condenada a ser olvidada, a estar perdida. "Se me escapa el tiempo", repetirá una y otra vez, mientras gira y gira por su mundo oscuro, vedado, de recuerdos, traiciones. En medio de ese tiempo sin futuro ella pugnará por tener un presente en esa tiniebla.
Cibrián, nuevamente, impuso este estilo que tan bien maneja para reflejar un sentimiento trágico de vida. Aunque, inquieto, buscó mayor teatralidad y al verso libre le yuxtapuso una prosa delicada, poética, sensible. No se engolosinó con los contenidos de esta historia de más de 70 años sino que optó por condensar el interior de ese personaje (y los demás) desde su expresividad. Con su texto logra otro tipo de partitura, mediante la cual acaricia el drama y la tragedia, bebe en el verso y vuelve al relato.
Cibrián fue hábil para conducir a la actriz por cada pensamiento, cada sentimiento y puso acciones físicas en un texto que, a su vez, resulta bellísimo para leer. Los cambios de personajes son subrayados por la magnífica puesta de luces que realizó Cibrián en conjunto con Carlos Gaber, un preciosista en la materia.
Sin dudas, Patricia Palmer encontró en este libreto la mejor oportunidad expresiva de su carrera teatral. Es una gran actriz a la que no suelen lloverle oportunidades, tal vez por la gran popularidad que tuvo alguna vez por medio de la televisión. El texto es muy difícil y ella no trastabilla jamás en ninguna de las cuartetas. Transita esas formas y tonalidades como si fueran su lenguaje cotidiano y le da real dimensión a cada una de sus criaturas. Debe realizar aquí un trabajo físico exigido, que no es escollo para su talento. Es bellísimo escuchar decir como se debe. Pasa por la reflexión, pero también por la desesperación, con una naturalidad lógica. Rompe, quiebra, hace y deshace, todo con una habilidad artesana. Su Juana anda en busca de razones. Sobrelleva muchos momentos en los que el espectador se sentirá profundamente conmovido. Como dice el texto, ella se entregará sin miedo a enloquecer, lacerada por la traición, por el desamor. El tiempo es su peor verdugo. El público agradece con una ovación casi unánime.
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