Germán Tripel: por qué se enojó con Mambrú, volver a la calle Corrientes y cómo maneja la vida hogareña con Flor Otero
El músico y actor interpreta a Theo en School of Rock, una de las grandes apuestas de la cartelera porteña actual; antes de una función, habló con LA NACION sobre su presente “en paz”, su vida familiar y los motivos que lo llevaron a amigarse con su propia historia
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En la era de las biopics y del revisionismo histórico del espectáculo argentino donde se trae al presente a cualquier personaje que cumpla con al menos uno de los géneros cinematográficos, la vida de Germán Tripel se vuelve una de las más interesantes para crear una serie que tenga todos los matices, del suspenso al drama, la comedia y hasta el romanticismo. Una cronología en tiempo real, relatada en primera persona, donde se cuenta el camino de un anónimo aspirante a rock star que alcanza la cima de popularidad, muestra su ira cuando el sueño se le esfuma, cae en la depresión y resurge cuando lo rescata la bella princesa del cuento, con quien forma una familia y traen al mundo a la pequeña Nina, hoy de nueve años. Más o menos así sería el guion.
Hoy, en su momento de mayor luminosidad laboral y anímica, “Tripa”, como le dicen sus amigos, se ríe de todo. Reconoce que su mujer, Florencia Otero, le cambió la vida y hasta sonríe cuando le nombran su pasado en Mambrú. Claro, con el paso del tiempo y de los éxitos reales, entendió todo: que surgió de una boy band pero tiene verdaderos hitos de la comedia musical como la original puesta de Rent, en 2008; su ACE en 2009 con Hedwig And The Angry Inch y su histriónica Kinky Boots en Mar del Plata, el verano pasado. Mientras dialoga con LA NACION, comienza a mimetizarse con su personaje Theo de School Of Rock, obra que, por función, es vitoreada por más de 2500 personas en el teatro Gran Rex. Una fiesta de casi tres horas que se completa con 13 chicos en escena, liderados por Agustín “Soy Rada” Aristarán y Ángela Leiva.
“School Of Rock funciona porque todo está estudiado de antemano. Menos Agustín, que venía de hacer con el mismo equipo de producción Matilda, las personas del resto del elenco audicionamos y pasamos etapas. Yo la audición la hice en la primera instancia, prepandemia, cuando se comenzó a gestionar el proyecto. En esa época con Miguel Granados nos íbamos a alternar el personaje principal de Dewey Finn, una función cada uno, pero después vino el Covid-19, la puesta de Matilda y ahora yo quedé con otro personaje, el de Theo, y alternante de Rada, haciendo su papel solamente dos funciones por semana”.
-El personaje de Theo maneja un código muy Tripel.
-Lo inventé todo yo. El director, Ariel Del Mastro, me dio mucha libertad para componerlo. Mi idea fue que sea lo más payaso y aparato posible. A los chicos del elenco les gustó y quedó. Theo es el líder de una banda ochentosa argentina, hoy fuera de tiempo. Es el Axel Rose argento. No tengo ni texto, pero no me saco el personaje de encima sino que lo vivo con mi identidad. Quedó divertido, suma al espectáculo.
-Y en tu rol de alternante, ¿a qué protagonista vemos?
-Es otra obra, otra impronta. Hacemos dos Dewey Finn muy distintos con Rada. Él lo hace a su manera, mucho más nacional, yo lo hago más parecido al original. Sobre todo porque tengo el physique du rôle de Jack Black, el actor de la película y hago humor con base a eso.
-¿Una obra maratónica como School Of Rock requiere de una preparación especial?
-Cuando digo que sí a obras tan exigentes como esta, me mentalizo que durante ese tiempo hago solo eso y toda mi semana gira en torno al trabajo. Descanso lo que tengo que descansar, me cuido la garganta, sobre todo en invierno y me alimento muy bien. Mi última obra, Kinky Boots, en Mar del Plata, era de martes a domingos, y sábados dos funciones. Es como un mundial de fútbol, te guardás y concentrás. Lo que sí trato es que mi personaje se diferencie del trabajo anterior. No me gusta repetirme, tanto en lo vocal como en lo actoral.
-En el elenco hay muchos chicos. ¿Cómo se trabaja con ellos?
-Hay que ser muy cuidadoso porque si improvisás o te olvidás la letra o una marcación, les generás un problema. Ellos estudian todo a la perfección, son muy profesionales y hay que estar a la par de ellos que son verdaderos relojitos. Hay 39 chicos, divididos en tres elencos de 13 y tienen entre nueve y 16 años. Claro que hay chicos que son más sueltos y están más en la historia que en el texto, pero depende de la personalidad de cada uno. Cuando estoy en el escenario con ellos me concentro en hacer lo que esperan de mí, sin lugar a ninguna eventualidad.
-Muchos de los chicos tienen la edad de tu hija, Nina.
-Exacto. Y me emociona mucho. Siento que soy un poco el papá de todos ellos. De hecho una de las marcaciones que me hizo el director fue que mi personaje no podía ser tan padre sino más un maestro de música que hace cualquiera. En los ensayos o tiempos de descanso entre función y función, con los grandes les cantamos canciones de nuestra época. Les hacemos googlear bandas que deberían conocer. Yo les pregunto qué escuchan y está bien Emilia, Tini y María Becerra pero también existen Guns N´Roses, Pink Floyd, Metallica.
La era Mambrú
-¿Y la boy band argentina por excelencia?
-Los papás les dicen que escuchen Mambrú (sonríe). Algunos vienen y me dicen que la mamá y el papá me escuchaban cuando eran jóvenes. Es que con la mayoría de los papás somos contemporáneos, de cuarenta y pico. Cuando termina la función y salgo al hall, me saco más fotos con los padres que con los niños.
-¿Antes de músico, eras profesor de educación física?
-Sí, daba clases en primaria y secundaria. Era exigente. Yo salí tercero en el Metropolitano de atletismo en la disciplina salto en largo. Primero entrené en el Cenard y después pasé a un club alemán, donde tenía un profesor muy estricto que me entrenaba como si fuera a competir en las Olimpíadas. Para mis clases tomé su disciplina pero era mucho más lúdico. La música nada que ver, nunca estudié, solo cantaba en bandas de rock armadas por mí.
-¿Llegaste a la final de un reality de talentos musicales sin haber estudiado música?
-Así es. Nunca estudié música ni canto. Mi primera banda la formé a los 13 años y se llamaba Odiosa sombra. En la secundaria, de más grandes, hicimos otra que se llamaba Viejos en camiseta. Yo era el cantante porque era lo más barato, no necesitaba comprar ningún instrumento.
-¿Cuándo te amigaste con Mambrú?
-Hace dos años. La verdad es que estuve muy enojado con mi paso por el grupo. En la época que actué en Rent, estamos hablando de 2008, yo seguía muy enojado con la vida, aunque la banda había terminado en 2005. Di muchas entrevistas enojado, diciendo que cosas feas. Tomaba esas entrevistas como terapia, los periodistas eran mi vía de descarga. En una nota dije que Mambrú era una mier.... Me equivoqué en hablar en nombre de todos. Aprovecho esta nota para pedirles perdón a mis amigos de Mambrú. Lo digo en serio, no es ironía. Ahora estamos muy bien cuando nos juntamos. Hasta divagamos en imaginar que pasaría sí…
-¿Qué fue lo que tanto te hizo enojar?
-La poca humanidad que tenían los productores. Cuando el proyecto se terminó, nos abandonaron. No podés dejar a cinco pibes de veintipocos años tirados después de lo que se vivió. No es como ahora que, con las redes, todo es distinto porque uno va manejando su popularidad. Ahí quedamos expuestos y solos. Pudo haber terminado en tragedia. Nos soltaron la mano de manera fea. A mí me educaron para ser humano, no para ganar plata cueste lo que cueste. En el ambiente hay gente que solo piensa en ganar plata.
-Los documentales de Parchís y Menudo hablan un poco de eso.
-Me los vi todos. Hasta los de Los Beatles. Siempre que veo un documental de alguien que pasó de lo multitudinario a la soledad, me veo representado. Puede ser España, Puerto Rico o Estados Unidos pero la lógica es la misma. En Paraguay, la gente tiró abajo la cerca del aeropuerto y empezó a correr de un lado para el otro sin control. Estaba ahí la hija del presidente, con una limusina esperándonos, y nosotros habíamos viajado en un vuelo privado. Me pasó también de estar caminando por la calle con gente de seguridad y que una chica se cuele entre ellos y me arranque la ropa. No me lo contaron, lo viví en carne propia. La diferencia entre los Parchís y Menudo con nosotros fue que ellos sabían que hasta cierta edad estaban en la banda y después quedaban afuera. Nosotros pasamos de un día viajar en vuelo privado a no tener más trabajo. Teníamos un plan de cinco discos y nos limpiaron en el tercero.
-Aun con el enojo a cuestas, protagonizaste musicales icónicos y hasta ganaste un ACE.
-Rent marcó un antes y un después en mi vida por dos motivos muy claros. Uno, porque conocí a Florencia, el gran amor de mi vida y la madre de mi hija, Nina. Y porque descubrí un camino que me apasiona como el de los musicales. Yo estaba por sacar un disco y dentro de todo, las cosas se estaban acomodando. Hice el casting de Rent con una sonrisa de oreja a oreja pero no quedé. A la semana me enteré que Universal había encajonado mi disco y quería romper todo. Me llaman de nuevo de Rent y fui con una cara terrible, estaba desencajado. Canté y hasta me puse a llorar frente a los directores. Cuando terminé me fui sin saludar a nadie. Y ahí quedé, porque la impronta del personaje era esa, de enojo, no de feliz como la primera vez.
-¿Y qué te desenojó?
-El paso del tiempo. Pasé del enojo a tomarlo en broma como cuando salíamos con Flor en la tele y zapeábamos temas de Mambrú. Ahora soy padre, estoy en otra sintonía. Me amigué con mi historia. Me río de todo lo que pasé y viví. Nina sabe que estuve en Mambrú pero también cree que “Sweet Child O’ Mine” (canción de Guns N’ Roses) es mía y por ahora no la voy a contradecir, no hay que romperle la ilusión a los niños (sonríe).
En familia
-La familia de Florencia Otero es como la realeza de la música. ¿Cómo te recibió?
-Muy bien. Es tal cual, la familia Otero es la realeza de la música. Todos los hermanos de Flor son músicos de primer nivel. Son ocho en total. Santiago es orquestista, trabajó con Les Luthiers; Marisol Otero es una cantante de lujo, cantó para el Papa. Entré con mis temores pero rompí el hielo cantando una de Mambrú. Ellos en las reuniones familiares eran muy del karaoke y bueno, el noviecito de la más chica tenía que mostrar sus cartas y canté en un cumpleaños “A veces”. Me recibieron muy bien. Son muy unidos y cuando se ven bien, se apoyan. Veían feliz a Flor y conmigo tuvieron la mejor.
-Con Florencia tienen una trayectoria muy similar. ¿Cómo congenian profesión y amor?
-Al principio fue difícil, porque yo veía en Flor procesos que yo ya había vivido. Le llevo 10 años y ella también pasó por diferentes enojos con la industria. Entonces, en ese sentido, nos entendíamos. Ella es luz, es buena, talentosa, metódica, hace las cosas bien tanto arriba como abajo del escenario. Yo soy el rebelde, el contrariado, el sin filtros. Si algo no me gusta lo digo, ella se toma su tiempo. Yo soy el sindicalista y ella es la que se maneja con más protocolo. En una época estaba celoso de ella de todo lo que le pasaba porque si bien hacíamos casi lo mismo a ella se lo reconocían y a mí no. Esa competencia mía con ella me hizo admirarla y amarla más. Después me enteré de que ella también se ponía celosa de mí porque me llamaban para tal o cual cosa. Pero fue todo charlado y superado.
-¿Muchas horas de terapia?
-Ninguna. Nunca hice terapia por decisión propia. Mi terapia es esta nota, cuando voy a correr que lo hago casi todos los días. Voy sin música para pensar y hablar conmigo. Siempre que tengo un error me cuestiono qué hice mal, qué debería haber hecho, cómo debo afrontarlo a futuro. Solo hice terapia grupal cuando estaba con Mambrú y de pequeño, porque tenía problemas de atención. Después, nunca más.
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