Gérard Depardieu en el Colón: el actor combatió la frialdad a fuerza de talento
A pesar de presentarse con el teatro semivacío, el francés se terminó ganando a la audiencia sobre el final del espectáculo
¿Un final de año que dejó a todos exhaustos? ¿El clima sofocante de este fin de semana? ¿El efecto Al Pacino que puso en alerta al público y bajó las expectativas en los días previos? Tal vez una mezcla de todos estos factores es lo que conspiró para que la presentación de Gérard Depardieu en el Teatro Colón no tuviese ni por asomo el marco imaginable para una figura de esas dimensiones. Una platea semivacía, palcos en su mayoría desocupados y un puñado de entusiastas en los sectores más altos funcionaron como escenografía de una actuación que fue claramente de mayor a menor.
Depardieu entró vacilante al Colón en medio de la frialdad general y casi dos horas después se despidió triunfante, dueño completo y absoluto del escenario. Se impuso al final a fuerza de talento, con el temperamento casi animal de su innata condición de hombre de teatro y con la ayuda de un repertorio que terminó justificando la presencia del francés en la máxima sala lírica de la Argentina: quienes estuvieron este sábado en el Colón jamás olvidarán la magistral concepción, realización e interpretación vocal y musical de El carnaval de los animales, de Saint-Säens, con un texto lleno de deliciosa y poética ironía que Depardieu iba leyendo desde un atril mientras los pianistas David Fray y Emmanuel Christien (que llegaron junto al francés) y un octeto de extraordinarios músicos argentinos desplegaban las páginas de la partitura de Saint-Säens con un vuelo y una expresividad que llevaron al propio Depardieu a aplaudir en dos oportunidades a sus acompañantes escénicos.
Con su inmenso corpachón tratando de a poco de acomodarse a las dimensiones del Colón, Depardieu inició su presentación media hora después de lo previsto. Para las 20 del sábado, hora original fijada en las entradas impresas, las puertas del Colón apenas comenzaban a abrirse. Por la extensión de las filas de quienes aguardaban en la calle se veía sin esfuerzo la escasa convocatoria. Todo quedó a la vista cuando al comenzar la función ni siquiera la mitad de la platea se había cubierto.
La primera parte estuvo marcada por tres monólogos recitados por Depardieu, precedidos en cada uno de los casos por música de Chopin magníficamente ejecutada por Fray. El primero fue Ruy Blas, el drama trágico de Victor Hugo que Depardieu interpretó en 2002 para un telefilm dirigido por Jacques Weber. Al actor le costó llegar a la profundidad y la complejidad de un texto que juega con las ambiciones, las venganzas y los juegos de poder en un ambiente cortesano, tal vez porque todavía se estaba acomodando en el escenario. Por momentos parecía que su corpulencia podía llevar a hacerle perder el equilibrio. No encontraba la manera de apoyarse con comodidad en algún sostén (un extremo del piano, por ejemplo) para mantenerse erguido.
Las cosas fueron cambiando con los dos monólogos de Cyrano de Bergerac, personaje que en el cine y el teatro tienen a Depardieu como su intérprete definitivo. El monólogo de la nariz, primero, encontró al francés cada vez más instalado, pero todavía buscando su mejor lugar. Así y todo, la deliciosa ironía del texto de Rostand fluyó con precisa naturalidad en su voz, que comenzó a encontrar todos los matices que le conocemos. Más quieto de lo imaginado (el sobrepeso le impide acercarse a los movimientos del maravilloso Cyrano de la película de Jean-Paul Rappeneau), Depardieu comenzó a moverse con la ayuda de su voz hasta llegar a la cumbre del segundo monólogo, el de la Muerte, recitado por el actor con el cuerpo casi arqueado, palabras susurrantes y todos los matices imaginables al recorrer los distintos personajes del cuadro. Toda una sublime lección teatral desde el cuerpo, la voz y el lugar que había decidido ocupar en el escenario.
Luego del intervalo y del altísimo vuelo de El carnaval de los animales, un Depardieu ahora sí suelto, seguro, tranquilo y carismático saludó uno por uno a los músicos locales y en una balbuceante y divertida mezcla de castellano, francés e italiano se dirigió por única vez al público para explicar por qué en la Argentina se habla español “pero la Argentina no es España” y aclarar por si hacía falta: “No soy Al Pacino”. El “bonus track” de su presentación fue el espléndido recitado en francés del poema Insomnio, de Jorge Luis Borges, pero sin el acompañamiento musical de Oblivion, de Astor Piazzolla, como indicaba el programa de mano. Al concluirlo Depardieu se despidió entre vítores, saludos, agradecimientos a viva voz y un estrechar de manos a varios de los asistentes. En ese momento, con el Colón semivacío, los aplausos sonaron como si la sala estuviese colmada.
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