Gastón Briski. “Mis maestros están en mi gran familia de artistas”
Es el diseñador de sonido más requerido a nivel mundial y vuelca sus conocimientos en la nueva plataforma Popa.global
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Nada más austero que la sinceridad. No requiere artificios técnicos, solo ir al punto, saber lo que se quiere y hacerse cargo. Y Gastón Briski, ropa negra, ojos oscuros, frondosa barba gris, como un monje ascético, con voz tranquila dice que lo que más disfruta en la vida es el diseño de sonido.
“Mi trabajo tiene prioridad, no absoluta, pero tiene prioridad, es lo que más me gusta, lo disfruto mucho. No implica que no me importen mis hijos ni mi mujer, son parte de mi vida que amo, acomodo tiempos entre viajes, trato de estar y compartir”, dice uno de los más solicitados sonidistas del mundo, con más de 30 años de experiencia en producciones internacionales de teatro musical como Sunset Boulevard, El fantasma de la ópera, Once, A chorus line, La bella y la bestia de Disney, Cats, Cabaret (bajo la dirección de Sam Mendes), El beso de la mujer araña, Rocky Horror Show, entre otras. Por el desempeño en su área fue premiado en la Argentina y en el exterior por West Side Story, School of Rock, Billy Elliot, Priscilla, Hair, Piaf, Sweeney Todd, Jesucristo Superstar, Despertar de primavera, Tango feroz (estos dos dirigidos por su hermano, Ariel del Mastro) y Eva, el gran musical argentino (con Nacha Guevara, su mamá).
La lista es larga y sin ánimo de detenerse, aun en tiempos de pandemia. Porque Gastón Briski, después de la puesta de Kinky Boots en el verano 2020 en Buenos Aires y en pausa desde marzo, recibió en abril una propuesta que lo entusiasmó y mantuvo activo durante meses en su casa. Por primera vez, el maestro del sonido va a dar clases. Es parte de POPA, Platform Of Performing Arts (popa.global), la primera plataforma internacional de conocimientos de artes escénicas en el mundo con grandes referentes dispuestos a compartir sus saberes en varios módulos, con maquetas, fotos, videos y mucho material inédito. Ya está disponible en castellano, portugués e inglés y uno de los seis primeros “popes” que ofrecen el curso magistral on demand es Briski, además del escenógrafo argentino Alberto Negrín, el alemán Nils Nulow (supervisor técnico) y los británicos Charlotte Mooney (circo contemporáneo), Nick Evans (director de teatro) y la dupla Sam Hunter y Julia Whittle (stage manager).
“POPA aparece por la pandemia para no quedarnos estancados en la pasividad. Era algo que venía pensando, cómo transmitir el conocimiento, la experiencia. No había dado clases antes pero sé de la diferencia entre un buen y mal maestro en una misma materia. Cuando llegó la propuesta de los productores Eloísa Cantón y Bruno Pedemonti, que conozco hace mucho, fue una coincidencia”, dice Briski a quien llevó unos cuatro meses reflexionar, decidir y ordenar lo que deseaba transmitir. “No quería un cursito, ni algo liviano, elegimos el camino más completo. Es difícil explicar a otros lo que ya tenemos interiorizado, me llevó tiempo encontrar esa manera y fue revelador repasar todo lo necesario en cada etapa para el diseño de sonido. Lo más difícil fue grabarme solo, sin interlocutores”, dice, recordando con una sonrisa las horas que pasó hasta conseguir las 7 horas y 14 minutos de su curso. “No hay nada que ofrezca algo parecido con el nivel de estos especialistas, se busca la excelencia en un formato de mucha generosidad, no hay secretitos que se guardan por temor a que te roben, me despojé de todo eso y estoy ilusionado, quiero ver cómo va a funcionar”, dice sobre el proyecto dirigido no solo a artistas y técnicos de las artes escénicas sino a cualquiera dispuesto a profundizar sobre el proceso creativo y técnico, desde el inicio hasta el estreno, toda la vida de una producción.
-¿Muy básico pero el diseñador de sonido de un espectáculo es el responsable de que “suene bien”?
-Definir qué es el diseño de sonido me llevó una semana o más porque no es sencillo de explicar, no se ve, es imaginación que se lleva a la realidad y es fácil perderse. Lo defino como el responsable de todo lo que se escucha en el evento artístico, en la sala, escenario, camarines, lo que escuchan los músicos, todo, decidiendo qué es lo mejor para cada sistema, incluso lo no amplificado.
-Frente a la consola, parecen DJ
-Un DJ es alguien que entretiene con su creatividad con música de terceros o propia, las mezcla y ambienta un evento. Trabaja solo con música grabada. Manipular sonido en vivo es otra cosa: esa es la gran diferencia entre un DJ y un ingeniero de sonido (risas). Estas cosas quedan muy claras en el curso.
-Sin “spoilear” el curso, primer paso de tu trabajo: ¿con quién se habla primero?
-Primero se reúnen dirección y producción para ponerse de acuerdo sobre qué van a hacer y quiénes formarán parte del equipo creativo, cómo se forma “el gabinete”. Una vez designados, empiezan las charlas: por el lado artístico, con el director, general y musical, y por la lado técnico, con el productor por presupuesto para equipos. Son dos jefes permanentes, responder a las inquietudes artísticas y adaptarse al presupuesto. Mi trabajo es 49 por ciento técnico y 51, creativo. El evento es artístico, no puede prevalecer lo técnico, es fundamental, pero no puede prevalecer, no puede interferir.
-Trabajaste con muchísimos directores y muy diferentes en sus formaciones, desde Sam Mendes a Flavio Mendoza. ¿Te dejan hacer o te marcan lo que quieren?
–Hay varios tipos de directores, algunos son muy estrictos con los resultados, por ejemplo, Cabaret de Sam Mendes que se ha hecho mucho, en varios lugares, tienen claro el resultado, esperan algo exacto, no hay lugar para la creatividad. Otros relajan y confían, algunos entienden mucho y otros no. Trabajar con distintos directores es un desafío, son diferentes personas, con distintas formaciones, gustos, preferencias sobre cómo se percibe, cómo se disfruta; y los diseñadores de sonido tenemos que interpretar qué es bien para cada director y director musical. Uno aprende a leer esto, a interpretar qué quiere el director.
-¿Hay trampitas, trucos, para disimular o tapar?
-Truquitos hubo y habrá siempre. El tema es porqué, si se usan para reemplazar lo que está mal o para resolver algo específico porque el actor se está cambiando y entonces va grabado unos segundos. Algunos prefieren grabado cuando saltan y bailan, pero siempre es algo accesorio. Pero la afinación no funciona en el vivo, sí en estudio.
-¿Y los micrófonos para los intérpretes? ¿Son indispensables siempre?
-Se usan dos tipos de micrófonos, en la cabeza (señala la frente) y en el cachete. Empezaron a usarse en los 70 porque los musicales no se hacían en salas con acústica como las óperas, entonces era necesaria la amplificación. De ese modo, permite que se use todo tipo de espacios y no sólo los que tienen determinada acústica. Como toda herramienta, debe ser bien usada.
-Te gusta hablar de desafíos. ¿Cuál fue el más importante?
-Todos los musicales en su estructura son similares pero cada uno tiene su corazón y su lenguaje y todos son un desafío desde lo técnico. Lo más difícil que me tocó fue alrededor del 2006 cuando tuve la gran oportunidad de hacer El fantasma de la Ópera, la producción de Broadway, en San Pablo. El diseño era de 1986, querían adaptarlo, estaba todo el equipo de Harold Prince, la elite del teatro musical. Había que estar a la altura de lo anterior, que era obra de un genio, un vanguardista, Martin Leman. Le pude agregar algunos cambios, sin decir nada de entrada -genera pánico si uno va y dice que quiere cambiar algo- porque se trata de generar confianza, no pánico. Era una prueba muy grande y si no la pasaba iba a quedar como uno más de los que no pasan pruebas difíciles.
-¿Qué es lo peor que puede pasar en tu área durante una función?
-Estoy desde el montaje del equipo, 4 o 5 semanas antes del estreno y me quedo hasta el estreno para público. No estoy durante las funciones. Siempre puede haber algún desajuste, en cualquier momento y lo que no pasó nunca, pasa. Hay soluciones para todo.
-¿Cómo te manejás con las personas a tu cargo?
-Como jefe, tengo muy buenos modales porque es la única manera de sacar lo mejor de cada uno. Ya hay presión suficiente en el trabajo: los aciertos no se notan, lo que está bien está naturalizado pero sí se nota cuando sale mal, los errores son percibidos, es una tarea desagradecida (risas). Soy exigente con un objetivo claro, que salga lo mejor posible. Es la suma de los detalles lo que hace la diferencia.
-Tu hermano Ariel del Mastro pasó del diseño de luces a la dirección. ¿Está en tus planes dirigir algún día?
-Nunca me lo imaginé ni me lo propuse, hay gente que lo puede hacer mucho mejor que yo, no tengo esa formación, soy honesto, esto es lo que sé hacer, tendría que formarme pero no tengo esa curiosidad. Respeto mucho el trabajo de cada uno. Tendría que tener mucha confianza como para decirle algo al director sobre sus decisiones.
-¡A tu familia!
-De hecho, a mi mamá se lo he dicho. Me escuchó porque hablo poco, mi trabajo es escuchar y si no, interfiero conmigo mismo. Con mi papá todavía no trabajé, no se dio.
-¿Quiénes fueron tus maestros?
–En esta familia de artistas que tengo –viví con mi vieja hasta los 18 años–, me tocó hacer de todo, utilería, seguidor, también luces, hasta llegar a sonido, tenía acceso a consolas, a experimentar, a ver a otros. En los años 80, nadie te daba cursos, era prueba y error, pero siempre tuve claro lo que quería conseguir; por supuesto, me equivoqué muchísimo y lo pasé mal pero aprendí de esas experiencias. Hoy hay mucho acceso a la información y eso es bueno pero también puede ser abrumador y confuso; para nosotros todo quedaba lejos, había que leer revistas, buscar, me sentía mal ubicado en el planeta para lo que me interesaba.
Familia de artistas
Gastón Briski tiene 53 años y vive en Córdoba con su pareja desde hace siete años, Gisela Galeassi, primera campeona mundial de tango escenario. Es padre de dos hijos (de su anterior matrimonio con la bailarina Patricia Belloni): Natalia, de 24, estudiante de Diseño de Indumentaria, y Tomás, de 17, en último año del secundario.
Desde los ocho años, en 1974, viajó y vivió en varias ciudades, Lima, Madrid, México, Nueva York: exilio de los padres y búsqueda de trabajo, el periplo de tantos artistas argentinos amenazados por la Triple A primero y la dictadura después. De aquella época, a cada uno de los hijos de Nacha Guevara –Ariel, el mayor, hijo del periodista Anteo del Mastro; Gastón, cinco años menor, hijo de Norman Briski; y Juan Pablo, hijo del músico Alberto Favero y un bebé en aquel momento– les queda una marca distinta.
“Lo que más duele de todo eso es que algo así haya pasado, que por cantar canciones tuvieras que irte, eso no lo pueden entender mis hijos, esa locura, cómo pasó, cómo se llegó a esa violencia. Personalmente me dio la flexibilidad de adaptarme rápidamente a cambios. No digo que no queden secuelas porque no es una vida ‘normal’, tengo conocidos de infancia pero no amigos porque pasaba de un año a otro a distintas escuelas, grupos, equipos de fútbol. Los dos últimos años del secundario, en Buenos Aires, los hice en la misma escuela y eso fue lo máximo de tiempo que pude estar en una misma institución. El desarraigo existe pero quedarse hubiera sido mucho peor”, dice.
-Siempre te preguntarán por tus padres
–Soy agradecido de los dos, son super creativos y vanguardistas. Mi viejo es un creativo empedernido desde siempre y mi mamá, se bancó todo, una mujer con todas las letras en una época en que las mujeres no tenían las posibilidades de ahora. Estoy orgulloso, no tengo nada que objetarles, no es ningún peso. Hay quienes los quieren y quienes no, pero es problema de otros, no para mí o no debería serlo, no tengo ningún trauma o secuela.
-¿Cuáles de sus trabajos te gustaron más?
–Vi muchas obras de mi viejo, son increíbles, en todas te hace estar tenso, es como La fura dels Baus, algo extremo, le gusta la experimentación; muchas me gustaron, otras menos o, en realidad, no las entendí. En cine, me encantó la escena que hace con Ricardo Darín, padre e hijo, en la película El amor menos pensado. De mi vieja, me acuerdo de un espectáculo –todavía yo no trabajaba–, era chico pero estudiaba música y me interesaba. La mitad del show eran ella y Alberto Favero en el piano; pero en el medio del espectáculo, se levantaba el telón y aparecía una gran orquesta. Aguantó ese recurso para después sorprender. Me pareció acústicamente brillante.
-¿Te gusta ver a tu mamá en el jurado de concursos televisivos (Bailando o Cantando)?
-Si le gusta, que lo haga. Es una voz sobrecalificada para estar donde está, es una artista integral, siempre va a ser honesta y lo que diga será en beneficio de los demás.
-¿Qué lugar ocupa Favero en esos recuerdos de exilio?
-Uno muy bueno. Un gran músico que influyó mucho en mí también. No es mi padre pero sí un segundo padre, todo el exilio fue con él, a mi viejo lo veía cuando coincidíamos en alguna ciudad, en Madrid y Nueva York por ejemplo, pero el resto estábamos con Alberto que siempre nos trato igual a los tres, fue ejemplar en eso, y siento por él muchísimo agradecimiento.
-Por el lado Briski, tenés cuatro hermanas, dos treintañeras (Olinda y Catalina) y las gemelas de cinco (Sibelina y Galatea). Las reuniones familiares, por ambos lados, deben ser muy nutridas
-A fin de año nos encontramos todos en la casa de mi viejo en Mar de Cobo. Por el lado Nacha es más difícil, Juan Pablo es psicólogo y vive y trabaja en los Estados Unidos. Y todos con agendas laborales complicadas. No estamos mucho juntos pero nos gusta vernos, somos una familia, no del tipo que se junta los domingos pero nos vemos con ganas de encontrarnos.
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