Fue una gran actriz pasional
Sus restos fueron inhumados ayer
Anteayer, a causa de un cáncer de pulmón, falleció la actriz Alicia Bruzzo. Sus restos fueron inhumados ayer, en el Panteón de Actores de la Chacarita.
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"Nací en un ascensor de la maternidad de mi barrio, Parque Patricios. Me atajó una enfermera, ya que a mi mamá, Ada Miguez Saavedra, le habían dicho que faltaban 20 días para el parto y, a pesar de los dolores, la mandaban para casa. Era la 1.30 de la madrugada del 29 de septiembre. Me quisieron llamar Lilí pero a papá, Emilio Rodolfo, le dijeron que era nombre de perro. Luego intentó con Lilian pero era medio extranjero . Su sangre italiana se puso efervescente y si no lo para el juez me sigue poniendo nombres. Por eso me llamo Alicia Liliana Estela", escribió la actriz en su propia página de Internet (www.aliciabruzzo.com) casi presentándose a sí misma.
De chica, obtuvo un premio por su puntualidad perfecta durante el jardín de infantes, la primaria y el secundaria (todo un caso). En tiempos de aulas y guardapolvos, fue tanteando el oficio de ser actriz sobre escenarios escolares, actos patrios y discursos de fin de año que ella leía con goce y sin la típica timidez.
Durante la adolescencia, imaginó ser presidenta de la Nación (pero algo no le salió bien aunque estudió abogacía y todo parecía encaminado hacia ese destino mayúsculo). Pero a los 19 años estaba viajando a Europa sola en medio de un bache sentimental. En París se topó con un grupete de beatniks que vivían en las calles. "¿Por qué viven así?", contaba que les preguntó. "Porque rechazamos a la sociedad", contestaron ellos. "Fenómeno, yo también", apuntó ella dando por cerrado el contrato. Pero esta mujer que en su niñez pasó horas de juego en el club Huracán aguantó un mes con estos chicos tan de la época y se volvió ya sin ganas de ser presidenta "porque había aparecido Indira Gandhi como primera ministra de la India y yo quería ser la primera en ocupar un puesto como ése", dijo en otra oportunidad.
Casi sin querer fue a parar a una clase de improvisación y comenzó la faceta más conocida de esta artista que, hasta ese momento, el único vicio público que había despuntado era su pasión por la pintura. Fue su tío Saulo (para más datos, el gran escenógrafo Saulo Benavente) el que le aconsejó estudiar en el Conservatorio Nacional.
Poco después, fue el mismo tío el que le propuso juntarse con un alumno que quería hacer espectáculos para niños. El alumno en cuestión se hacía llamar Pipo Pescador. Comenzaron animando almuerzos infantiles y lo hicieron durante dos años. En aquellos tiempos, su ilusión era estudiar con Grotowski en Polonia. No pudo. Entonces tomó clases con Agustín Alezzo, el mismo que en 1972 la convocó para protagonizar junto con Alfredo Alcón y Milagro de la Vega Las brujas de Salem .
Por la puerta grande
Esta señora empezó siempre a lo grande. Si en teatro lo hizo con ese montaje que llegó a hacer tres funciones los sábados, en televisión lo hizo de la mano de Narciso Ibáñez Menta en El monstruo no ha muerto (1970) . Fue otro protagónico y consiguió el personaje a fuerza de empuje, caradurismo e intuición. O sea, estilo Bruzzo. El ciclo fue un éxito.
Su carrera en teatro continuó, entre otros trabajos, con Los japoneses no esperan , dirigida por David Stivel (1974), y Mary Barnes, historia de una esquizofrénica , trabajo por el cual obtuvo el Molière (1982). Al año siguiente conoció a Raúl Serrano, el padre de su hija, Manuela. Después vino La venganza de don Mendo , con puesta de Julio Ordano (1983); La rosa tatuada , otro Tennessee Williams dirigido por Alezzo; Cartas de amor , junto a Rodolfo Bebán (1985); Yo amo a Shirley , trabajo que dirigió Alezzo y que le valió varios premios y hasta le permitió compartir el escenario junto a su hija (1991 y 2005); Alta en el cielo , con puesta de Ordano, y Monólogos de la vagina , en el que estrenó la obra junto a Betiana Blum y Andrea Pietra, y la hizo durante tres temporadas (2001/03).
En televisión, su carrera continuó en Alta comedia , El Rafa (junto a Alberto de Mendoza), varios teleteatros con Alberto Migré, Atreverse (por el cual obtuvo su segundo Martín Fierro), Situación límite, Nosotros y los miedos, Compromiso y -más recientemente- El Deseo, tira que protagonizó Natalia Oreiro.
En cine debutó en 1972 con Me enamoré sin darme cuenta , una especie de Love Story con Sergio Denis. A partir de ese momento, integró el elenco de otras 17 películas ( Las locas , de Enrique Carreras; La isla , de Santiago Doria; Pasajeros de una pesadilla, de Fernando Ayala , y Espérame mucho , de Juan José Jusid, entre otros).
El éxito y la adversidad
Más allá de sus trabajos y de sus éxitos artísticos, Alicia Bruzzo tenía todo el aspecto de una mujer de carácter que podía llevarse todo por delante. Quizás, esa personalidad fue forjada por la diversidad, con la cual se tuteó más de una vez.
Sin ir más lejos, en 1992, mientras hacía en teatro Alta en el cielo , se intoxicó con propóleo, lo que le dejó una polineuritis. "Empecé a sentirme tan mal que quise dejar de fumar y de tomar pastillas para dormir, que me habían acompañado toda la vida. Ahí engordé como una cerda", confesaba sin dar demasiadas vueltas al tema en un reportaje publicado en Página/12 .
La cosa no quedó ahí. En 2002, la operaron de un tumor y tuvo que hacer un tratamiento de quimioterapia. "Me compré una peluca pero no creo que la use, ¡parezco de El planeta de los simios !", decía en otro reportaje. Pero ella siguió trabajando y hasta se refugió todavía con más intensidad en sus cuadros o en sus actividades solidarias.
Ese empuje la acompañó durante toda su vida. En un reportaje publicado en esta sección, así recordaba sus inicios: "Cuando empecé a trabajar me dijeron: «Tenemos un contrato para que sea protagonista pero no puede vestirse ni peinarse así y mejor que se cambie el nombre». Yo me vestía muy hippie. Les dije: «Soy ésta. Me visto y peino así. Me llamo, me llamé y me seguiré llamando Alicia Bruzzo. Si les gusta, bien, y si no, también»".
Así fue ella. Con vestidos hippones , su gusto por andar descalza, las anécdotas de su hija que siempre estaban a mano, sus túnicas, cierta predilección por lo oriental y lo brasileño, la pasión que ponía al contar historias de sus innumerables viajes por el mundo y esa forma tan personal de ponerle el cuerpo a la adversidad viniera lo que viniera.
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