Freud, en el último minuto de su vida, reflexiona sobre Dios, la muerte, la guerra y su encuentro con el autor de Narnia
La obra La última sesión de Freud, de Mark St. Germain, regresa a escena tras once años, con Luis Machín ahora como el padre del psicoanálisis, luego de interpretar al escritor C. S. Lewis, ahora encarnado por Javier Lorenzo
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En una mesa del bar del Teatro Picadero, a las tres de la tarde de un miércoles cualquiera, empieza a encenderse una lucha dialéctica, que ha comenzado antes en la vida y luego se subirá al escenario. El combate cobra la forma de un diálogo. Y dice el actor Javier Lorenzo, quien interpretará al converso Clive Staples Lewis, profesor de la Universidad de Oxford y escritor, entre otras cosas, de tratados de apologética cristiana y de las famosas Crónicas de Narnia: “Después de la propuesta de la obra, me atrajo la discusión filosófica que ocurre ahí. Y, además, actuar de un creyente me parece un trabajo atractivo”. “Sobre todo porque no lo sos…”, le contrapone Luis Machín, quien se pondrá en la piel ni más ni menos que de uno de los ateos más reconocidos del mundo: Sigmund Freud. “Claro, por eso -le responde Lorenzo mientras suenan sus propias risas-. Vos la tenés más fácil ahí”. El que mira la escena es Daniel Veronese, quien vuelve a ponerse el traje de director de La última sesión de Freud, aclamada pieza de Mark St. Germain que regresa a la cartelera porteña luego de once años y estrena este jueves 5 en el Teatro Picadero, con la novedad del enroque actoral de Machín, quien habitará al padre del psicoanálisis luego de haber hecho de Lewis en la versión anterior.
El motor de la reposición del éxito que esta obra significó hace una década fue el propio Machín. “Mi atracción se mantuvo viva durante estos más de diez años y también el deseo de volver a hacerla -desentraña el actor en diálogo con LA NACION-. Mi sensación fue que la obra no llegó a cumplir un ciclo, que quedó trunca por los diferentes motivos por los que tuvimos que terminar la temporada. Y siempre quedó rebotando en mí, durante todos estos años, la sensación de que era una obra que lo que decía y planteaba tenía una vigencia muy importante en ese momento y que durante estos diez años se siguió manteniendo. Y no solo porque la figura de Freud es relevante sino porque lo que plantea esencialmente la obra, esta discusión entre lo que sería la teología y la ciencia, es una discusión permanente e histórica, que está presente todos los días entre nosotros. La discusión más grande respecto de lo que uno quiere saber está referido a la ciencia o a la religión, es un tema universal que atraviesa todas las épocas. Además, la obra está ubicada en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con un Freud que habla de que un día habrá una guerra que terminará con todas las guerras, mientras en este momento estamos en un mundo que está atravesando no solo una guerra concreta, como es la de Rusia-Ucrania, sino además una guerra permanente, diaria y cotidiana como es la guerra en contra de que el planeta no se extinga. A algunos les puede parecer que una discusión tan profunda no tiene relación con el cotidiano; para mí la tiene con una vehemencia total”.
En su plan de reponer la obra, Machín se veía a sí mismo interpretando a Freud, por la simple razón de habitar el otro personaje de las únicas dos criaturas que la pieza del escritor estadounidense lleva a escena. “Fueron pasando los años, habré hecho quince obras en el medio y un montón de otras cosas, pero siempre me quedó el deseo de interpretarlo y cada tanto lo manifestaba -explica el actor de 54 años-. La personalidad de Freud siempre me llamó la atención y he leído cosas hasta donde me da la cabeza, porque no soy una persona que pueda entender profundamente sus escritos, pero siempre me asombró su cabeza, su capacidad asociativa, su inteligencia, ese mezclar la literatura con el teatro, esa fascinación por la cultura egipcia, la forma de vincularla con Edipo rey, con Sófocles, todo ese mundo en él siempre me atrajo”.
Lorenzo, por su parte, también disfruta de su criatura, un personaje histórico reconocido pero de menor fama que el neurólogo austríaco. “En principio, que no sea tan conocido es una tranquilidad porque no tiene el peso de una idea previa de saber o imaginarse cómo sería… Y después, como idea de composición, a mí se me va armando en los ensayos, tratando de creerme la creencia de Lewis”, explica. El actor -apenas un año menor que Machín- halló un peculiar atractivo en el catedrático británico: “Me gusta que alguien crea en algo, que Lewis tenga cierta paz en alguna zona es lo que me organiza un poco para pensar cómo es. La dirección de Daniel y el trabajo con Luis no me dejan pensar a este Lewis desde un lugar formal y preconcebido sino que se va armando a partir del trabajo con ellos”.
Para Veronese, quien con Machín había vuelto a trabajar en Vigilia de noche e I.D.I.O.T.A, la obra tiene una especial dimensión desafiante para su labor. El director y adaptador, que con Lorenzo apenas había coincidido en un semimontado en la Alianza Francesa hace exactamente 20 años, recuerda cuando el productor Sebastián Blutrach le acercó el texto: “Sentí que era muy difícil hacerla, muy literaria, y pensé: una exposición de ideas así solo puede hacerse con actores muy frágiles que muestren la piel, que no actúen sino que sean estos personajes. Es un texto con peligro de convertirse en un estadio literario de ideas y hay que lograr que esas ideas, a veces encima discursos difíciles de seguir, no aparezcan como eso sino como encarnadas en dos personajes vivos, contradictorios, que necesitan exponerse uno al otro y ganar una contienda. Más en el caso de Freud, de quien vemos que algo en él se resquebraja durante la obra, y es el momento cercano a la muerte. Poder hablar de humanidades en una obra de ideas es el gran desafío”.
Para Machín –ex Lewis y actual Freud– esa humanidad se ve todavía más en esta nueva puesta: “Creo que en esta versión los grises están más acentuados que en la anterior: lugares donde la vehemencia de Freud empieza como a tener algunos espasmos frente a lo que Lewis plantea. Quizás en la versión anterior estaba como más radicalizado en esas posturas y casi no había punto de coincidencia o forma de meterse en él para el otro. Me parece que lo novedoso ahora es que algo de lo que plantea la personalidad de Lewis ingresa desde otro territorio a Freud, lo cual lo hace más humano”.
A una obra a la que no le faltan temas universales por abordar -la muerte, la fe, las ideas, lo humano-, sus hacedores le añaden un camino más por recorrer: el de la verdad, en una pieza que es en sí misma la hipótesis de un encuentro posible, más no comprobado. Antes de morir, Freud dejó asentado en su diario un encuentro con un profesor de la Universidad de Oxford, la misma en la que trabajaba Lewis en ese momento… pero, ¿quién sabe?
“Al cabo de esta obra, Freud ha aprendido algo. Y que lo haya hecho, tras una obra en la cual ha sido férreo defensor de sus ideas, es haber logrado algo…”, dice Veronese. Machín se suma: “Total, todo lo otro ya lo sabemos sobre Freud. Nuestro espacio es un poco más poético y asociativo, y tiene capacidades que tiene el arte y por ahí no la realidad contundente… Entonces déjennos preservar ese espacio para que también la gente sienta y piense un poquito distinto de lo que fue. ¿Quién sabe qué pensaba Freud en el último minuto de su vida?”.
El cierre de la nota replica a su comienzo y a la obra a la que se refiere: es un diálogo, que va tejiendo su propio final: “Ni él es Freud, ni él es Lewis -dice Veronese, señalando a sus dos actores-. Pero si ese algo que no es verdadero produce una emoción verdadera, yo creo que ahí hay una verdad. Esa es la verdad del teatro, la que produce el público. Y si ellos generan una verdad emotiva, esa es la función del teatro. No necesita reproducir históricamente algo para que sea interesante o le sirva al espectador. Estrenar con Luis como Freud emociones distintas sobre Freud, algo que no sabíamos ni pensábamos que podía ser Freud, pero que lo vemos ser, es para mí maravilloso. Lo que hay que hacer es trabajar para que lo que se vea sobre el escenario sea verdadero. Sabemos que no es verdad, pero puede ser verdadero: ahí se produce nuestro trabajo revolucionario”.
De El mar de noche a Freud
Si alguien quisiera vincular a este Sigmund Freud con la notable actuación de Luis Machín en El mar de noche, aquella obra de Santiago Loza que el actor convirtió en un imprescindible del teatro bajo la dirección de Guillermo Cacace, no estaría tan desacertado. Es que aquella experiencia fue un punto destacado en su trayectoria y más aún en su comprensión de su trabajo como artista. “Por supuesto que el teatro es un acto colectivo: hay un director, un asistente, un iluminador, un técnico de sonido y demás involucrados, pero para mí hacer el monologo que yo hacía en El mar de noche, estar solo en el espacio escénico, no depender de nadie más que de mí al momento de actuar, me hizo pensar algunas cosas y, también, como ese momento dependía pura y exclusivamente de mí, me permití probar… Probar tiempos, temperaturas, estados previos, posteriores, de todo; el estar solo allí me permitió probar todo lo que tenía ganas y curiosidad desde hacía mucho tiempo y a partir de ahí empecé a pensar otras cosas”, recuerda el actor que será parte este 2023 de La gesta heroica, una versión criolla de Ricardo Bartís inspirada en el Rey Lear de William Shakespeare.
Lo que surgió allí se mezcló con otras experiencias de Machín y cambió su modo de relacionarse con los personajes que le tocaba interpretar: “Hace bastante tiempo que ya no pienso en más en los cánones de composición. No pienso ‘porque Freud es viejo, camina así’, ‘porque tiene cáncer de garganta, habla así’, ‘porque está viejo, ya está más débil y está más permeable a las creencias de otro’… De hecho, cuando leo obras o guiones como material o pentagrama, trato de no sentirme invadido por una pre-idea de cómo son esos personajes. A medida que han ido pasando los años y he ido atravesando tantas experiencias, me fui despojando de la responsabilidad de la composición. Y eso me fue llevando a un territorio bastante más complejo y donde pago tal vez más caro el hecho de que eso forme parte de mi vida: lo que leo, las horas de ensayo, lo que escucho, lo que se me dice, lo que se me sugiere, todo empieza a pasarse de los bordes de lo que es el ensayo. Hace mucho tiempo ya que me siento material de trabajo y eso se empieza a deslizar en el cotidiano y empieza a tener sus consecuencias, que estoy dispuesto a pagar si eso hace que yo sea una persona que se puede trabajar como si fuese un pedazo de arcilla. Me parece que los actores debemos asumir esa responsabilidad: que nuestra actividad está inmersa en algo mucho más complejo que las horas de ensayo, el momento de la función, el set de grabación, o el estudio de televisión. Tenemos que estar más adentro que de ese perímetro que propone la composición. Yo hace bastante que no siento que estoy componiendo, sino que estoy habitando”.
En Buenos Aires y en Madrid
Tan solo una semana después del estreno de La última sesión de Freud en el Picadero, Daniel Veronese será padre de otra de sus creaciones, aunque se perderá el reestreno: Retorno al hogar, de Harold Pinter, subirá a escena en Madrid bajo su adaptación y dirección luego de recorrer España desde septiembre último.
“Estoy acostumbrado cuando voy a trabajar a otro lado, pero sigue siendo raro. Me gustó mucho hacerla, es mi primer Pinter, un autor que para mí es un escritor insuperable; de los contemporáneos no lo puedo comparar con nadie: me llena de emotividad la forma simple y ajustada con la que realiza sus obras, realmente me da mucha envidia como autor”, explica el hacedor, de 67 años. “Fue la obra más difícil que hice en mi vida -añade el director que estrenará en abril Los padres terribles de Jean Cocteau, en Caras y Caretas-. Es una pieza que propone un comportamiento casi animal y tuve que considerarla así, porque no tiene una lógica comunicacional clásica. Es como si los personajes respondieran más a reacciones físicas, externas o internas, junto a un intento de sobrevivir teñido de palabras socialmente aceptadas. Las acciones son muy difíciles de comprender, la gente se asombra y yo estoy muy contento”.
* La última sesión de Freud, de Mark St. Germain, con dirección y adaptación de Daniel Veronese. Funciones: los jueves, viernes, sábados y domingos, a las 20. En el Teatro Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857.
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