Francia goza con lo mejor del nuevo circo
Gabriela Ricardes, directora del Polo Circo porteño, está en avanzadas negociaciones para lograr que muchos de estos grupos puedan venir el año próximo
AUCH, Francia.- Ante la mayoría de espectáculos del Festival Circa, el encuentro de arte circense contemporáneo más importante de Francia, el público tiene reacciones -casi- opuestas. Por ejemplo: algunos, y esto no es una cuestión generacional, aplauden cuando interpretan que el "número" terminó. Otros lo hacen recién cuando la "obra" concluye. El dato puede ser menor, pero da cuenta de las posibles lecturas que tienen los espectáculos de nuevo circo que se ofrecieron hasta ayer aquí y cómo la tradición de espectáculos circenses, cuya estructura está armada en fragmentos, todavía hoy sigue presente aquí, en Francia, aunque el circo contemporáneo ya sea una clásico de la renovación escénica que lleva dos décadas de evolución.
En estos días, Marc Fouilland, el director de este festival, aportaba otro dato que da cuenta de otra perspectiva para pensar el asunto. "El día que deje de preguntarme si tal espectáculo es de circo o no, voy a estar en problemas", reconocía en una charla ya publicada en esta sección. Ese supuesto problema da cuenta de la confusa, inquietante y compleja línea divisoria entre espectáculos del nuevo circo y otras disciplinas artísticas. En ese punto de tensión hace base la línea curatorial que trabaja este encuentro escénico del sudeste francés que viene a sintetizar, representar y apostar por un modelo estético que lleva años de desarrollo aquí, que cuenta con el apoyo del Estado y de la Comunidad Europea, y que ha generado un público que es el que llena las carpas y los teatros.
Van algunos ejemplos para entender la amplitud del abanico. El espectáculo nord/sud se lo puede pensar desde la perspectiva de un trabajo instalativo dentro de la cartografía de las artes visuales. Veamos un poco: Daniel Buren, su director, junto artistas plásticos africanos tomó a la misma carpa para trabajarla como un todo tanto en lo que se refiere a su exterior como su interior desplegando una bella propuesta basada en tramas, planos y veladuras. Otro caso: en un espacio mucho menor, en el cual el público está a muy pocos centímetros del escenario, tiene lugar L´enfant qui?. , de la compañía belga Théathre d´un tour. Cuatro intérpretes indagan una historia plagada de oscuridades inspirada en la vida del escultor Jephan de Villiers. Apelan al teatro objeto, a la música en vivo y al teatro acrobático (y, claro, el circo). Las acciones transcurren acá, a nada del espectador, a pocos metros de nuestras cabezas. ¿El resultado? Perturbador, como la misma historia, Casi a contramano de esas búsquedas, los impecables australianos de Circa llevan la acrobacia a su estado más adrenalínico, mientras que los franceses de Rev se engolosinan con desplegar una puesta de enorme riqueza visual.
Entre todos los espectáculos vistos, muchos, en todos los montajes se aprecian una factura técnica de un nivel verdaderamente indiscutible. En el caso de Epicycle , esa resolución está acompañada por un poderío técnico de gran porte y un innovador manejo del espacio. Por ejemplo, montan una gran estructura de 13 metros de alto (el mismo diámetro que tienen las pistas de circo tradicional porque era el equilibrio exacto para que los caballos y equilibristas hagan sus piruetas) ubicada de manera perpendicular al escenario. En términos de puesta, el trabajo admite varias objeciones, pero no así en lo que se refiere a poderío visual y construcción de un espacio escénico por fuera de los cánones tradicionales, Desde otra perspectiva, Urban rabbits monta una especie de cabaret con resonancias musicales balcánicas. Como en otros casos, los trapecistas también son bailarines, y son músicos, y son clowns, y son actores. Y son, cada uno en lo suyo, impresionantes (como casi todos).
A la calidad de los artistas hay otro aspecto inobjetable: la forma en que esta ciudad con pinta de pueblo (ronda los 50.000 habitantes) se apodera del festival. Se observa en la reacción del público y en el trabajo de los 200 voluntarios que están todo el día a disposición de los 300 artistas, entre profesionales y amateurs, que llegan todos los años a Auch. En ese plan, hay funciones bien temprano, 12.30 del mediodía; hasta las 22.30 (horario que, para acá, es tarde, tardísimo), y se desarrollan en carpas todas muy disímiles entre sí. Una está montada en un camión (Da/foro) que hace de carpa, de platea y que tiene un escenario de 4 metros cuadrados, y las hay aquellas que son enormes. En una de esas, el espectador se sienta en especies de reposeras supercómodas para apreciar un trabajo en altura (reposeras, vale aclarar, que de tan cómodas resultan poco aptas para aquellos que andan con pocas horas de sueño).
Mientras todo esto sucede, Francia sigue discutiendo su modelo de país y la gente de la cultura continúa expresando su descontento por los recortes económicos. A lo legítimo del reclamo, los artistas tienen una gimnasia productiva ligada a la presencia de un Estado protector que la sola idea de que deje de ser así los aterra. Claro que, como en todo proceso sociopolítico, hay huecos, hay zonas de descansos. La sede del Circa es uno de ellos. El lugar es como una caja de resonancia de un festival que, en el hacer y en el mostrar, reflexiona sobre las posibilidades, las búsquedas estéticas y las estrategias financieras y educativas de un lenguaje que no comenzó con el Cirque do Soleil (de alguna forma, el Cirque es su mayor y quizá su mejor envoltorio de venta) sino que se inició con un señor francés llamado Bernard Turín y que, si bien murió ya hace dos años, fue el que abrió las puertas para profundizar y entender un nuevo lenguaje expresivo tanto en esta parte del globo como en nuestro país en donde dirigió al grupo Coreto. A partir de ese encadenamiento, todo esto hoy es posible como, a su vez, es posible que varios argentinos estén estudiando en las escuelas francesas o trabajando en los espectáculos europeos porque la rueda tomó movimiento.
Como sucede en otros encuentros que congregan a diversas tribus artísticas, alrededor de Circa circulan aquellos que se visten de cirqueros como mecanismo inicial de pertenencia. Dicho de otro modo: hay muchos chicos con gorras de colores, remeras a raya, rastas y todo ese universo que también estuvo presente en las dos ediciones de Polo Circo (en cierto modo, el Circa de Buenos Aires). Pero, en tren de comparaciones, en el camino de Toulouse a Auch y durante los días festivaleros ningún malabarista tomó por asalto la parada de un semáforo. Aquí es imposible cenar después de las 22.30. Aquí, el circo contemporáneo maneja mucho dinero. Aquí comer pato parece que hace tan bien que los pobladores tienen las mejores condiciones de salud. Aquí, el vínculo entre la renovación y los circos tradicionales (aquellos que en nuestro país se los considera políticamente incorrectos porque hay animales en ellos y eso está mal visto) es algo orgánico, fluido, natural. Y aquí, para terminar con esta caprichosa enumeración, ahora hace mucho frío porque, en las noches, la cercanía con los Pirineos hace de las suyas.
Cuando terminen las negociaciones entre Gabriela Ricardes (directora del Polo Circo) y los grupos, puede ser que algunos espectáculos que están ahora aquí lleguen el año próximo a Buenos Aires. De no ser posible para esa época, quizá (ojalá) lo hagan en algún momento del año. El público de Buenos Aires merece tomar contacto con esta expresión. Sería interesante que la masa crítica que hace años, con tanta naturalidad, absorbió los proyectos renovadores en danza, se dé la posibilidad de apreciar lo que está pasando en este terreno que va teniendo su lugar en los grandes festivales escénicos (sea desde la experimental Berlín hasta la establecida Avignon).
Mientras la gente del nuevo circo sigue peleando por un reconocimiento mayor, no se detienen en su hacer. Por eso, en las alturas, manipulando objetos imposibles, apelando a la música, moviendo sus cuerpos hacia zonas de ciencia ficción, poniéndose las mejores narices y asociándose con artistas visuales, siguen reivindicando el término circo más allá (mucho más allá) de esa imagen traumática del payaso triste. Y toman la tradición circense sin renegar de ella aportándole un giro estético de enorme contemporaneidad que, desde hace 23, Auch se convierte toda en una gran carpa tomada por artistas y públicos.
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