Encarna uno de los protagónicos de Las manos sucias, en el San Martín, un desafío que le permite mostrar otras facetas como actriz, ante la imponencia de un texto que interpela los mecanismos de las organizaciones políticas y la ética de la militancia; en lo personal, confiesa que no tiene vínculo con Adrián Suar
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“Las manos sucias llegó mí en 2019, pero un año después, ya con la pandemia entre nosotros, la directora Eva Halac propuso hacer algo online, dado que el Teatro San Martín tenía un proyecto de ese tipo. Me gustó la idea, así que hicimos un proceso online muy divertido”. Florencia Torrente se entusiasma al recordar el tránsito que la llevó a interpretar a Jessica, uno de los personajes de mayor incidencia dentro de Las manos sucias, el relato que expone la dramaturgia de Jean-Paul Sartre.
Aquella experiencia online tenía que ver con el magnífico ciclo Modos híbridos que el Complejo Teatral de Buenos Aires puso en marcha cuando las salas permanecieron cerradas en medio de los confinamientos por la irrupción del Covid. Este espacio vinculaba a los teatristas con realizadores cinematográficos, logrando un maridaje de valiosas búsquedas estéticas. “Luego de eso, pensamos que no volvíamos más, pero volvimos”, explica la actriz de notable parecido físico con Araceli González, su madre.
Acontecimiento político
Si bien todo hecho artístico es un suceso político, en tanto actividad humana atravesada por lo ideológico, Las manos sucias enfrenta esa esencia con aquello que exhibe, donde aparecen las intricadas relaciones dentro de partidarios supuestamente afines. Si de grietas se trata, en la pieza se pone de manifiesto dentro de una misma estructura, dejando en evidencia la ética, o ausencia de la misma, en torno a las militancias.
–Las organizaciones políticas y sus cuestionamientos internos, eje del material, dialoga cómodamente con la actualidad de la Argentina y del mundo.
–Soy muy fan de la lectura, muy fan de (Jean-Paul) Sartre y de Simone de Beauvoir (pareja de Jean-Paul Sartre), así que la sola idea de poder hacer algo de este gran autor me atraía y, por supuesto, hacer una obra en el San Martín era algo que no me quería perder, ya que la vez anterior que trabajé en el Complejo Teatral de Buenos Aires fue en el Regio, un teatro precioso, pero todo actor busca trabajar en el San Martín. Y, además, me interesaba trabajar con Eva (Halac) desde el primer minuto en que la conocí.
Las manos sucias se estrenó en París en 1948, pero sus resonancias en el presente son nítidas. La escena transcurre mostrando tiempos diferentes, donde se exponen las disidencias dentro de un partido de izquierda y el contexto de la Segunda Guerra Mundial atravesando el juego de alianzas y traiciones. El material es uno de los referentes del existencialismo del autor. “Amo a mi personaje, es una mujer de alta sociedad, muy intelectual e inteligente, pero totalmente indescifrable, nunca se sabe qué puede estar pensando o qué puede llegar a hacer. No le tiene miedo a nada y no siente culpa, vive en un mundo paralelo. Tiene una cabeza que mezcla frescura con locura, algo muy interesante de interpretar”, reconoce la actriz.
Las posibilidades concretas de la acción, la lucha armada y los debates dialécticos conforman un corpus sobre el que transitan los personajes. “Me gustan las historias de época, me parece muy interesante que nos podamos sumergir en otros tiempos, transitar eso y ver qué cosas pasaban ahí también”.
Esta versión de Las manos sucias, dirigida por Eva Halac, que se presenta, de miércoles a domingos, en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, cuenta con las actuaciones de Daniel Hendler, Guido Botto Fiora, Nelson Rueda, María Subiri, León Ramiro Delgado, Ariel Pérez De María, Juan Pablo Galimberti y Guillermo Aragonés en los roles protagónicos. Junto a ellos, Florencia Torrente apuesta a la construcción de un personaje que se planta erguido en la escena y que exhibe, detrás de ese caparazón, las contradicciones y miedos a las que la somete ese tiempo histórico.
Plantada
Florencia Torrente escoge qué papeles interpretar, buscando lo desafiante de aquello que la interpela y le exige. Además de su faceta artística, desarrolla la línea de una marca propia de indumentaria y accesorios. “La frase ‘el que mucho abarca, poco aprieta’, me parece obsoleta. Creo que, si lo que uno hace, lo hace con amor, respeto, responsabilidad y ganas, nada puede salir mal. De hecho, todo lo que hice en mi vida, fue porque lo quería hacer”, sostiene determinada.
–Llevás el apellido paterno y, si bien todos sabemos que sos hija de Araceli González, manejás tu carrera artística y tus proyectos empresarios con independencia del nombre de tu mamá.
–Mi madre me enseñó a ser independiente, quizá tenemos puntos parecidos, pero cada una tiene que hacer su camino, ir en busca de lo que tiene ganas de hacer.
Torrente vive en un barrio de Escobar junto a su pareja. “Comenzamos antes de la pandemia y se consolidó durante la pandemia”, explica, mientras enumera las virtudes de su refugio, al que define como “hermoso”. Si el universo de Jean-Paul Sartre la involucra en la escena, recurrirá a Simone de Beauvoir para apoyar algunas de sus ideas en torno al lugar que siente que ocupa la generación de mujeres a la que pertenece, un tema que se percibe que le interesa pensar.
–Pensando en cuestiones de género, te toca transitar un momento muy diferente al de tu abuela y al de tu mamá. ¿Cómo lo vivís, a tus 33 años, aún cuando falta mucho por recorrer en cuestiones de equidad?
–Hay cosas que son muy diferentes, pero hay otras que no cambian. Mi generación es bisagra, no somos como las anteriores, pero tampoco como la de mi hermano, estamos en el medio. Nos educaron con determinados patrones, que pertenecían a otro tiempo, pero no podemos juzgar a nuestros padres o abuelos por eso, es la manera que tuvieron a mano.
–Tu personaje bucea en algunas determinaciones empoderadas, pero también es presa de un entorno.
–Por supuesto, es un exponente de un tiempo. Hoy se ha evolucionado mucho, pero hay que entender que es un proceso y que toma tiempo. Por eso es importante rodearse con la gente que comparte tus mismos valores, porque, de otra forma, se entra en una zona de permanente conflicto, por eso, elijo qué guerras pelear, porque no se puede estar todo el tiempo batallando.
–Las manos sucias radiografía un mundo hostil, nada diferente al actual. En ese contexto, ¿cómo aplicás tu filosofía de vida?
–Hay que estar cómodo con las emocionalidades para alejarse del permanente conflicto. A mí me sucedió estar en permanente conflicto por lo que hacía o pensaba la gente y discutía. No quiero estar en ese lugar, es un trabajo, estoy desaprendiendo y buscando aplicar lo nuevo.
–¿Vas bien en esa empresa?
–Se puede desaprender con tranquilidad, para no caer en una revolución, porque lo que sucede es que una vez que ves, no podés dejar de ver.
–¿Entonces?
–La realidad te parece cada vez más terrible.
–¿Cómo se afronta eso?
–Hay que estar calmo y hablar con certezas, porque, desde el enojo, es muy difícil explicar algo.
–No siempre se puede eludir la batalla o escoger con claridad qué contienda librar.
–A veces se puede y otras, no. Somos viscerales, nos tocan en las entrañas, entonces hay que trabajar mucho para poder trascender eso y encontrar la calma. Uno puede considerar algo como básico y otro no. Entonces, a veces cansa explicar tanto o que te miren mal. ¿Sabés todo lo que una mujer tiene que explicar?
–Tu madre ha librado algunas batallas...
–Sí, lo mamé. Es la mujer que me crío y me enseñó. Y lo más importante que me enseñó es ir por lo que siento.
–Nada menos.
–Por eso trato de ser sincera conmigo, sin que eso signifique pisar cabezas, pero sí ir por todo lo que uno desea para su vida, siendo muy íntegro y fiel a los propios ideales.
Su ser empresario
Además de su tarea como actriz, Torrente se ocupa de Helicia, la marca de indumentaria y accesorios que lanzó en sociedad con una amiga: “Llevamos mucho tiempo haciendo este proyecto. Ahora, recolectando los frutos, luego de nueve años de trabajo”.
–No es sencillo emprender en la Argentina y, mucho menos, luego de una pandemia.
–Es complejo, pero le ponemos mucha onda y esfuerzo, la marca es una parte de mi ser. Empezamos con accesorios y luego seguimos produciendo a mayor escala. Cuando irrumpió la pandemia, pensamos que nadie querría comprarse una cartera o una mochila, ya que la vida era dentro de casa, entonces nos planteamos reestructurarnos. Era eso o morir, no había otra opción. Era buscarle una vuelta o dejar partir a nuestra marca.
–No la dejaron partir.
–Hicimos todo lo imaginable, desde introspección y espiritualidad a estudiar marketing. Nos levantábamos a las ocho de la mañana y estábamos en Zoom hasta la medianoche, pensando qué podríamos hacer distinto. Como teníamos mucha tela para producir carteras, se nos ocurrió hacer barbijos y bolsas para el supermercado con nuestro logo, fue un éxito, llegamos vender 300 barbijos en un día. Luego de eso, y como siempre tuvimos el deseo de hacer ropa, comenzamos a probar con buzos, luego joggings, y también vendíamos todo. Así se fue armando nuestra colección, un poco de manera inconsciente, no es que todo fue premeditado.
Dolores
–¿Reestableciste algún tipo de vínculo con Adrián Suar? ¿Trabajarías en Polka?
–No tengo vínculo.
–Con lo cual, trabajar en Polka es una utopía.
–No tengo idea, no creo que se dé.
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