La actriz se encuentra en su mejor etapa personal y laboral; ahora, luego de filmar dos películas en Uruguay se subirá este verano al escenario del Metropolitan Sura para protagonizar la comedia Ella en mi cabeza
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Hoy Florencia Raggi vive entre dos países: Uruguay y la Argentina. Reside más tiempo a un lado o al otro del Río de la Plata de acuerdo a cómo se le van presentando los proyectos laborales. Durante buena parte de la pandemia estuvo afincada en San Ignacio, en la casa que comparte con Nicolás Repetto desde hace dos veranos y, desde allí, se trasladó a Montevideo para filmar dos películas (Noche americana y El asistente). Hoy, en cambio, pasa la mayor parte de la semana en Buenos Aires ensayando Ella en mi cabeza, la comedia que, con dirección de Javier Daulte, protagonizará junto a Joaquín Furriel y Juan Leyrado en el Metropolitan Sura desde el 13 de enero.
La obra de Oscar Martínez tuvo su estreno en 2005, cosechó innumerables premios y, a lo largo de cinco exitosos años de funciones, conoció varios elencos (el primero estuvo conformado por Julio Chávez, Juan Leyrado y Soledad Villamil, luego esta fue reemplazada por Natalia Lobo y más tarde por María Carámbula, mientras que el lugar de Chávez lo tomó Darío Grandinetti). “En aquel entonces yo la vi dos veces con distintos intérpretes y me encantó”, recuerda la exmodelo, consagrada a la actuación desde hace dos décadas y media. “En esta versión habrá cambios, la puesta será diferente porque el director es otro (el original fue el mismo Martínez) y porque en estos 16 años ha pasado mucha agua debajo del puente y entonces el texto se resignificó”. De todos modos, la trama sigue siendo la misma: Adrián (Furriel) llega a un punto en el que ya no puede vivir más con Laura (Raggi), su mujer, pero tampoco sin ella. Entonces recurre al Dr. Klimovsky (Leyrado), su mordaz terapeuta, que lo conduce a la pregunta tan temida: ¿qué lo une realmente a su esposa luego de tantos años?
–¿Qué es lo que más te atrajo del proyecto?
–Hace muchísimos años que quería trabajar con Javier; es más, soy fan de todas sus obras, de las que escribe y de las que dirige. A Joaquín lo he visto muchas veces en teatro y me encanta lo que hace, me encanta como actor. Y a Juan también lo admiro como actor y en las dos ocasiones que trabajamos juntos tuvimos muy buenas experiencias: en una coproducción cinematográfica con Italia, Cómplices del silencio, y en el unitario para televisión Variaciones. Lo que más me tentó fue el gran team, además del texto, por supuesto, y que se tratara de una producción de La Plaza. El personaje también me gustó, pero lo que más me interesó es participar de este viaje que propone este director con estos actores.
–¿Cómo ves a tu personaje a la luz de lo que ha cambiado el género femenino en los últimos años? Desde el momento que forma parte de los pensamientos del protagonista, a Laura se la podría calificar de sujeto pasivo.
–Javier siempre dice que esta obra es como un edificio con tres patas, en el que hay un protagonista, es cierto, pero que está sostenido por los otros dos personajes. Entonces el mío no es un sujeto pasivo. Tanto el terapeuta como la mujer de este hombre estamos dentro de su cabeza, es cierto, pero conformamos entre los tres una criatura, el personaje de él. Entonces yo no siento que sea pasivo, para nada. Esta mujer está mucho más empoderada, firme y con las cosas claras. Ha evolucionado con respecto a lo que fue el personaje original. Todos hemos evolucionado en estos años, y la sociedad misma lo ha hecho, entonces fue unánime entre todos encararlo desde este otro lugar. No había otra forma de encararlo.
–En su momento se la definió como una comedia para pensar.
–Para mí es una comedia donde los tres personajes son muy queribles, es fresca y sencilla –con la toda la complejidad que tiene hacer algo sencillo y profundo a la vez, porque no es simplista-. Pasa de todo durante todo el tiempo y por eso es muy ágil, es una hermosa comedia para ver en el verano, época en la que todos queremos pasar un buen momento y que algo nos levante el ánimo. Por la pandemia estamos muy golpeados, así que no da bajonearse más. Ojo, la obra no es para nada frívola y permitirá que todo el mundo se sienta identificado. Es la historia de un hombre con su neurosis y su paranoia y sus inseguridades que las tiene proyectadas en su matrimonio, pero que tal vez, si no estuviera casado, las proyectaría en otro sitio. Todo está exacerbado porque se trata de una comedia, pero en mayor o menor medida, estoy segura de que el público se identificará con esos miedos y con esa relación larga de pareja.
–Hasta el estreno de Ella en mi cabeza el teatro argentino contemporáneo no se ocupaba del amor y los conflictos de pareja.
–Sí, Ella en mi cabeza es claramente una historia de amor con sus reveses. No es una historia romántica pero sí es la historia amorosa de un matrimonio, pero que va más allá del matrimonio, está apuntada a lo que le pasa a un hombre con su propia neurosis. En ese sentido, podría haber sido perfectamente una mujer la protagonista. La neurosis no es excluyente de los hombres.
–Oscar Martínez dijo haberse inspirado en los preceptos de Carl G. Jung, que asegura que somos nuestros sucesos internos, nuestras vivencias, más que una serie de acontecimientos reales de nuestra existencia.
–El texto es buenísimo. A pesar de que han pasado 16 años del estreno, es súper actual y está escrito de manera muy inteligente. La problemática de la obra sigue vigente porque las neurosis son atemporales; pueden haber cambios a nivel social, pero lo que nos pasa a los seres humanos y todo lo que concierne a la condición humana trasciende las épocas. Coincido ampliamente con Jung y con Oscar, creo que la realidad es una construcción personal. Por ejemplo, de esta misma charla que mantenemos, vos te hacés una construcción y yo otra, y tal vez son diametralmente opuestas. Y esto es porque, en el fondo, uno se relaciona sólo con uno mismo, con sus sentimientos, con sus asociaciones, con sus empatías y sus inseguridades. Entonces, lo que yo recibo del otro es lo que puedo construir del otro; nunca es el otro en realidad. Lo mismo sucede con los hechos reales, los vivo de la manera en que puedo vivirlos orgánicamente, hormonalmente, económicamente; o sea, depende de tantas cosas fluctuantes que esa construcción que hago nunca es lo real-real, es la realidad de lo que puedo construir. ¡Así que imaginate lo que pasa con los vínculos! Bueno, la obra muestra eso: cómo el personaje de Joaquín se hace una película de un montón de cosas, que no tiene mucho correlato con la verdad.
–En Ella en mi cabeza la pregunta sería: ¿cuál es la mujer real? ¿La que tiene el protagonista a su lado todas las noches o la que tiene en su cabeza? En tu caso personal, ¿has reflexionado al respecto? ¿Cuánto pesa en vos lo imaginario y lo real en tus relaciones de pareja?
–Si yo fuera espectadora de la obra no me cabría ninguna duda que está la mujer real y la que él está construyendo, que no son la misma. Yo, como actriz, obviamente estoy encarnando a la mujer real. En cuanto a mí, yo trato de acercarme cada vez más, todo el tiempo, a lo real, de trascender las formas, las apariencias y llegar a la esencia de las cosas, lo cual no es nada sencillo. A veces estaré más cerca de esa realidad y a veces, no. Es un trabajo que yo hago conscientemente, sabiendo que así son las cartas con las que contamos y ninguna más.
–¿Alguna vez fuiste o te sentiste parte de los pensamientos obsesivos de un hombre?
–No, por suerte no. Y creo que no podría haberlo tolerado. ¡Qué pereza! (risas). No, no... habría salido corriendo.
–La obra habla, entre otros temas, de lo que a lo largo de los años une fundamentalmente a una pareja. ¿Qué te une a Nicolás luego de 13 años de matrimonio y 27 de convivencia?
–El amor, el amor, el amor. ¿Si eso alcanza? Por supuesto. Todo depende de lo que cada uno piense y sienta que es el amor. Yo no tengo dudas que a Nicolás me une el amor porque lo siento tangible, que es lo que me ha sostenido, me sostiene y me seguirá sosteniendo, creo yo, por la potencia de eso que siento que no le puedo poner otra palabra que no sea amor.
–A esta altura son una de las parejas más longevas del ambiente artístico. ¿Vislumbrabas esta realidad actual cuando se conocieron y empezaron a salir?
–En algún punto la deseaba. Pero me parecía que podía llegar a ser muy complicado, no tuve una certeza desde el vamos. Pero sí vislumbraba que había algo muy inexplicable que me hacía derribar muchos prejuicios, temores, preconceptos, y que en ese momento no sabía bien de qué se trataba: tal vez un hilo rojo o algo así. Pongan la palabra que quieran, pero vislumbré que había algo que nos vinculaba de una manera intensa y profunda. Con esto no quiero decir que no hayamos tenido vaivenes, tuvimos que superar ciertas situaciones y seguramente ya aparecerán otras por superar, no es que en nuestra historia todo fue maravilloso, como si se tratara de un cuento de hadas. Por supuesto que no. Hemos vivido momentos de alegrías, de tristezas y de confusiones, de mayor cercanía y de distanciamientos. Pero siempre esa intuición y esa fuerza, que apareció desde el vamos, y a la que yo llamo amor, es lo que primó y nos sigue manteniendo juntos.
–¿Los 15 años de diferencia entre ustedes en algún momento fue un problema?
–No. Tal vez al principio se notaba más la diferencia de edad, yo era muy jovencita y él tenía una vida más formada, con hijos y todo. Pero evidentemente no fue un tema determinante, si no, no hubiéramos podido seguir.
–El año próximo cumplís 50. ¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Hasta ahora bastante bien, y espero que siga así. A veces digo: “uauuuu... ya casi 50, un montón de años”... pero yo no me siento como una mujer con tantos años. Me siento madura pero no grande ni mucho menos vieja.
–Gabriela Acher dice que, para las mujeres, los nuevos 50 son los 30 de antes. ¿Acordás con ella?
–No le presto mucha atención a eso, lo que yo intento es descubrir qué tiene de bueno cada década, cada período y cada año, ver las diferencias y estar conscientes de ellas. Esto es lo único que nos queda, para decir, bueno, no tengo esto, esto y esto de la etapa anterior pero ahora tengo esto, esto y esto otro que no tenía antes. Espero que a los 60, si llego, y a los 70, si llego, y a los 80, si llego, seguir teniendo la posibilidad de ver, por ejemplo, que ya no tengo esa lozanía o aquella energía pero tengo esta sabiduría. Creo que todas las etapas, al menos hasta ahora, conllevan algo positivo. El desafío de cada uno es encontrar eso y no quedarse aferrado a que se pierde, a lo que uno fue. Si no, estamos fritos.
–¿Cómo definirías lo que ganaste en esta última etapa?
–En esta última etapa gané madurez, tranquilidad y mucho más conocimiento. Para mí el autoconocimiento es fundamental y me da mucha satisfacción, así que a medida que pasa el tiempo y me voy conociendo más y aprendiendo más de mi misma, me da una felicidad que a los 20 no la tenía ni ahí. En esa época había una ansiedad y unas dudas inconmensurables, muy difíciles de manejar. Por eso, si miro para atrás, no tengo añoranzas de cuando tenía 30, para nada. Y mucho menos de mi época de modelo. De lo único que tengo añoranzas es de mis hijos chiquitos, pero de mí, cuando era joven, en absoluto. Hoy soy más feliz.
–Además de la obra, en el verano también estrenás una película, Noche americana, donde afrontás el desafío de tu primer protagónico cinematográfico. ¿Qué expectativas tenés?
–Bueno… esto también tiene que ver con lo que gané con la edad. Ya no tengo tantas expectativas y eso me parece muy bien, algo positivo. Porque cuando uno tiene expectativas a la larga te frustrás, o si se cumplen después querés algo más. Me da felicidad que la película se estrene y deseo que la gente la vea y le guste, y ojalá que me siga abriendo puertas para otros buenos trabajos como éste, pero no tengo “la” expectativa de “a ver, qué me va a dar esta película”.
–Se filmó en plena pandemia.
-Sí. Se filmó en Montevideo, en noviembre y diciembre de 2020. Como yo estoy viviendo desde hace unos años en Uruguay (en San Ignacio), no tuve problemas para trasladarme. La productora uruguaya Bourke Films y Disney Distribution, convocaron al director Alejandro Bazzano, que es uruguayo/cubano, pero que reside en España. Él fue uno de los directores de La casa de papel y además dirigió un montón de series para Netflix y Amazon. En cuanto me hablaron de él y vi sus trabajos me tiré de cabeza en el proyecto. La mayor parte del equipo es uruguayo (los encargados del libro, la música y la edición) y el elenco es mitad uruguayo y mitad argentino, pero la película parece europea. Es un film multigénero, algo muy difícil de realizar: tiene un touch de thriller, otro de comedia, otro de comedia romántica y…
–…Y otro de cine erótico… A propósito, en Noche americana te toca interpretar una escena de alto voltaje sexual. ¿Ponés algún tipo de reparo a la hora de protagonizar un desnudo? ¿Cuál?
–Lo único que me importa es que esa escena no sea innecesaria. Pero si es parte del cuento y sirve a la historia y al desarrollo de mi personaje, todo bien. Nunca aceptaría una escena de ese tipo si tuviera un tinte morboso. De todos modos, siempre trato de que se vea lo menos posible. Así que no generemos tantas expectativas, ¿eh? Porque hay un desnudo y una escena de cama muy sensual, es cierto, pero a mí mucho no se me ve. No tengo pruritos con mi cuerpo, y me siento muy libre frente a la cámara, pero también soy consciente de que soy una chica que tiene casi 50 años… así que no tengo por qué mostrar de más.
–Encarnás a una actriz muy famosa, Michelle Simon, algo distante, que reniega de la fama y del reconocimiento del público. ¿Cómo te llevás con la exposición y la demanda de la gente?
–Me llevo bastante bien. El otro día justamente me comentaba Joaquín (Furriel) que alguien le había dicho que uno tiene la popularidad o la fama que puede tolerar, y tal vez sea así. Yo siento que no me afecta en mi vida, que me siento completamente “ordinaria” porque no me considero una celebridad. Entonces a mí no me pesa, primero porque cierto reconocimiento lo tengo desde muy jovencita, de cuando era modelo, entonces, como he convivido con eso desde los 18 años y ahora tengo 49, me es algo normal; además, porque lo vivo con naturalidad, yo no me siento diferente por ser conocida, ni especial, ni superior ni inferior. Ser conocida es simplemente parte de mi trabajo. No dejo de hacer nada por ser conocida ni me siento acechada por ello. Y los costos que tiene el ser conocida son parte del combo: como sé que contiene ciertos beneficios, también sé que contiene ciertos costos.
–Aunque tangencialmente, Noche americana trata el tema del abuso sexual, que está tan en boga. Pero lo hace de una manera políticamente incorrecta… ¿Temés algún tipo de polémica al respecto?
–¿Te referís a que la hija de mi personaje tuvo relaciones con su padrastro y no lo inculpa? Bueno…antes del rodaje fue un tema del que hablamos muchísimo con el director, porque, más en esta época, no es algo para tomar a la ligera. En realidad la película deja el tema abierto, para que cada espectador haga su lectura y saque sus propias conclusiones. ¿Fue abuso o no lo fue? Mi personaje, la madre, considera que hubo abuso, pero su hija lo niega. También hay que aclarar que su hija es mayor de edad y que vivía una situación familiar particular: a su padrastro nunca lo trató como tal, porque nunca ofició realmente como un padre. Para mí fue muy importante comprender desde dónde este personaje, el de mi hija, sostenía lo que decía. Yo no puedo “spoilear” parte de la película, para que se entienda bien esto, pero sí te puedo asegurar que quedé conforme con el tratamiento del tema. Yo, como actriz, logré comprender la visión de ambos personajes, el de la madre y el de la hija; pero si a mí, Florencia mamá, en la vida real, me hubiera pasado algo así, no sé de qué hubiera sido capaz. Mejor no me lo pregunten.
Para agendar
Ella en mi cabeza
Dirigida por Javier Daulte
Desde el 13 de enero, de jueves a domingos, en el Metropolitan Sura. Entradas por Plateanet.
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