La actriz, que hace días estrenó la comedia dramática Matar a mamá en el Teatro Politeama, donde comparte escenario con María Rosa Fugazot e Inés Estévez, habla con LA NACIÓN de sus comienzos, la vida de sus hijos y su gran romance con el periodista y conductor, a quien eligió cuando tenía apenas 22 años
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El pasaje de Recoleta recuerda a la Rue Greffulhe de París, cercana al Palacio Garnier donde habita la sala de la Opera. Ella, estupenda en su andar, despliega un charme tan poderoso que refuerza la posibilidad de la ilusión. Estamos en Buenos Aires. Florencia Raggi llega a la entrevista con LA NACIÓN con atuendo de “civil” y en segundos se produce para la sesión fotográfica. No ha olvidado su destreza para mutar su outfit en segundos, como cuando deslumbraba en las pasarelas de la moda y tenía que lucir -acaso interpretar- las creaciones de los diseñadores de alta costura.
Pero Raggi tiene mucho más tiempo arriba de los escenarios desplegando su veta de actriz que pisando fuerte entre sedas y tules. Esta semana, nuevamente, vuelve a probarse en tales cuestiones cuando suba el telón de Matar a mamá, la comedia dramática con dramaturgia de Laura Oliva que protagonizará junto a María Rosa Fugazot e Inés Estévez en la sala Politeama y bajo la dirección de Paula Ransenberg.
La pieza aborda la relación entre dos hermanas -que en nada se parecen- y una madre que decidió exponer mucho de la intimidad familiar en monólogos de stand up a través de una plataforma virtual, desnudando miserias y tensiones, los “trapitos al sol” que sus hijas no están dispuestas a mostrar en público.
La actriz no disimula la jaqueca con la que amaneció, pero se predispone con entusiasmo a posar para el lente de la fotógrafa y a la posterior charla. “Sos más linda personalmente”, le dice una señora que la observa con admiración entre los empedrados escondidos. Raggi agradece, aunque se aparta de toda cuestión hegemónica en torno a cánones estéticos. Deconstruida. Siempre fue una mujer de mente abierta y de decisiones de riesgo.
Cuando transitaba lo mejor de su carrera de modelo, a solo nueve años de haber debutado en tales lides, dejó todo para dedicarse a la actuación. Cuando había cumplido los 22, se enamoró del periodista y animador Nicolás Repetto, 16 años mayor que ella, y se fue a convivir con él. Escorpiana en estado puro, de rica vida interior. Cierra la puerta de una de las oficinas de la compañía que produce su espectáculo, y se adentra a pensar en voz alta sobre esa vida, su vida, de 51 años.
-¿Es la mitad del camino?
-Me llevo muy bien con el paso del tiempo, me siento muy contenta con la madurez, algo que no tenía antes y sí tengo ahora, cómo no voy a estar agradecida.
Plena, Raggi elige muy bien sus proyectos escénicos. Su último trabajo fue el año pasado cuando formó parte de la obra Carnicera, de Javier Daulte, en el Regio. “Tenía muchas ganas de volver a hacer teatro”. Antes, hubo títulos como La señorita de Tacna -de Mario Vargas Llosa junto con Norma Aleandro- o La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca.
-El vínculo entre madres e hijas fue tocado ancestralmente por los dramaturgos, ¿qué te convocó del material escrito por Laura Oliva?
-Siempre es interesante pensar en las posibilidades de hablar o no hablar en el seno de una familia; qué se dice, de qué manera y cuánto es verdad de todo eso.
La actriz rescata la temática y el tono de comedia dramática del texto, pero, sobre todo, el equipo de trabajo que la acompaña: “El gran desafío es lo que me va a dar el trabajo en sí mismo y sentí que, en esta oportunidad, podríamos generar un gran recorrido”.
-Fugazot, Estévez y vos son actrices de tonalidades muy diferentes.
-Eso es muy interesante porque el material muestra a dos hermanas muy disímiles.
-En una reciente entrevista con LA NACIÓN, Inés Estévez comentó que siempre se ha sentido y considerado diferente muchas veces, sin poder involucrarse demasiado en un espacio de pertenencia. ¿Te ocurrió a vos?
-Desde chica, lo que he sentido es que no podía pertenecer a un solo grupo. En cada ámbito en el que me moví tenía aspectos para compartir y otros de no empatía. Nunca me sentí dentro de un clan, pero a veces uno necesita formar parte de un núcleo. De todos modos, siempre he tenido mi grupo de amigas; aunque nunca pude quedarme anidada en un lugar. Eso sí da mucha libertad y la posibilidad de entender que uno está con sí mismo siempre.
-Se te percibe como una mujer que ha trabajado mucho su interioridad. ¿Es así?
-Sí, totalmente, es una necesidad y me acompaña desde muy chica. Es un trabajo diario.
-¿A qué apelás? ¿Terapia, yoga, meditación?
-Me gusta ir detrás de todo eso. En la obra, Dolores, mi personaje, se hace muchas preguntas y cambia permanentemente de terapias sin encontrar respuestas, algo que es muy criticado por su madre.
-¿Vos encontraste respuestas?
-Sí, pero las búsquedas van cambiando, no siempre es el mismo camino. Creo que el autoconocimiento nos hace bien, lo bueno es ir encontrando la propia necesidad, el conocerse y desarrollarse; allí está la verdadera felicidad.
Patear tableros
Sin pertenecer a un clan y sin anclarse en espacios ni realidades, Raggi manejó su timón con no poca libertad y bastante valentía. Así como no escuchó prejuicios ajenos a la hora de iniciar su relación con Nicolás Repetto, tampoco temió patear tableros más de una vez.
Dejó profesiones, lugares habitados con éxito y hasta se atrevió a la vida “nómade” repartida entre Buenos Aires y Punta del Este, donde pasa gran parte del año con su marido, en una bellísima casa frente al mar: “Soy bastante valiente, me gusta el cambio. A veces me va bien y otras no tanto, a eso me arriesgo”.
-Cuando sale mal, ¿cómo se sigue?
-Trato de aprender de la experiencia, superar ese momento.
En plan de pensarse, la actriz sostiene: “Actuar es una forma de conocerme, cada rol me permite ir en busca de lo propio, de explorarme, de ampliar mi registro”.
-También le sucede al espectador.
-Es la función del arte. El teatro es un momento único, de comunión con el otro, inmersos en otras realidades que también nos hacen empatizar con lo propio.
Más allá de la ficción
En Matar a mamá, su personaje se enfrenta a su progenitora. En la vida real, Nilda Raggi es la madre de la actriz, con quien comparte la vocación artística. “Mi madre tuvo cuatro hijos, tres mujeres y un varón, y yo soy la menor de ese grupete”.
-En la obra se observa un diálogo interrumpido, ¿cómo te fue en la vida real?
-Siempre hablé mucho con mi madre, nos dijimos todo, lo que sea y como sea. Eso lo valoro. No me puedo aguantar ni dos minutos sin hablar lo que haya que hablar, mando mensajes, busco juntarme, por eso no entiendo a los personajes de la comedia, esa madre les da miedo y les genera vulnerabilidad a sus hijas, algo que, charlando con amigas, me doy cuenta que sucede mucho. Tampoco es que puedo decir todo, pero prefiero escupir lo que siento y atenerme a las consecuencias.
-Entonces, buen vínculo con tu madre actriz.
-La quiero mucho, me quiere mucho; aunque he tenido reclamos hacia ella, hoy ya no los tengo, no hay rencor. Jamás hubo mala intención, porque entiendo que cada uno hace lo que puede… Me voy a emocionar. Mis padres están grandes y solo quiero estar agradecida con ellos, será por eso que la obra me moviliza tanto.
Se contiene, pero no puede evitar las lágrimas. Piensa en su propio cuadro familiar y se quiebra, aunque pletórica de amorosidad hacia los suyos. “Nada es perfecto”.
Raggi es madre de Renata y Francisco, fruto de su relación con Nicolás Repetto, con quienes también mantiene un gran vínculo: “Intento hacer lo mejor posible como madre. Mis hijos son lo más maravilloso que me sucedió en la vida. Ya volaron, viven afuera, pero me siento super conectada a ellos a pesar de las distancias, hay un canal de unión muy poderoso que va más allá del otro, porque el amor, en realidad, se honra no se merece”.
-”El amor se honra, no se merece”. Ampliemos esa idea.
-Yo no amo porque me aman, honro amar. Si siento que estoy conectada, ya estoy conectada. De todos modos, también sé que mis hijos me aman.
-¿Cuando amás, no esperás el reconocimiento del otro lado?
-Tampoco soy la Madre Teresa de Calcuta, tengo mis defectos, pero entiendo que, cuando amás profundamente, la satisfacción es tan grande que ya está todo ahí. Uno no ama necesitando que te amen.
-El amor no busca algo a cambio. ¿Sería eso?
-Exacto.
Francisco Repetto es chef y Renata Repetto hace música y es diseñadora gráfica. El hijo de Raggi y Repetto estuvo radicado mucho tiempo en Uruguay, mientras que la joven vive en Barcelona. “Quiero que mis dos hijos sean libres, espero haber colaborado para que se sientan confiados de sí mismos; es todo un trabajo confiar en uno, pero me parece que es la clave”.
El devenir
-En el comienzo de la charla decías que te llevabas muy bien con tu joven madurez.
-Sí, no extraño demasiadas cosas de cuando era muchísimo más joven; estoy asombrada y contenta de lo que me trae la vida en este tiempo, ojalá siempre siga siendo así.
-¿Te cuidás mucho físicamente?
-Me cuido, pero estoy mucho más relajada que antes. Hago ejercicio físico y como sano, aunque me doy mis gustos. Estoy atenta a mi peso, aunque, cuando trabajo, me olvido de comer y adelgazo demasiado, así que tengo que prestar atención a eso y recuperar el peso que me sienta bien; también cuido mi piel, pero trato de aceptar los cambios naturales que propone el paso del tiempo, aprendiendo a llevarme bien con verme distinta. En mí, siento que lo natural es lo más bello en términos estéticos.
-Todo eso, acompañado por ese trabajo interior del que hablabas.
-No me hago la zen, pero trabajo mucho esos aspectos y no les presto demasiada atención a las canas y a las arrugas. No me gusta usar anteojos para leer, pero los tengo que usar, no hay otra. No me paro en añorar cómo era antes, porque la única que perdería soy yo.
Mixtura su vida entre Buenos Aires y Punta del Este. Aunque disfruta del contacto con la naturaleza y la energía del mar golpeando las puertas de su casa, también reconoce que “no puedo vivir solo en el campo, me gusta mucho la ciudad, su movida, estar con gente”.
Búsquedas
“Nada me apasiona más que tener el tiempo y la dedicación de bucear en el personaje que me toca interpretar; me suelen criticar por bucear de más. El proceso de Matar a mamá me llevó a lugares insólitos, a pensar en el vínculo con mi madre y mis hermanas, a repasar mi infancia, me tocó muchísimo; tanto es así que, en algún momento, me sobrepasó. Recién ahora puedo separar las aguas y decir ´esto forma parte de mi vida y aquello otro es la obra´. Tampoco sirve llevar el bagaje de uno al trabajo”.
-Para un intérprete, hay algo de todo eso que es muy complejo separar y discernir.
-El bagaje esta en uno, es el instrumento y aparece, pero no soy partidaria de recurrir a pensar en aspectos personales para llevarlo a la escena, no lo veo sano; además uno siempre lleva la emoción a la creación, porque la emocionalidad viene dentro nuestro.
-Elegís muy bien tus trabajos como actriz, lo cual habla de una “curaduría” muy pensada. A pesar de ese extenso camino recorrido, ¿sentís que se te exige mucho más por haber sido modelo?
-No lo sé, es algo que depende del otro. En realidad, yo tenía mucho prejuicio, si no lo hubiese tenido, todo hubiese sido más sencillo. Uno no nace actuando bien, como no se nace médico, pero, a veces, el prejuicio existe cuando el protagonista es quien también lleva eso sobre sus espaldas. Cuando uno no tiene prejuicio sobre sí mismo, el prejuicio se disipa. Eso leo a la distancia, luego de llevar 25 años de actuar.
Solo trabajó como modelo durante ocho años. Poco tiempo, pero de una gran exposición y ocupando un lugar destacado en ese medio. “Lo primero que hice como actriz fue a los veintitrés años en Poliladron”, recuerda. Corría la década del noventa y todos se sorprendieron cuando esa destacada profesional del mundo del modelaje, el diseño y la publicidad apareció en la primera ficción producida por Adrián Suar. “Dejé hace tanto tiempo que los jóvenes hoy no saben que fui modelo”.
Se reconoce muy autoexigente, una virtud que también es un peso cuando se trata de aplicarla a la vida cotidiana. Acaso esa vara tan alta la llevó a ser tan convincente cuando el actor Gastón Pauls la convocó para realizar un video para una universidad donde debía aparecer un rasgo de ficción en una entrevista real. El relato ficcional la llevó a confesar una simulada adicción al alcohol, que realizó con tal vehemencia que, durante mucho tiempo, debió aclarar que no se trataba de una historia fiel a su realidad. “Hace poco me llamaron de una entrevista muy importante para hablar sobre la adicción al alcohol, fue increíble lo que aquello provocó, aún hoy tengo que explicar que era una ficción generada por Gastón Pauls”.
-¿Te molesta que haya gente que sienta que esa declaración reflejaba una realidad?
-Al principio me incomodaba, pero hoy ya solté, que piensen lo que quieran. No tengo un prejuicio con respecto a que piensen que soy alcohólica. Fue curioso lo que sucedió, hubo gente que me paró y me dijo “ahora te quiero más”. Me brindaban una aceptación por esa circunstancia ficcional. Estuvo bien, pero las consecuencias fueron agotadoras.
Cuando trabajó como modelo, algunos parámetros estéticos eran sumamente rígidos y arbitrarios. Determinadas cuestiones se modificaron acompañando evoluciones sociales, aunque no del todo. Haberse iniciado tan jovencita, le deparó a Raggi algunas sensaciones encontradas: “A los 15 años empezar a trabajar en una actividad donde el foco estaba puesto en el glamour, la belleza y la aceptación me dio una seguridad que no tenía, que disfruté; pero, rápidamente, me di cuenta que se trataba de algo ficticio, que me incomodaba, por eso dejé de trabajar a los veintitrés años, no quería que la importancia estuviese puesta en esos valores, necesitaba de otros recursos e intereses con los que trabajar yo misma”.
-¿La sociedad evolucionó en cuanto a la valoración de determinadas exigencias hacia la mujer?
-Es incómodo que haya una exigencia en la mujer, que se le pida que siempre sea joven, se muestre bella, sin arrugas; que cada uno haga lo que pueda, sin criticar a nadie, pero, desde ya, sintiéndose bien con uno mismo.
-Ocupando el lugar que ocupabas, ganando muy buen dinero, fue toda una osadía dejar la carrera de modelo siendo tan jovencita. Habla de una gran valentía.
-No me sucede siempre, pero, cuando tengo esos llamados tan contundentes, me escucho.
En el plano afectivo, también fue una osadía muy sincera avanzar en su relación con Nicolás Repetto: “Fue uno de esos llamados contundentes de los que hablaba, si siento algo de manera muy profunda, avanzo”.
-Sorprendió mucho el inicio de la relación.
-Nico tenía ya dos exmujeres y tres hijos, y yo era más “Susanita”. Además, él era superfamoso. Sin embargo, no me equivoqué. Lo amo entrañablemente.
-Siempre estuvieron muy al margen de las miradas, los escándalos. No se sumergieron en ningún lodazal mediático.
-Es que la pareja no tuvo un fin mediático, entonces nada de todo eso se podía producir.
-¿Hubo resistencia en tus padres?
-No, para nada, me apoyaron. Además, ya vivía sola desde los 18 años, así que mucho no me podían decir.
Para agendar
Matar a mamá. Teatro Politeama (Paraná 353). Funciones: viernes a las 20, sábados a las 20.30 y domingos a las 19.30
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