Florencia Bertotti, sobre el conflicto con Cris Morena: "Pasaron muchos años, no tengo rencores"
Florencia Bertotti se ríe cuando se le dice que es rechazadora serial de proyectos. Se ríe y jura que no es así, aunque reconoce que carga con esa fama. Que siempre fue muy consecuente con sus prioridades, que estar del otro lado de la pantalla le permitió manejar sus tiempos y poder priorizar las tareas domésticas (tiene un hijo, Romeo, de 10 años).
Pero también desde ese lugar podía descargar su veta creativa y encargarse de producir desde una obra infantil (Simona, el año pasado) hasta su propia marca de ropa. Pero que nunca dejó de pensarse como actriz. Y que esta vez "se alinearon los planetas" para protagonizar 100 metros cuadrados, con María Valenzuela y Stefano De Gregorio, la comedia de Juan Carlos Rubio dirigida por Manuel González Gil, que se presenta en el Multitabarís Comafi. "Hace muchos años venía diciendo que no al teatro. Ni siquiera leía las obras: decía 'no puedo', 'no lo voy a poder hacer', 'no me quiero ir de mi casa a la noche'. Pero sentí que era el momento familiar maternal en donde podía tirarme a la pileta sin hacer agua por otros lados", explica. Para ella, teatro, significaba presentar en escena los éxitos televisivos. Así ocurrió con Son amores (2002), distintas versiones de Floricienta (entre 2004 y 2007) y Niní (2010, en Italia). Desde casi una década no volvió a pisar una sala.
-¿Por qué la elegiste?
-En realidad, me eligió a mí. Me convenció porque es una historia que habla de la vida hoy, de tomar las riendas, de ir atrás de lo que te pulsa, de salir de esa anestesia que a veces te hipoteca el futuro. Hay algo muy fuerte que es tratar de que el hoy represente qué querés hacer de tu vida. La obra, además, pasa por todos los estados: habla de la tercera edad, de la resignación, del deber ser.
-¿Por qué ahora sí y antes no?
-Mi hijo sigue siendo mi prioridad, pero a los diez ya no es tan chiquito. Recién ahora podía hacer esta obra sin sentir lo que me pasó otras veces: tomaba responsabilidades laborales que por ahí me hacían feliz, pero me daba culpa sentir que me estaba corriendo de mi lugar primordial y no podía disfrutar.
-¿Manejás el laburo con culpa?
-No. No lo hago. En todos estos años estuve haciendo cosas: lo último que hice en televisión fue Silencios de familia, en 2016. Pero me acoto a cierto tiempo determinado: cuatro meses. A partir de allí, no estoy organizada para afrontarlo.
-En 2018 fuiste la directora artística de la puesta teatral de Simona...
-Me encantó hacerlo, pero no actuaba. No podía pasar por el cuerpo una emoción. Y eso es lo que me estaba faltando.
-100 metros cuadrados tiene dos "nunca": nunca habías hecho teatro para adultos y nunca habías hecho algo que no fuese un suceso previo en la televisión. ¿Eso también implicaba tirarse a la pileta?
-Y..., un aprendizaje. La obra tiene mucho recorrido, tiene profundidad y humor. Me tiré de la mano de María Valenzuela, que me empujó a hacerlo. Antes todos eran productos aprobados y testeados en la tele: la gente llegaba al teatro sabiendo qué personaje iba a ver. Esta es la primera vez que hago una obra que no vi en ningún lado, que se sustenta en la historia y en el cuento que cuenta, y en ninguna otra cosa.
-¿Qué entendiste de ese aprendizaje?
-Siempre pensé que nunca me iba a gustar hacer teatro. Me decía: "Repetir muchas veces, qué embole". En televisión me hacían repetir dos veces una escena para una tira y me pasaba algo parecido: creía que no lo iba a poder hacer bien, porque en la primera había dejado todo lo que me podía pasar genuinamente. Pero estoy descubriendo un espacio nuevo. Cada vez que empieza la obra hay una experiencia que no había vivido nunca. Y cada noche me vuelvo a emocionar y me vuelvo a ilusionar.
-¿Cómo lo comparás con aquellas obras que tenían que ver con un formato conocido?
-No había búsqueda: era como mostrar las fotos de lo que estaba probado. Salvo Son amores, todo lo demás eran musicales: con mucha gente, mucha energía, música y canciones, y en general con muy poquito texto. La gente estaba como extasiada. En ese aspecto es parecido con lo que pasa en esta obra: acá sentimos las carcajadas, la emoción, el que se ríe a destiempo porque se quedó tentado con algo que pasó. Todo eso genera una comunión, porque estás ahí. ¡Cómo no voy a estar escuchando lo que pasa en las butacas! Esa sinergia es muy diferente.
-¿Cómo manejabas tu ausencia del escenario?
-Nunca me lo planteé desde un lugar de duelo. Al revés: tenía la certeza absoluta de que me pasaban otras cosas y necesitaba abocarme a ellas. No era que resignara algo por mi maternidad. ¡Ni loca! Además, siempre estuve activa. Disfruté y canalicé mi veta artística sin estar contenida ni frustrada.
-Una pionera del género, Cris Morena, también abordó múltiples actividades: actriz, compositora, productora. ¿Cómo fue aquel encuentro con ella para encarnar a Floricienta?
-Yo venía de una carrera solamente como actriz, ganando premios por Son amores como comediante. Cuando ella me llamó me recomendaron que no aceptara: "Vos sos una actriz más seria", me decían. Es raro el prejuicio de que el infantil te pone en un lugar de menos prestigio. ¡A mí me encantaba, no me importaba nada! Trabajar con Cris fue un descubrimiento: no venía en esa dirección, no iba a la comedia musical, no era mi target. Mientras trabajé con ella nunca tuve en mente para dónde iba a seguir. Ella es creativa, prolífera, tuvo un espacio para ella sola (después empezó a aparecer el género, pero antes no había). Fue un encuentro que ninguna de las dos esperaba: una sinergia de dos miradas, que agradecimos mucho.
-Dejaste Floricienta para abordar tu propio proyecto: Niní.
-Me animé a hacer un camino en esa dirección, y probando a prueba y error qué quería hacer y para qué me veía más ducha. Siempre fui de autogestar las cosas que me gustaban. Y no tengo nada de miedo al fracaso ni a la equivocación.
-Niní también fue un golpe de realidad con respecto a Floricienta.
-A veces pasan las cosas sin mucha vuelta que darle, sobre todo cuando no tiene que ver con una acción directa tuya. Hicimos un programa que era de una calidad impecable: mi primera experiencia como productora, asociada con Endemol. Cada uno lo pudo manejar como pudo. Pasaron un montón de años: no tengo rencores.
-Pero un día de tu vida la productora recibió una carta documento (N. de la R.: en marzo de 2010, la Justicia dictaminó que Niní era un plagio de Floricienta, tras una demanda entablada por Cris Morena Group y RGB a fines de 2009 -en el Juzgado Civil número 28 de Capital-, reclamando por las similitudes entre las historias y los personajes de ambas ficciones).
-Hubo un instante en que nos preguntamos cómo podía ser. Y también de bronca. Entendimos que había algo nuevo en un nuevo lugar que estaba ocupando alguien, y que podía llegar a generar cierta incomodidad. Pero después ocurre que cada uno tiene su lugar, y todos podemos hacer cosas que estén bien. Siempre es mejor que haya espacio para todos. No creo que haya mucho más que eso. Hoy, mirando para atrás, ¡ya fue! (risas).
-Si por la calle te dicen Floricienta, ¿te das vuelta?
-¡Por supuesto! Me doy vuelta, saludo, les doy un beso. Me dicen cosas lindas y yo estoy agradecida. Aunque tenga ochenta mil años voy a decir qué bueno que mi recuerdo está asociado a un momento feliz de la vida de otro.
-Mirando para atrás... Con más de 25 años de actividad (empezó a los 9, tiene 36), ¿siempre hubo una cuestión vocacional?
-Yo fui parando un montón. Siempre estoy atenta a mi pulso: todos los años en que actué y que hice proyectos fue porque lo quise hacer. Cuando fui mamá me tomé un tiempo, porque sentí que era mi necesidad. Cuando terminé Floricienta me metí en la carrera de Psicología, porque quería estudiar. Siempre que vuelvo es por el deseo. Ante la duda, no estoy.
-Mirando para atrás, también, entre la demanda contra Niní y las decisiones personales derivadas de tu situación sentimental, ¿cómo te sentiste tratada?
-Entiendo que es parte del juego de alguna manera. En su momento fue un aprendizaje. Cuando era más chica, yo quería que todo el mundo me quisiera. Que dijera 'qué divina', 'qué amorosa'. Cuando tomás tus decisiones entendés que no es así: hay alguien que juzga desde un lugar muy lejano, muy desafectado, desde un lugar algo agresivo o doloroso. Lo dice gratuitamente (lo que actualmente pasa con los redes) porque no le importa dónde cae. Hay un tema de liviandad absoluta respecto del otro. Pero aprendí a relativizarlo. Las cosas que hice o dejé de hacer como mamá o como mujer son una cuestión mía, de mi desenvolvimiento, de mi búsqueda. Si hipotecara mis deseos y mis gustos en pos de agradar a no sé quién estaría más perdida.
-¿Sos actriz para que la gente te quiera?
-Siempre tuve la sensación inversa: me hice actriz para demostrarme a mí que puedo hacer algo. Me gusta lo que siento cuando actúo. A veces me pasa que me elogian una escena y yo sé que la mentí, que no sentí nada, y aunque el otro me diga que le encantó, no me importa: igual estoy deprimida.
100 metros cuadrados
Dirigida por M. González Gil
De miércoles a domingos.
Multitabarís, Corrientes 831.
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