Filosofía de vida: encuentro de gigantes
Alfredo Alcón y Rodolfo Bebán, juntos sobre el escenario
Dos catedráticos implacables están sentados en la mesa de examen del juicio final. No están uno junto al otro, listos para evaluar a un discípulo, sino que, enfrentados, inician un ejercicio de retórica magistral. La marquesina de Filosofía de vida sobre Corrientes presenta esta pieza del mexicano Juan Villoro como "el acontecimiento teatral del año". En esta contienda intelectual entre el ser y deber ser, acto y potencia se aúnan. Alfredo Alcón y Rodolfo Bebán, Rodolfo Bebán y Alfredo Alcón le prestan el cuerpo y el alma a dos personajes que le dedicaron su existencia a pensar.
Javier Daulte, el prolífico realizador que, sólo en cartel, exhibe a Baraka, Espejos circulares, Lluvia constante y Proyecto vestuarios, es el responsable de esta obra que además reúne a Claudia Lapacó, Marco Antonio Caponi y a Alexia Moyano.
Alcón y Bebán habían trabajado juntos en 1978 en Lorenzaccio, de Alfred de Musset, dirigidos por Omar Grasso. Desde entonces quedaron las ganas de reencontrarse en un escenario. "Alfredo me llamó para contarme del proyecto y desde el primer minuto quedé encantado. Empecé a recordar aquellos tiempos tan distintos a los que hoy vive nuestro país. Hemos crecido y hemos envejecido, pero nuestro compromiso con el teatro y la expresión permanece intacto", dice Bebán.
La lógica
"No sé contar una obra. Hay gente que tiene ese don. Yo no. Por eso soy actor, porque con el cuerpo puedo narrar lo que me gusta leer", se excusa Alcón desde el lounge del Novotel, donde dos turistas lo interrumpen para sacarse una foto con él.
Dos filósofos, rivales y amigos de juventud, se reencuentran en el otoño de su madurez ("estoy tan viejo que se me están muriendo los médicos", dice uno), tras haber recorrido caminos diametralmente opuestos. Este último tiene entre sus manos una suculenta oferta. Esta encrucijada es el detonante de Filosofía de vida. Así, entre citas y alusiones a Gombrowicz, Sartre, Simone de Beauvoir, Darwin, Wittgenstein y Russell, y también conceptos del pensamiento oriental, estos eruditos, seres exóticos, como se califican a sí mismos, libran su última batalla sobre una única e incandescente materia: su propia existencia.
"Lo maravilloso del texto es que no está contado desde las profundidades, sino de un modo sencillo. Es una comedia, sin lugar a dudas, donde ningún espectador se queda al margen. No importa cuál es su formación, nadie queda excluido", dice Alcón. Una cita de Gombrowicz advierte al lector del texto de Villoro: "Filosofamos porque es obligatorio. Es fatal. Nuestra conciencia se plantea cuestiones y hay que intentar resolverlas. La filosofía es obligatoria".
Por momentos políticamente incorrecto, el texto recrea la vida cotidiana de una mente brillante en la cotidianidad su hogar, donde se mezclan discusiones sobre el menú de la cena y "dialécticas del zoquete".
"Es una obra vertiginosa. Quiero que cada espectador tenga la libertad de llevarse lo que quiera. No me gusta cuando en el programa se publica una explicación que diga que hay que sentir tal o cual cosa. Vivimos en un mundo donde se domestica a la gente y así no se puede ser feliz. Esto es teatro", sostiene Alcón.
Desde un mismo punto de partida, el amor hacia el conocimiento y su búsqueda por la sabiduría, cada uno hizo oír su voz ("la filosofía es el grito de la razón", pronuncia uno de los protagonistas) en escenarios diferentes. El personaje de Alcón (el profesor) se recluyó del mundo, de su propia familia, y de los deleites de la vida académica. En cambio, la criatura de Bebán (Bermúdez) ejerció la función pública, obtuvo premios y reconocimiento y sucumbió ante las mieles de la fama y el prestigio. "En esencia, son iguales, sólo que cada uno optó por filosofías de vida distintas", explica Bebán.
La estética
Alcón confiesa que no puede pensar a Filosofía de vida de otro modo que no sea una historia de amor. Una mujer, Clara, en la piel de Lapacó, conoce los secretos de aquella mente brillante que es su pareja. Le ha dedicado su vida a su cuidado, le ha entregado su mente y cuerpo, sin fisuras. "Clara es tan inteligente que no necesita demostrarlo. El profesor encuentra una mujer que lo ubica en la vida. En cambio, para Pato su ubicación en la vida es la diversidad", dice Bebán, quien estuvo casado con ella en la vida real y con quien tiene dos hijos.
"Adoro tus defectos", le dice Clara a su marido y juega a ser su acólita y su esclava. Pero ella esconde un secreto que se develará hacia el final. En ese mundo sin sentido, en el que el hombre "vive flotando en la estupidez", como sentencia el profesor, ella es su faro.
"Bermúdez no tiene la necesidad extrema de necesitar de alguien, como sí la tiene el Profesor. El motor de su vida no fue la razón, sino la pasión hacia esta mujer", dice Alcón.
Otra mujer irrumpe en la vida del profesor. Su sobrina, escritora, interpretada por Moyano, como la voz de la nueva generación y de la ficción, frente al imperio de la ciencia del conocimiento. Además, otro discurso, el de la escuela de la calle, se contrapone con el resto. El encargado de este rol es Caponi, uno de los galanes de Herederos de una venganza.
La ética
El rol del intelectual parece ser central en esta obra. "Es una metáfora. La tentación de ser reconocidos en las embajadas, de publicar libros, de ganar premios, de que se escriban notas sobre ellos. Hasta los más talentosos sucumben", opina Alcón.
Juan Villoro, periodista y escritor, una de las plumas más destacadas de nuestra lengua, llegará la semana próxima al país. Los actores no quisieron consultarlo. "Este texto es una descarga de metralletas con cada palabra. Repaso en casa y me pregunto «¿cómo hago esto?» Dios mío. El autor nos pone frente a un desafío superlativo. No quise tener más información. Stanislavski contaba que le fue muy difícil hacer Hamlet porque justamente tenía demasiada información", cuenta Bebán.
"Coincido con Rodolfo. Tuve la suerte de conocer a Lee Strasberg. Me daba vergüenza hacerle preguntas, pero un día me animé. «Maestro, leyó usted –y ya había arrancado mal– porque él había leído todo a Jan Kott?». Entonces me respondió: «Vos sos actor. Entonces no leas sobre Shakespeare, vos lee a Shakespeare». El exceso de información te quita tu propia mirada."
Pero Alcón y Bebán sí acuden y fueron iluminados por algunas mentes, no académicas, pero sí inmortales, que supieron bucear en la profundidad del género humano. Alcón nombra a Kafka, a Shakespeare y a Dostoievski: "Cuando tenía 12 años leí por primera vez Crimen y castigo. El tren llegó a mi estación en el momento exacto en el que Raskolnikov estaba matando a la vieja. El relato era tan vivo que tuve que detenerme bajo un farol para seguir leyendo, en vez de caminar hacia mi casa". Bebán elige a los poetas como sus grandes inspiradores y destaca a Miguel Hernández como un ejemplo de ética. Recita una estrofa de La cárcel. Alcón lo aplaude: "Hernández es admirable… y la memoria de Rodolfo, también".
Sinceridades y dibujos a revisar
Alcón y Bebán dejan a la ficción de lado y reflexionan sobre su propia concepción de la vida y de su profesión. ¿Cuáles son las ideas que guían su conducta? "No tengo un pensamiento conceptual específico. No me detengo a pensar qué clase de vida llevo, porque un día quiero una cosa, y al siguiente, otra. Quizás puedo mirar hacia atrás y ver qué dibujos hice. Otros siguen como si fuese una brújula a una institución, religiosa o ideológica. Eso no es estar vivo. Es respirar según un molde y convertir tu alma en una cosa", explica Alcón.
En cambio, Bebán define con precisión cuál es el rumbo hacia dónde orienta todas sus acciones: la sinceridad. "Ser fiel a uno mismo requiere además de una gran responsabilidad. No siempre es el camino más sencillo. Pretendo nunca tener que traicionarme a mí mismo", dice Bebán.
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