FIBA: sabores e incongruencias en un menú performático en el Barrio 31
La artista multidisciplinaria francesa Séverine Fontaine está presentando Resiliencia, un ambicioso proyecto que se inicia en Retiro y que culmina en la terraza del Ministerio de Educación
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La información del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) sobre la acción performática que se estrenó anteayer dice lo siguiente: “Resiliencia es un cuento iniciático urbano, contemporáneo, visual y sonoro. Una invitación al encuentro con el otro y a la transformación de nuestra mirada sobre el mundo. Este espectáculo multidisciplinario cruza instalación plástica con teatro y concierto. Es creado a partir de la participación y la colaboración de los habitantes y los artistas del Barrio 31″.
El punto de encuentro para los distintos pasos de este menú es la llamada Torre de los Ingleses, pleno barrio de Retiro. El reducido grupo de espectadores es conducido en grupos más reducidos por pibes y pibas del barrio, quienes gestionan un emprendimiento de turismo que recorre esta otra ciudad de calles únicas, parte de ese asentamiento que empezó a crecer en 1929. A todo ese tránsito se suma la compañía de uniformados. Víctor es uno de los que acompaña al primer grupo por una larga y fascinante caminata que los habitantes del otro lado de la ciudad mayormente desconocemos. Desde hace 25 años, es uno de los tantos inmigrantes bolivianos que viven en este barrio conformado por varios otros barrios de nombres diversos y diversas luchas sociales para mejorar la calidad de vida.
En la calle por donde antes entraban los micros a la Estación Terminal de Ómnibus, la hamburguesa completa cuesta 100 pesos y se cena con ganas por 250. En la calle cercana a la feria hay piletas de plástico en las veredas y escaleras caracol enclavadas en la misma senda peatonal. Escaleras que suben hasta esas construcciones en las que viven más de 45.000 personas que pagan, como mínimo, unos 5.000 pesos por habitación. Allí, la paleta cromática coquetea con el más furioso pop latino, hay una peluquería en donde hacen tatuajes y suena cumbia al palo, se pueden consumir choclos generosos. Pero, claro, eso es del otro lado del muro, tan real como imaginario en esa especie de vista panorámica de lo injusto.
Víctor extraña la época en la que el barrio –históricamente llamada Villa 31– había árboles, una especie de selva urbanas a pocas cuadras de donde vivía su familia. De esa vegetación no queda nada: el barrio fue colonizado por los ladrillos, por las rejas, por la densidad poblacional. La caminata va en dirección hacia donde está la parroquia Cristo Obrero, en donde descansan los restos del padre Mugica, personaje clave del asentamiento. El cura villero que fue asesinado en 1974 y cuyos restos fueron trasladados en 1999 desde el Cementerio de Recoleta hasta su parroquia. El recorrido previo de Resiliencia no llega hasta allí, como sí lo hacía La velocidad de la luz, propuesta de Marco Canale que se estrenó en el marco del FIBA de 2017. En este nuevo desafío escénico/musical, el punto de llegada es la nueva sede del Ministerio de Educación de la Ciudad, sus rasgos arquitectónicos tan abruptamente distinto a su entorno.
En el hall de entrada del edificio, el menú performático propone una variada y exquisita degustación de comidas latinoamericanas: papas huancaína, sopa paraguaya, empanadas, pollo con papas. Afuera del edificio de 26.000 metros cuadrados en el que funciona una escuela pública hay un grupo de jóvenes que entrena con ganas mientras otros pasan por la verdulería de las nuevas casas del barrio. Todo está custodiado por uniformados. En el tercer piso del ministerio, en una de las terrazas, se despliega el otro primer paso, ¿o plato menú principal?, de este trabajo creado por la artista multidisciplinaria francesa Séverine Fontaine, la única artista extranjera que está en Buenos Aires en el contexto del festival escénico. Resiliencia, término muy en boga en tiempos de pandemia y confinamiento.
El núcleo central de este menú, que también incluye tres desplazamientos sobre la gran terraza, narra los distintos viajes de la creadora (Lyon, Montreal, Buenos Aires y varias bifurcaciones por paisajes sudamericanos) y sus propios viajes internos en el desafío permanente de toparse con la diferente, con el otro, con lo desconocido. La creadora se asume como mujer, como europea blanca, culta, perteneciente a un sector social acomodado, formada bajo el mandato de la heteronormalidad y colonialista, aún sin saberlo. Mientras estaba en Buenos Aires se declaró la pandemia. Decidió quedarse. Se mudó a una residencia de artistas ubicada en Barrio Parque, esa otro barrio tan próximo de la 31 ubicado del otro lado de ese muro tan real como social y cultural. Pero como ella misma narra, esta otra ciudad la fascinó.
Todas las ideas y venidas serán narradas en tres momentos, cuyo nudo central está dominando por una potente banda conformada por artistas del lugar (Minino Garay, Guillermo Chapor, Matías Dante, Claude Gomez y Anahí Rayen Mariluan más la participación del rapero Danilo Ozu-mas y Enrique Sánchez Gallo). Culmina, tres horas después del encuentro en la lejana torre de Retiro, con un ritual del cual forman parte cuatro generaciones de mujeres (algunas de ellas integraron el espectáculo de Marco Canale, quien en esta edición del FIBA muestra un adelanto del montaje que está realizando en Japón). Resiliencia culmina con un homenaje a la Madre Tierra en medio de un edificio dominado por el cemento y sus grandes ventanales vidriados.
En el propio viaje como espectador por esta recorrida performática y sus derivas, por los relatos del tránsito de esta creadora, surgen varias cuestiones. Por lo pronto, más allá del recorrido inicial por el barrio, en varios sentidos la performance en sí misma le da la espalda a la 31, a sus habitantes, aunque se nutra de algunos artistas del lugar. Cuando arranca una potente cumbia o cuando el rapero Danilo Ozu-mas canta (o denuncia) “nadie nos ve, nadie nos escucha”, los vecinos miran para arriba sin poder ver ni participar del hecho artístico. Son ajenos aunque, en algunos pasajes de este trabajo de una dramaturgia un tanto despareja y que se excede en su duración total, sean ellos los protagonistas, de los que se habla, sobre los que se reflexiona.
Este menú performático compuesto por varios pasos deja sabores extraños más allá de la exquisitez de esas papas a la huancaína, de lo genuino del relato de vida de Víctor o esos momentos musicales electrónicos con ecos de voces mapuches que ofician de ricos condimentos de una cena que parece estar servida para los habitantes de la otra gran ciudad.
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