FIBA: Love me, contundente ceremonia íntima, expansiva y catártica de Marina Otero
Después de Fuck me, junto a Marín Flores Cárdenas, la bailarina y coreógrafa presenta esta nueva propuesta que, radicalmente, apuesta a otras formas de la representación escénica
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★★★★ Love me, Argentina. Texto y dirección: Marina Otero, Martín Flores Cárdenas. Performer: Marina Otero Diseño de iluminación: Matías Sendón. Fotografía: Nora Lezano. Ilustraciones: Flores Cárdenas. Producción: Mariano de Mendonça y Casa Teatro Estudio. Duración: 45 minutos. Sala: Casa/Teatro Estudio, Guardia Vieja 4257. Funciones: Miércoles y jueves próximos, a las 18 y a las 20; viernes 4, a las 13 y a las 16; y sábado 5, a las 16 y a las 18.
Hace tres años, la bailarina, coreógrafa, performer Marina Otero estrenó en el marco del Festival Internacional de Buenos Aires Fuck me, un trabajo verdaderamente demoledor que en estos momentos está haciendo funciones en el Centro Cultural 25 de Mayo como parte del encuentro. En aquel momento, Marina salía de una operación que la mantenía casi inmovilizada en el escenario. Como había realizado con propuestas anteriores, nuevamente revisaba su propia historia de vida, de bailarina, de trabajadora precarizada, de mujer dispuesta a todo. De ahí el título de aquel montaje para una creadora, para una persona dispuesta a decir las cosas por su nombre sin cuidar los llamados buenos modales. Lo suyo es sinceridad en estado puro, un ejercicio de catarsis escénica permanente que supera las instancias de la supremacía del “soy” porque cada texto suyo se presta inevitablemente a que el espectador se sienta identificado y cuestionado con sus palabras, con su propia realidad, con su ironía casi punk.
En el reciente espectáculo que acaba de estrenar, Love me, ella es la única protagonista. La dramaturgia y dirección la comparte con Martín Flores Cárdenas (el mismo creador que supervisó la escritura de Fuck me, en la que Marina está rodeada por cinco performers). “La escribí con un amigo porque sola ya no puedo. Este cuerpo fue hecho para destruir. A veces siento que es poseído por un espíritu maligno. Como si fuera el emisario de un mensaje ancestral, primitivo y violento. Planeo fugarme, huir de él. Esta obra es una despedida”, dice ella en el programa disponible en la página del festival.
En escena, en el intimidad del bello espacio de Casa/Teatro Estudio, ella se sienta en una silla, se cruza de piernas y así estará durante la mayor parte de la performance. Pocas veces levanta la vista. Lo que dice, lo que piensa, lo que confiesa aparece proyectado en la pared del fondo de la sala como si fueran los cuadros de la historieta La mujer sentada, de Copi, con el personaje y sus globitos. O como si fuera una sesión de psicoanálisis con un terapeuta que apuesta a la escucha, a dejar que el paciente exprese sus pensamientos. “Cuanto más me escapé del amor, él más me persiguió. Así como cuánto más lo busqué, más rápido huyó de mí”, dice la mujer sentada y la actriz que reflexiona a la vez sobre la representación escénica en un trabajo que es en sí mismo una reflexión y un borrador en proceso.
A lo largo de unos 45 minutos, la mujer sentada cuenta de sus amantes, de sus separaciones, de un plato de papas fritas manchados de sangre que le sirvieron en su casa cuando era chica, de su necesidad de bailar, de la gestación del mismo trabajo en tiempos de cuarentena dura cuando todo esto que es puro presente, es aquí, es ahora, es ya; era futuro. También habla de su futuro lejos de Buenos Aires, de su necesidad de partir (o de volver al territorio español para buscar el “origen del dolor”, como dice ella misma).
Al final de de la perfomance, la bailarina que durante años protagonizó espectáculos de una fisicalidad extrema que hasta dolía observar desde una butaca, la mujer sentada de Love me, la que está dispuesta a aprender a bailar sin romperse el cuerpo decide pararse, mirar al público y bailar, bailar un tema de Calamaro. La palabra se traslada a su cuerpo, es él el que habla, el que grita, el que se reinventa en esta ceremonia íntima, expansiva, atrapante que encuentra en el espacio de la sala de Almagro a su mejor hogar, a su mejor casa aunque ella esté en plan de mudanza apenas termine el FIBA.
Claramente Love me tiene algo de díptico en relación a Fuck me. Pero en todo este juego de encastres hay otra deriva posible de imaginar. En la misma sala, Martín Flores Cárdenas, codirector y autor de la obra de Marina Otero y gestor del teatro, está presentando No hay banda (recientemente se acaba de publicar la crítica en LA NACION). “No creo que sea teatro documental. Tampoco una conferencia performática. En realidad no es nada”, dice él en otro trabajo en el cual revisita su pasado. Para Marina y para él, así lo dicen durante la obra, Love me es una especie de borrador. En concordancia con la última línea de la crítica Mercedes Méndez sobre No hay banda, también se podría afirmar que en Love me se observa el trabajo de unos artistas en sus intentos de generar una nueva conceptualidad. Lo cual, en estos tiempos, se agradece la búsqueda.
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