FIBA: Le Scriptographe, la singular poética de unos diminutos casi mágicos
La creación de Ezequiel García-Romeu suma a seis escritores provisorios que imaginarán sus historias luego de ver a esos personajes
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★★★★ (Francia) Compañía: Théatre de la Massue Creación y dirección: Ezequiel García-Romeu Intérprete: Ezequiel García-Romeu o Javier Swedzky. Producción: Frédéric Poty. Coproducción: Théatre de la Massue, Festival d’Avignon. Teatro: Hasta Trilce, Maza 155. Funciones: Hoy y mañana, a las 19.30, 21.30 y 23.30. Duración: 60 minutos.
Una mesa rectangular, tres luces, tres cuadernos, tres sillas de cada lado. Un enorme rollo de papel preside desde el centro, inmóvil. Seis escritores provisorios/improvisados se sientan a la mesa del desafío. El juego consiste en que ellos observen una puesta de títeres y produzcan escritura a partir de verla. Ésa es la consigna. Por lo tanto, la puesta se divide, claramente, en dos partes bien diferenciadas. Por un lado, el trabajo impecable, delicioso, minimalista de quien manipula desde debajo de la mesa –del cual vemos, de vez en cuando, nada más que sus manos–, por su causa aparecen diversos personajes, objetos diversos, que juegan fundamentalmente con la sorpresa y, podría decirse, con el presupuesto de la mesa de disección en la que se encuentran la máquina de coser y el paraguas, según proponían los surrealistas.
De hecho, la búsqueda es la de poner sobre la mesa, literalmente, la escritura automática. Claro que la precisión en el acto de manipular, el humor, la alternancia con las escalas, la variedad de personajes constituye una galería singular de disparadores. Es necesario subrayar el reto que implica para el titiritero trabajar desde abajo, a ciegas, la percepción milimétrica de los lugares donde están los escritores (porque habrá de señalar a alguno y darle alguna instrucción y el dedo no se queda señalando en el vacío) por otra parte, trabaja en dos espacios en simultáneo, como si se tratara, en ocasiones, de remedar dos manos de personas diferentes: un corte sorpresivo parece poner en peligro una mano a la otra como si una no previera el movimiento de la segunda. Llena de estos detalles está la propuesta.
En absoluto silencio (cómo opera el silencio en escena, qué poca presencia suele tener y cuánto pesa) los espectadores somos testigos de esa muestra doble: los títeres y los escritores a su alrededor. No podemos dejar de ver cómo impacta lo que se ve, en los que escriben. Los vemos sonreír, ponerse serios, intentar el acto de sostener la lapicera sin dejar de observar. Lo que vemos, fundamentalmente, es cómo esos escritores se convierten también en un objeto que es manipulado por el hacer titiritero. Los hilos que los llevan a actuar porque escribir, definitivamente, es un acto.
Hay un cierre que propone el titiritero que interpela el asombro. Pero luego les toca el turno a los que escribieron, uno por vez, lee lo que produjo a partir de lo que vio. Y acá el silencio se resignifica porque los datos son exclusivamente visuales. Las historias producidas van por carriles profundamente diferentes, las voces que las comunican, también. Es absolutamente increíble escuchar cómo los puntos de partida se convirtieron en múltiples caminos que, a veces, convergen y, otras veces, no tienen nada en común. Son los estilos los que predominan.
Una experiencia bella, poética, divertida… eso sí, hay que ver dónde sentarse. Para no perderse nada de esta propuesta singular.
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