FIBA: la performance minimalista de Phia Ménard, la artista de la motosierra, la tormenta y el arte efímero
Sobre el escenario de la sala Martín Coronado la artista francesa presenta una radical propuesta que se vale de pocos elementos, como dos mil litros de agua que caen sobre el escenario del San Martín
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Lamentablemente, la página oficial del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) no tiene memoria histórica. No hay información disponible sobre los encuentros anteriores. Pero cabe recordar que durante sus primeras ediciones, por la sala Martín Coronado, la de mayor significancia en el teatro de prosa de la ciudad de Buenos Aires, pasaron los grandes montajes de creadores extranjeros vitales de la escena del mundo. Luego, por motivos curatoriales y/o presupuestarios, se usó en contadas ocasiones (la última, al parecer, fue hace cuatro años). En la actual edición del FIBA, el martes 22 de octubre, ante un escaso público aunque se tratara de su debut, la gran artista francesa Phia Ménard hizo la primera función de Contes Immoraux, partie 1: Maison Mère / Cuentos inmorales, parte 1: Casa Madre, una contundente propuesta que enaltece a la rica y fantástica historia de la Martín Coronado y del mismo festival.
En el escenario de grandes dimensiones esta artista performática aparece enfundada como si fuera un personaje de Blade Runner o de una película de Marvel: botas bucaneras, chaleco de cuero, antifaz, tachas y un cabellera rebelde ladeada aparatosamente para un costado. Con un andar un tanto cansino recorre una y dos veces el perímetro del escenario sin pronunciar palabra (no lo hará durante la 75 minutos que dura su ritual). Desde ese momento cero empieza a desplegar una línea de trabajo definida por escasos elementos, reiteraciones y tiempos muertos que se constituyen en partes fundamentales de esta apuesta radicalmente minimalista de complejísima realización escenotécnica.
Durante los largos iniciales poco sucede. El ruido de sus pasos en el escenario o el del movimiento de los grandes piezas de cartón corrugado se incorporan al atrapante trabajo sonoro basado en la grabación de sonidos en directo reproducidos en loop a los escasos segundos como un gran eco. No mucho más. Con el correr de los minutos, de varios minutos; ante semejante “nadería”, algunos espectadores abandonan la sala. Phia Ménard, encargada de la dramaturgia y dirección escénica de esta propuesta junto a Jean-Luc Beaujault, pocas veces genera un vínculo con la platea. Apenas, en algunos momentos, entabla un mirada cómplice con el espectador.
Ella está concentrada en levantar su propia casa madre de cartón, su Partenón. No es fácil. En el encastre de esa grandes piezas a veces falla o el error forma parte de un guion en el cual el azar siempre está presente (en definitiva, las raíces de esta artista remiten al circo contemporáneo, sabe asumir riesgos). Ante la dificultad de poner en pie a semejante estructura dan ganas de ayudarla (sucedió en la segunda función en la que dos personas del público, de los pocos que habían en la sala, subieron a darle una mano). Concentrada en su propia mecánica se convierte en la arquitecta de obra de su propia obra performática en la que la materia, el objeto ocupa un lugar central. Para “esculpir” las columnas del Partenón esta especie de guerrera de Marvel se vale de una gran motosierra.
De aquella primeros momento desconcertantes al borde del aburrimiento, la gran estructura ahora está de pie. Pero no hay motivos de festejo. La calma antecede al huracán. El Partenón termina destruido como si todo esta propuesta fuera parte de una obra de arte efímero. Caen sobre él dos mil litros de agua durante largos, largos minutos (algo así, como una lluvia de 8/10 mm). Nubes, sonidos de truenos, relámpagos y más nubes completan la impactante postal. La naturaleza estalla en la Martín Coronado ante el asombro de los espectadores. A ninguno, seguramente, ahora se le ocurriría irse de la sala. La sucesión de imágenes tiene un efecto hipnótico. La embocadura de la sala deviene en una gran instalación pictórica y sonora en constante movimiento. Del Partenón, esa monumental construcción arquitectónica ateniense replicada en algunos grandes edificios públicos de Buenos Aires, poco queda en pie. Ella observa la escena sin gesto alguno. Lo hace con su gran motosierra apoyada en su hombro (cualquier inevitable lectura vinculada con la realidad argentina es pura coincidencia).
A los 75 minutos de iniciada su rutina, la fundadora del grupo Non Nova (”No inventamos nada”, en latín) abandona el escenario con el mismo paso del principio. Esta vez, los ruidos de sus tacones sobre el piso están acompañados por el sonido de las últimas gotas que caen sobre la Martín Coronado. Ahora, lo que llueve son los aplausos.
Seguramente, esta radical y potente propuesta puede dividir aguas. Claramente, forma parte del riesgo asumido por su creadora. Desde otra perspectiva, que un montaje de este tipo se presente en el marco del FIBA en un gran escenario le da sentido al mismo festival internacional. Es que desde hace un tiempo se programan obras extranjeras que despliegan líneas de trabajo que aquí, en el amplio mapa de la subjetividad, se encuentran mejores exponentes. Por el tipo de propuesta y su nivel de producción, Casa Madre marca la diferencia. Un montaje de este tipo interpela tanto al público como a los creadores locales. Y eso se agradece, le da sentido al mismo festival.
La señora de las transformaciones
En un reportaje realizado por la periodista francesa Anne Quentín publicado en el libro “Circo expandido” se cuenta la trayectoria de esta creadora que, a los 20 años, conoció a Jérôme Thomas, maestro del malabar contemporáneo. Con él recorrió el mundo. En paralelo, fundó su compañía Non Nova. Pero luego de 20 años de hacer malabares, se cansó. “Entendí que el malabarismo y sus pelotas son funcionales, pero no pueden contar todo”, reconoció. También esa afirmación tiene otra lectura a la que ella no le escapa. “Hice malabares mientras yo no era más que una representación de mí misma: aparentaba, en una piel y con un género sexual que no me representaba. El día en que puede afirmar mi diferencia, reivindicar otro sexo que aquel que la biología imponía, el malabarismo ya no tuvo sentido”.
En el desaparecido Polo Circo, Phillipe Ménard -en aquel momento se presentaba como hombre- estrenó localmente PPP/Posición Paralela al Piso. Su objeto a manipular era el hielo, un material en descomposición permanente.
A lo largo de los años, su travesía existencial de vida le fue imponiendo otras necesidades artísticas. O, tal vez, fue un proceso dialéctico. En 2011 volvió a una nueva edición del Festival Internacional de Circo de Buenos Aires. Esa vez trajo La tarde del Fohen. En un reportaje previo a esa performance en la que manipula sin tocar simples bolsas de plástico convertidos en muñecos hipnóticos que se desplazaban por el aire, dijo a LA NACION: “PPP fue mi manera de salir del armario, fue mi coming out . Ahora, ya soy una mujer; lo cual hace que me sienta de otro modo”.
En El viento...., al activarse los 16 ventiladores ubicado a nivel de piso los seres bailan, se desplazan, toman vida en el espacio. “Frente a ellos, estoy convencida de que cada persona pueda crear su propia historia”, admitió esta creadora que suele compartir sus propuestas en festivales internacionales del mundo y centros de arte de vanguardia. En Tecnópolis, durante la temporada de 2017, estrenó en estas tierras Vortex, en la que ella ocupaba el lugar central del círculo rodeado nuevamente de ventiladores.
Phia Ménard también estudió teatro y danza contemporánea. “La humanidad es una larga historia de transformaciones”, afirmó en el reportaje publicado en el libro mencionado. “Romper los marcos, los tabúes, salir del casillero son las obsesiones de esta artista que vive en carne propia lo que significa ‘fuera de serie’ y prueba al salir del circo y de sus códigos, así como del género que la engendró, que las categorías no son más que carcazas y trabas para la imaginación”, sostuvo sobre ella la crítica francesa Anne Quentin.
Coherente con esa búsqueda, con esa necesidad que la define; Phia Ménard ahora presenta hasta esta noche Casa Madre, este montaje estrenado mundialmente en 2017. En paralelo, hasta el sábado, está haciendo funciones de La tarde de un viento (el que anteriormente se llamó La tarde del Fohen). La noche de 2009 en la que estrenó localmente PPP, aquella impactante propuesta con bolas gigantes de hielo colgando desde la altura, horas antes había caído sobre Buenos Aires una fortísima tormenta acompañada por granizo con piedras de hielo que llegaron a los cinco centímetros de diámetro. Ahora, los días de funciones de Casa Madre, montaje durante el cual caen sobre el escenario dos mil litros de agua en modo de una tormenta, la tormenta, la lluvia se apoderaron de la ciudad.
Al parecer, la presencia de Phia Ménard en esta ciudad cuenta con la complicidad de la naturaleza. La humanidad es una larga historia de transformaciones y coincidencias.
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