FIBA: La Méridienne, una ceremonia a la hora del té que transporta a otros tiempos
De Francia, la compañía Théâtre de la Massue presenta una mágica propuesta de teatro de objetos estrenada ya hace décadas para un único espectador
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★★★ Por la Compañía Théâtre de la Massue (Francia). Creación y dirección: Ezequiel Garcia-Romeu. Intérpretes: Ezequiel Garcia-Romeu o Javier Swedzky. Producción: Frédéric Poty. Coproducción: Théâtre de la Massue y Festival d’Avignon. Sala: Hasta Trilce, Maza 155. Funciones: Hoy y mañana, a las 13, a las 14.30, a las 16 y a las 17.30. Duración: 80 minutos.
La propuesta de la Compañía Théâtre de la Massue, de Francia, tiene algo de ceremonia y de una mini ceremonia dentro de la otra. En la versión que acaba de estrenarse en el marco del Festival Internacional del Buenos Aires el lugar elegido la sala Hasta Trilce, de Almagro. Y esta vez, a diferencias de otras propuesta internacionales que se presentaron en espacios que le jugaron en contra, la misma arquitectura de la sala, su mobiliario, sus pasillos internos se convierten en elementos que enriquecen a este trabajo que ya tiene casi tres décadas de vida.
Su creador presenta a esta propuesta de este modo: “La Méridienne es un espectáculo para un espectador y una marioneta microscópica. Relata la fragilidad del pensamiento humano frente al paso del tiempo. La Méridienne, inicialmente llamada Marotoscopio, fue diseñada en un estado mental experimental”. A la hora indicada para el comienzo de la función, los espectadores se van ubicando alrededor de una larga mesa. Hay té o café y algunas cosas ricas para comer. El encuentro con el otro, la charla, sus derivas son el punto de partida de todo este entramado hasta que, una asistente, va invitando a uno de los espectadores a dirigirse hacia otro lugar de la sala. Cada cinco minutos, uno de los 14 comensales de este banquete performático irán cumpliendo el rito de asistir a un momento único hasta volver a la gran mesa del punto de partida sin, en verdad, poder hacer ningún comentario de lo vivido para no spoilear la cosa.
Durante esos cinco minutos el único espectador sube y baja escaleras de las entrañas de la sala del teatro hasta llegar a un lugar en penumbras hasta que, mágicamente se abre una puerta. Adentro de ese otro espacio del teatro hay otro teatro de escalas mínimas. Un teatro o un templo, como se quiera (en ambos espacios pueden tener lugar experiencias sensitivas semejantes). Y una silla, en donde se sienta el único espectador que pispea lo que sucede adentro. Llegado el momento, se sube un telón. En ese mínimo espacio escénico hay un marioneta de diminuta dimensión que bien podría ser un escribiente de tiempos medievales concentrado en su sagrada escritura. Rodeado de una molesta arena que parece borrar sus reflexiones, su sagrada escritura, de golpe irrumpe la mano de un otro (¿Dios?) y todo vuelve al punto de partida, a ese paisaje dominado por la arena, por el silencio, por la tenue luz y se cierra el telón de esa conmovedora escena que apela a una impecable de objetos en una trama que podrá tener diversas lecturas como cantidad de espectadores. A partir de ese momento, ese único público hará el camino inverso por las entrañas del teatro hasta volver a la sentarse en la larga mesa inicial. El cierre de todo esto es cuando llegan a la mesa Ezequiel Garcia-Romeu, el director, creador y manipulador de esta experiencia; junto al titiritero argentino Javier Swedzky, con quien se alterna la interpretación. La intercambio es corto porque, en minutos, comienza una nueva función.
La experiencia total de La Méridienne tiene verdaderos momentos únicos por el entorno en que se realiza, por el tránsito por la sala, por esa micro escena de un rigor y una magia conmovedora. Claro que, la espera hasta la charla final, se extiende innecesariamente en el tiempo para un cierre final que aporta poco a la propuesta.
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