Fedra: una sólida puesta de un texto de Juan Mayorga
Fedra/ Libro: Juan Mayorga. intérpretes: Marcela Ferradás, Horacio Peña, Emilio Spaventa, Francisco Prim, Gastón Biagioni, Marcelo D'Andrea / Músico: Arauco Yepes / Escenografía: Marcelo Valiente / Vestuario: Luciana Gutman / Iluminación: Leandra Rodríguez / Dirección: Adrián Blanco / Teatro: San Martín / Duración: 105 minutos / Nuestra opinión: Muy buena
La trágica Fedra, esa mítica princesa cretense que se enamoró de su hijastro Hipólito y arrastró a la ruina a la casa de Teseo, ha sido un tema recurrente en el teatro. Desde Eurípides, son muchos los dramaturgos que han dado cuenta de este episodio. Juan Mayorga retoma aquí buena parte de la estructura y contenido de la versión de Jean Racine, quizá la más famosa de todas.
Dentro de los muchos aciertos estéticos, destaca la utilización del espacio. La Sala Cunill Cabanellas es la más chica del Teatro San Martín. Los ruidos del subte, la falta de altura que obliga a una parrilla de luces muy visible y las columnas que la sostienen son aquí aprovechados por un gran trabajo de Marcelo Valiente. La escenografía es modular, remeda la galera de un barco que también por momentos parece una zona de entrenamiento de combate y que puede transformarse, también, en un bosque si la situación lo amerita. La cama de Fedra, donde muchas de las entrevistas que hacen avanzar la acción tienen lugar, parece estar sobre una balsa. El agua, el hierro, la madera y la música de timbales crean la dimensión ritual que la tragedia demanda.
La dirección de Adrián Blanco potencia desde los cuerpos la sensualidad de esta obra. A nivel actoral, hay una notable composición de Marcelo D’Andrea como Teseo; su escena con Fedra es brillante, se puede ver en cada uno de sus focos y movimientos el retorno de una persona que ha visto la muerte.
En buena medida, esta tragedia tematiza la distancia insalvable entre el deseo y la razón, cómo somos tomados por fuerzas que no entendemos. Los personajes desean algo y, a su vez, desearían no desearlo.
El mecanismo de la obra es similar al de Racine y que Roland Barthes describió oportunamente: los encuentros personales en Fedra suelen ser un espacio de conflicto que se resuelve cuando alguien pronuncia un nombre. La puesta de Blanco entiende bien la importancia de la palabra. Por caso, cuando Enone, criada de Fedra, menciona a Hipólito, el destino del joven queda marcado. La posibilidad de que una palabra lleve a un linchamiento es algo de absoluta vigencia en estos tiempos de posverdad y fake news, algo que esta sólida propuesta nos recuerda.
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