El actor, que alcanzó un altísimo nivel de popularidad en el país con el programa Son de Diez, reflexiona a sus 54 años sobre el impacto que la fama tuvo en su vida privada y asegura que se siente cómodo en el teatro independiente, donde a sala llena cada fin de semana cuenta una historia ligada a su familia
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Federico Olivera es uno de los casos más enigmáticos del espectáculo argentino. Tuvo las puertas de la fama abiertas de par en par luego del éxito televisivo que significo Son de diez en los años 90, pero las cerró automáticamente tras filmar nada menos que Las cosas del querer 2 junto con Ángela Molina y Manuel Bandera, a sus jóvenes 24 años. Lo que para cualquier actor sería el inicio de una carrera meteórica, para él fue el primer quiebre de una popularidad que nunca quiso, aunque le llegara naturalmente. Fue un patrón de éxito y ostracismo que repitió en varias oportunidades, tras las mieles de las novelas Yago, Padre Coraje y Guapas, incluso formando pareja con la actriz Soledad Villamil, madre de sus dos hijas, Violeta y Clara, quien -como él- también pasó del éxito de El secreto de sus ojos a grabar un disco de música alternativa para salir elegantemente de la escena mainstream.
En charla con LA NACIÓN, Olivera, a sus 54 años, se muestra auténtico, sin pliegues, para repasar minuciosamente su vida, sus logros y sus sueños olvidados de jugador de fútbol. Ahora grabó unas series que saldrán a futuro por diversas plataformas pero de las que no puede hablar por contrato. Entonces vuelve a su estado ideal, el del trabajo artesanal, ese que tiene los flashes apagados pero la creatividad encendida en todas sus áreas: su nueva obra de teatro independiente, El fondo de la escena, lo tiene como autor, director y músico, para darle vida a una historia que nació de la internación de su propio padre; estadías completas en un sanatorio que plasmó en una comedia dramática que presenta para su público más genuino.
“Mi obra El fondo de la escena surge por un episodio de salud de mi padre, de diabetes, por el que se tuvo que dializar mucho tiempo hasta que lo trasplantaron de un riñón. Todo esto un tiempo antes de la pandemia. Sin quererlo, empecé a tener una vida paralela entre lo personal y lo artístico, y los sanatorios para estar con él. Comencé a tener vínculos con gente que estaba en la misma que yo, acompañando a sus familiares en verdaderos dramas, algunos trágicos, otros no tanto. Y observé que en estos espacios hay una lógica, una cotidianidad, una pirámide de autoridad, donde están los que tienen la información real, los que aceptan las órdenes, quiénes tienen miedo, quiénes bronca, quiénes están de paso, quiénes no. Todo esto mientras la vida de afuera dialoga con lo que se comprime ahí dentro”.
-Lo que contás es dramático pero la obra tiene mucha comicidad.
-Porque alternaba el sanatorio de mi papá con una filmación, y yo mismo pasaba del drama a la comedia. Entonces por qué no volcar lo que estaba viviendo en mi propia obra. Si la vida es un poco así. Incluí en el mismo sanatorio un rodaje de cine que rompía con la línea argumentativa. En las obras universales se representa el bien y el mal para que tenga un sentido dramático. Acá se une el deseo con la realidad, el drama por lo que se va con el deseo de lo que se quiere.
-Tu obra la presentás en el teatro independiente. ¿Qué te ofrece el off que no te da el comercial?
-El teatro independiente me permite, como autor y director, experimentar y probar diferentes puntos de vista. El traspaso entre mi idea y la ejecución es muy directo. Me habilita a utilizar los actores que me gustan y no los que me impone la preferencia del público. Descomprime la presión de llenar teatros, vender entradas. Es otro ritmo mucho más artesanal, de búsqueda artística. En el off el que decide es el director y en el comercial el productor tiene mucha voz y voto, y te despersonaliza cualquier creación.
-En esta obra sos autor y director. ¿Cómo te definirías en cada área?
-Como en la vida, tengo momentos donde soy muy obsesivo e hipercrítico con lo que estoy haciendo y generando y en otros momentos juego, relajo. Cuando escribo soy caótico, cuando empiezo a corregir me pongo muy duro conmigo, muy áspero y voy tomando decisiones que no son nada gratas. Y cuando dirijo me relajo, juego, es la parte más lúdica. Busco lo que no está dicho, lo que no se hizo pero también soy muy abierto a quienes trabajan conmigo. No llego al teatro cerrado, sino que soy permeable a otras miradas.
-¿Reconocés a tus maestros cuando dirigís?
-Sí, absolutamente. De Norman Briski tomo la capacidad creativa y la búsqueda sobre lo no esperado. También de Luis Luque tomo esa predisposición a crear lo insospechado. Marcelo Savignone es un director que da mucho lugar al sentir. Estudié con grandes maestros pero también trabajé con actores que me iban enseñando sin quererlo. Con Héctor Bidonde hice Hamlet y fue una experiencia muy productiva. Y mi mujer, Soledad Villamil, siempre me termina de definir.
Como pez en el agua del off
-En tus primeras funciones agotaste las localidades de El portón de Sánchez. ¿No te queda chico el off?
-La verdad es que no sé hasta dónde estoy habilitado para creérmela. Sé que tengo un nombre en el medio, que mis pares me reconocen, pero no me la creo como para llevar mi obra a un teatro para 500 espectadores. Tal vez pueda llenarlo pero no me inquieta. Proponerle mi obra a un productor significaría explicarle mis intenciones artísticas, y no sé si quiero o si interesa a otra gente. Creo que hay mucha oferta que va más con ese segmento que mi búsqueda de hoy. A mí me motiva ser honesto conmigo y con quienes me vayan a ver. Y el teatro independiente en ese sentido me permite ser yo cien por ciento. Igual no reniego de quién soy, soy las dos cosas. Soy teatro independiente para un puñado de personas y el protagonista de una serie que exige muchos puntos de rating.
-Empezaste junto con tu hermano, Diego, siendo muy chicos, por acompañar a tu madre a sus clases de teatro porque no tenía con quién dejarlos. ¿La historia es así?
-Eso pensaba, pero la vez pasada mi madre me llamó para decirme que nada de lo que había contado en una nota fue así (se ríe). Yo pensaba que sí (dice sorprendido). La realidad, según me contó, es que con mi hermano éramos muy inquietos, y como ella era muy amiga de Alicia Zanca nos llevó a Andamio 90 para que hagamos teatro y así aplacar energías. Pero era más por Diego que por mí. Él tenía nueve años y yo siete. Y estudiando ahí hice una obra con Alejandra Boero en el teatro San Martín, Escenas de la calle en la sala Martín Coronado. Esa fue mi primera obra. Impensado.
-Si te pido una fotografía de tu infancia, ¿cuál sería?
-Mi infancia estuvo atravesada por el fútbol. Jugaba todos los días frente al Hospital Garrahan y los fines de semana en un torneo en Parque Avellaneda. Hincha fanático de San Lorenzo. Viví toda mi vida en San Cristóbal. Era callejero y hasta un poco salvaje. Ya había empezado a trabajar como actor en obras de teatro y en publicidades pero igual me fui a probar a Excursionistas, donde quedé y cuando me convocaron para hacer pretemporada en enero dije que no. No me entraba en la cabeza la idea de entrenar todos los días en verano cuando mis amigos se iban de vacaciones. Y ahí dejé la práctica profesional, pero también porque ya me iba bien en la actuación.
-¿Tus ídolos estaban más vinculados al deporte o al espectáculo?
-Por arriba de todos siempre estuvo Diego Maradona. Después mi ídolo terrenal fue el Gringo Scotta, gloria del Viejo Gasómetro. Iba mucho a la cancha. Y sigo yendo aun hoy. Pero yo quería ser más Scotta que cualquier actor del momento. También era fanático de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Una vez estando en el secundario, con mis amigos los fuimos a ver al teatro Bambalinas. Año 87, aproximadamente. Entramos sin pagar, empujando. Éramos un poco descontrolados. O sea que le debo una entrada al Indio Solari, en realidad, a toda la banda.
-Tu llegada a la televisión fue con Son de Diez, uno de los grandes éxitos de los 90.
-Son de Diez fue un bombazo. Yo estudiaba cine en la Enerc y trabajaba de asistente de dirección en la productora de Luis Puenzo. Veía mucho cine, era de ir mucho a la Lugones, Fundación Hebraica. Y mi mamá cada tanto me pasaba información de castings para televisión pero yo nunca iba. Para la gente del cine, la tele era algo menor. Pero paralelamente amigos míos como Fabián Vena y Laura Novoa ya estaban en tele y sus vidas no eran malas, al contrario. Entonces hice un casting para una novela de Canal 13, les gusté y a los cuatro días estaba grabando junto con Claudio García Satur, Silvia Montanari, Javier Portales y Florencia Peña.
-¿Cómo viviste el paso del anonimato a la fama?
-Al mes de salir al aire, mi vida se dio vuelta. Encima el medio me pedía un personaje y yo me dejé llevar porque el fenómeno me pasó por encima. Cumplía con todos los requisitos, pelo largo y la edad justa para ser un producto televisivo a quien explotar. Y me pasó de todo. Lo disfruté mucho y también lo padecí. Tener la economía resuelta siendo un pibe no es para cualquiera. Pero yo tenía un impulso muy fuerte con respecto a mi voz propia que me hizo no creer en esa locura. Entonces reculé.
-¿Si te hubieses subido a esa locura, qué hubiese pasado?
-No lo sé. Hubiese dejado de ser yo seguramente. Tenía 24 años y me codeaba con estrellas. Pero algo me decía que tenía que mantener la calma. La fama es como una montaña rusa que sube muy exponencial y después cae fuerte. Y esos movimientos a mí nunca me gustaron. Con mi mamá y mi papá viví momentos de mucho fervor que después no eran tales. Sabía que eso me iba a pasar tarde o temprano. Dije mucho que no. A casi todo. Imagínate lo que quieras, bueno, a todo eso le dije que no.
Vorágine
-¿Es difícil mantener la cordura en la vorágine del medio?
-Suena a frase hecha pero hay que escuchar mucho lo que uno quiere. Al deseo propio e interno, porque si no estás todo el tiempo discutiendo con una sombra por aceptar lo que te proponen o hacer lo que te identifica. Y por lo general, las propuestas ajenas no identifican a nadie.
-Pasaste de ser un hijo ejemplar a ser el malo de las telenovelas. ¿Cuál eslabón se perdió?
-Nunca entendí cómo pasé de ser el bueno de Son de 10 al villano de Padre Coraje, Yago y Máximo corazón. Hace unos años hice Guapas y también era malito, llegaba a romper lo que estaba establecido. Y encima en muchos casos fui la contrafigura de Facundo Arana, el bueno por excelencia de la televisión argentina. Lo que siempre me decían en la calle era “Dejalo en paz a Facundo”. La gente se lo tomaba en serio. Pero mi premisa es clara, a cuanta mayor exposición menos me muestro y cuando ya se olvidan de mí, porque el medio es así, salgo al mundo. La ecuación es perfecta.
-Siempre estuviste lejos de los flashes, incluso en momentos de mucha exposición artística.
-Los momentos más difíciles fueron en lo personal Padre Coraje y Guapas, y estando en pareja con Sole, cuando estrenó El secreto de sus ojos y cuando ganó el Oscar, que fue una explosión total. Pero a ella le pasó con más cosas, con Vulnerables, Culpables y Locas de amor no podía andar por la calle. En esos momentos yo era el que sacaba la foto.
-¿Te molesta el reconocimiento popular?
-No, en absoluto. Tampoco es algo que busco. Sí es consecuencia de lo que hago como artista y es más que válido. Recuerdo dos vacaciones que tuvimos con Sole y las chicas en Brasil, donde nos dimos cuenta que no podíamos estar en la playa así tan sueltos. Porque nos sacaban fotos todo el tiempo. La típica que se sacan una selfie pero en realidad hacen foco en vos. Es un momento raro. Hay una mirada colectiva que los actores siempre somos lindos, hermosos y deseados y tal vez estamos en la playa sin remera y no somos lindos, ni hermosos y mucho menos deseados.
-Con Soledad están juntos hace más de 27 años. ¿Qué encontraste en ella?
-Además de una mujer impresionante, bella y súper madre, encontré quien me saca de lo convencional. Es una referencia absoluta en mi vida. Estar a su lado me muestra consecuente con lo que digo. También encontré una compañera musical. Toca instrumentos desde muy chica y descubrimos eso que nos unió incluso desde otro lado. Así surgió todo lo que hicimos juntos cuando ella se lanzó como cantante. Yo la acompaño con el piano y ella canta como los dioses.
-¿Tienen la clave del amor eterno?
-No (sonríe). Mucha independencia, cada uno está en la suya y los acuerdos y las cosas de hacer juntos se dan pero no empastados. Es fundamental dejarle lugar al otro para que se desarrolle, equivoque y fluya. Mucho respeto y priorizar lo que realmente es importante. También mucho análisis. No hicimos ninguna promesa de nada, de hecho nos casamos recién en la pandemia, más como un festejo con nuestras hijas que por el casamiento en sí. No tenemos ninguna receta más que ser honestos con nosotros mismos. Pero la honestidad también necesita tener su intimidad. No es un sincericidio nuestra relación. No le liberás el inconsciente al otro. Y acompañar. A veces como protagonista y otras como reparto.
Para agendar: El fondo de la escena. Sábados, en El portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034).
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