Falsettos: la eterna necesidad de ser amados
Falsettos / Autores: William Finn y James Lapine / Intérpretes: Alejandra Perlusky, Julián Pucheta, Christian Giménez, Ignacio Francavilla y Tomás Wicz / Coreografía: Vanesa García Millán / Escenografía: Tati Mladineo y Luli Peralta Bo / Vestuario: Pablo Battaglia / Luces: Rodrigo González Alvarado y Diego Ramos / Dirección musical: Santiago Rosso / Dirección vocal: Sebastián Mazzoni / Dirección: Diego Ramos / Sala: Picadilly / Funciones: viernes y sábados, a las 23; domingos, a las 22 / Duración: 70 minutos / Nuestra opinión: buena
Falsettos (March of Falsettos), segunda parte de una trilogía, es una comedia musical de la década del 80 en la que se exponen las convenciones sociales, la religión, los mandatos familiares y la sexualidad, pero en la que en realidad todo el conflicto se limita a plantear la necesidad de amar y, sobre todo, de ser amado. El amor es lo más importante en la vida.
Marvin, el protagonista, es un hombre maduro, casado, con un hijo adolescente, que decide encarar su homosexualidad y enfrentar al mundo, es decir, a su familia. No todo termina aquí, sino que entabla relación con un joven al que trata de incorporar al mundo de sus afectos junto a su ex esposa y a su hijo. Como consecuencia de esta situación, obliga a la familia a encarar una terapia. Padre, madre e hijo con el mismo psicólogo. Este es el planteo de esta comedia donde se establecen las relaciones entre los personajes y la búsqueda de la felicidad.
Tratar de definir qué es la felicidad es una tarea tan ardua como estéril. Como diría Aristóteles: "Todos estamos de acuerdo en que queremos ser felices, pero en cuanto intentamos aclarar cómo podemos serlo empiezan las discrepancias". Pero después, y muy sutilmente, el eje de esta historia va girando hacia Marvin y su exclusiva pretensión de ser amado, olvidándose de su capacidad de amar al otro, a su ex esposa, a su hijo, quienes también necesitan ser amados. Es decir, una realidad que él no parece tener en cuenta.
El tono de comedia ayuda a escapar de lo que podría ser un melodrama, pero no ayuda a conseguir un texto contundente, sobre todo considerando que hace más de tres décadas que fue escrita y hay ciertos temas que en la actualidad se superaron, o deberían haberse superado. Por la intención de no sucumbir al drama, hay situaciones que se notan reiterativas.
En todo caso, con el elenco seleccionado, se superan estos reparos. Cabe señalar los trabajos de Alejandra Perlusky, Christian Giménez y Julián Pucheta, quienes, además de sus condiciones vocales, tienen una impronta actoral que los muestra convincentes y conmovedores. Tomás Wicz también logra, en el papel del hijo, una composición verosímil, no así Ignacio Francavilla, quien se instala en una marcación muy armada que no le permite exteriorizar los sentimientos de su personaje.
La dirección de Diego Ramos es acertada por la dinámica que le hace obtener un ritmo muy preciso para dar agilidad a las acciones, en una puesta sencilla, con un marco escénico bien diseñado para lograr tres ambientes diferentes, bien vestida y, sobre todo, iluminada con precisión.
La única objeción es el volumen de la música, que por momentos impide escuchar con claridad el texto de las canciones.
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