El pianista y compositor argentino viene de presentarse en Israel y tocará pronto en Rumania. Ya tiene listo un nuevo disco con temas de Atahualpa Yupanqui. Alberto Ginastera y Fito Paéz
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Es un año intenso para Facundo Ramírez. Lo empezó tocando en vivo en Israel en enero, pronto viajará a Rumania para presentarse en el festival de música de Oradea y, además, acaba de estrenar una versión de la célebre obra teatral del francés Jean Genet Las criadas, en el Espacio Callejón. Hijo del pianista y compositor Ariel Ramírez y la bailarina y docente Martha Rosalía Clucellas, Facundo se formó como pianista con Ana Gelber y Antonio De Raco, luego siguió estudiando en Francia y Austria, trabajó con artistas de la talla de Mercedes Sosa, Susana Rinaldi y el tenor José Carreras y terminó recorriendo el mundo con su música: Estados Unidos, Brasil, Inglaterra Holanda, Hungría, España, Portugal, México, Puerto Rico, Paraguay, Chile, Uruguay… Por todos esos lugares anduvo este pianista, compositor, actor y director de teatro de 58 años que en 2014 fue distinguido como “Personalidad destacada de la cultura” por la Legislatura Porteña de la ciudad de Buenos Aires y se define a sí mismo como “una síntesis entre lo académico y lo popular”.
En Piano argentino, un disco que lanzará muy pronto en plataformas digitales, se puede percibir ese deseo de fomentar la hibridación, concretado en un repertorio heterogéneo que incluye composiciones de Atahualpa Yupanqui, Juan Falú, Alberto Ginastera, Ariel Ramírez, Carlos Guastavino, Alberto Rojo y Fito Páez. También hay algunos temas del propio Ramírez que completan lo que él considera “un manifiesto, una verdadera reivindicación en favor de la música instrumental argentina”.
–¿Qué características te interesan particularmente de los compositores que elegiste?
–Creo que Piano argentino es el resultado de la orfandad que atraviesa la música instrumental de nuestro país. En la Argentina la música se convirtió en sinónimo de canto. Y eso es un problema, porque significa que el discurso musical está cada vez más empobrecido, ante la falta de diversidad sonora. Frente a este panorama, la elección de los compositores intentó que estén representadas todas las tendencias que den una idea del mapa musical argentino. Las obras más tradicionales conviven con las más modernas, y los grandes autores con los más nuevos. Pero me quedaron muchos afuera: Charly García y Ástor Piazzolla, por ejemplo. Es que son tantos…
–¿Cómo se fue forjando esa memoria musical que te permite tener un abanico tan amplio de posibilidades a la hora de pensar un disco como Piano argentino?
–Nací en una casa que fue siempre como una sala de ensayo. Mercedes Sosa venía a ensayar Mujeres argentinas y Cantata Sudamericana, y había largas noches de música con Vinicius de Moraes o el Mono Villegas. Los artistas del sello discográfico Philips que venían a actuar a la Argentina comían asados en mi casa. Mi padre tenía amistad con hombres y mujeres del mundo de la música clásica: los pianistas Manuel Rego, Antonio de Raco, el compositor Guillermo Graetzer… Crecí en ese contexto. La música y el mundo de los artistas, de los escritores y de los intelectuales de esa época formaban parte de la vida cotidiana de mi familia. Y aprendí a tocar el piano casi al mismo tiempo que a hablar, fue algo totalmente natural para mí. Tuve muy pronto a mi primera maestra de piano, la gran Lyl Tiempo, y a los siete años mis viejos me llevaron con Ana Gelber. Después estudié con Antonio de Raco, antes de irme a Europa. En todo ese tiempo me devoraba la inmensa colección de discos clásicos que había en mi casa. Esas colecciones antológicas de la Deutsche Grammophon con las grandes orquestas y los grandes solistas marcaron mi vida. Pero mi relación con la música no siempre fue pacífica. En aquellos años, la soledad que implicaba estudiar piano hizo que yo me rebelara tempranamente. Aprender a disfrutar del estudio de la música en soledad, como disfruté desde la hora cero el estudio del teatro como actor, me llevó mucho tiempo.
–Hablando de teatro, ¿qué te motivó a dirigir esta nueva puesta de Las criadas?
–Encarar esta obra de Jean Genet responde a mi necesidad de poner en escena a los grandes autores que estudié en mis años de juventud y que me marcaron para siempre. Siempre supe que en algún momento de mi vida iba a abrazar la obra Genet, como actor o como director. Con Macbeth me pasó lo mismo. Sabía que alguna vez iba a abordar la obra de Shakespeare. Solo se trató de esperar el momento oportuno para hacerlo, de tener la experiencia necesaria que dan los años en el escenario. Las criadas también me planteó la necesidad de pensar un proyecto diferente en términos de producción, en función de lo que pasó con la pandemia. Las dos últimas obras que hice fueron antes de la pandemia y tuvieron en escena dieciocho y doce actores. Montar obras con esa cantidad de actores sobre el escenario en el circuito independiente hoy es casi imposible. Los sistemas de producción artística en nuestro país están muy deteriorados, se hace todo cada vez más difícil. Más allá de estas cuestiones, por supuesto que siempre existe el punto de vista que uno necesariamente tiene sobre el material que elige. Por otro lado, estas obras exigen grandes actores dispuestos a tirarse al vacío asumiendo todos los riesgos. Afortunadamente, Claudio Pazos, Pablo Finamore y Dolores Ocampo, que además de ser actores estupendos son hacedores permanentes en el ámbito teatral independiente, aceptaron sumergirse en el mundo revulsivo que propone Genet y que yo, con esta puesta en escena, busco acentuar y expandir lo más posible.
–Pronto viajás a Rumania, un destino no muy frecuente para músicos argentinos. ¿Qué sabés del festival donde vas a presentarte?
–Es la primera vez que voy a tocar en ese país. Es un festival que alberga distintos lenguajes musicales, en diferentes ámbitos. Yo voy a presentarme en la Basílica Católica Romana, interpretando la Misa Criolla junto al tenor venezolano Reynaldo Ramírez Dorz y un grupo de talentosos músicos argentinos que hace muchos años que tocan conmigo: Rodolfo Ruiz en el charango, Leo Andersen en la guitarra y Ulises Lescano en la percusión. Pero antes de viajar, el primero de junio, voy a estrenar con Bruno Arias un espectáculo de folklore en el Tasso de Buenos Aires.
–A principio de año estuviste en Israel. ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Se respira la tensión por el largo conflicto con Palestina?
–Ya estuve dos veces en Israel. La primera fue unos años antes de la pandemia. En ambas ocasiones me sorprendió gratamente que el circuito de teatros destinados a la música clásica -como el Palacio de la Cultura en Tel Aviv, que es sede de la Orquesta Filarmónica de Israel, por ejemplo- dedique parte de su programación a otros lenguajes musicales. Lo que no me sorprendió en absoluto es el fenómeno que la música argentina provoca en Israel. Grandes artistas como Susana Rinaldi, Mercedes Sosa y mi padre fueron recibidos con los brazos abiertos siempre. El público es mayoritariamente local, aunque también hay, obviamente, argentinos y latinoamericanos. Yo estoy muy agradecido por como fui recibido las dos veces. El público llenó los teatros y sentí un gran respeto por mi propuesta musical. En el contexto de esos conciertos, no percibí la tensión que genera el conflicto con Palestina. El arte siempre tiende puentes como un instrumento de paz.
PARA AGENDAR
Las criadas, obra de Jean Genet con dirección y puesta en escena de Facundo Ramírez. Elenco: Claudio Pazos, Pablo Finamore, Dolores Ocampo. Funciones: domingos, a las 13.30, en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Tel: 4862-1167. Entradas: $2500 (con descuento a jubilados y estudiantes).
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