Facundo Arana y Araceli Gonzálezse convierten en almas gemelas
Son los protagonistas de Los puentes de Madison, una de las historias de amor más aclamadas, que en el cine dio a conocer Clint Eastwood; ambos coinciden en que este texto les llegó en el momento justo de sus vidas
Araceli González hace memoria y redescubre en su historia un momento que la acerca aún más a la mujer que encarnará sobre el escenario, en una de esas casualidades que parecieran ligar la vida de los actores y sus personajes. La actriz será Francesca, la protagonista femenina de Los puentes de Madison, novela del estadounidense Robert James Waller que en 1992 se convirtió en un best seller y sólo tres años después fue llevada al cine por Clint Eastwood, quien dirigió y protagonizó el film. La historia de Francesca -interpretada en la película por la sublime Meryl Streep- es la de una mujer casada y con hijos que en los años 60 se enamora de un hombre que no es su marido y, con miedos y valentía, resigna pero no olvida este gran amor. "Una vez no me animé a hacer algo por miedo. Estaba separada y apareció alguien en mi vida, pero no me arriesgué porque mi hija era muy chica y quizás uno ahí piensa más en sus hijos... Muy parecido a Francesca", revela Araceli. Y tras la reflexión, vuelve su mirada cómplice sobre Facundo Arana , quien interpretará a Robert, su gran amor en esta pieza que llevará al teatro un clásico hollywoodense gracias a la producción general de Javier Faroni, dirección de Luis "Indio" Romero y libro de Fernando Masllorens y Federico González del Pino (adaptado del original de Waller). Para ir palpitando el estreno de este jueves en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, la reconocida dupla de actores anticipa a LA NACION la intensidad de este primer trabajo que realizan juntos.
-¿Cómo definirían sus personajes, Francesca y Robert?
Araceli González: -Francesca es auténtica. Los dos son poetas, eso los une. Ella entiende que puede hablar con alguien en su mismo idioma, algo que quizás adormeció en su vida. Viene de Italia, conoció a un soldado norteamericano, llega a Iowa... Son dos personajes que se aman intensamente, porque pocas veces en la vida te cruzás con tu alma gemela. Quizá morís sin conocerla nunca. Hay que recrear eso tan fuerte.
Facundo Arana: -Robert es un hombre de mundo. Es fotógrafo y va un poco más allá de la fotografía, o la realiza en función de cómo vive la poesía. Es un tipo muy particular...
A.G.: -Y que odia las estructuras.
F.A.: -Sí, y cuando conoce a Francesca, que es irremediablemente bella, él sólo llega preguntando por un puente. Y algo que es importante es que ni ella ni él están pensando en seducir ni en ser seducidos.
A.G.: -Esto es muy importante. ¡Son auténticos! Hay tres escenas muy fuertes en la obra, y lo son a tal punto que si no logramos una unión y confianza importantes entre ambos es muy difícil direccionarlas para que la gente las sienta tal cual las describe el Indio en cada ensayo... ¡Te vas llorando!
-¿Por qué?
F.A.: -Es una dirección que no solamente es precisa, sino que va hasta lo más delicado de las fibras.
A.G.: -Estamos trabajando muy profundo, no lo estamos haciendo de taquito. Lo que se puede creer, y así subestimar, es que se trata de Los puentes de Madison, una película emblemática, y que entonces pone a dos actores prestigiosos de novela, a la gente le gustan, los quiere y listo, ¡éxito! Bueno, olvidate, esto no es así. Esto se tomó en serio por ambos y por respeto también a nuestros compañeros de elenco: Lucrecia Gelardi, Matías Escarvasi y Alejandro Rattoni.
F.A.: -Para el actor no es algo nuevo desnudar el alma al trabajar, pero en una obra que te pide llegar a esos lugares de intensidad podés hacer dos cosas. Una es hacerla de taquito, poniéndote la ropa, aprendiéndote la letra y ubicándote donde te da la luz... Pero nosotros elegimos otra cosa y eso a Ara la está llevando a no dormir y a estar con angustia. A mí me toca un personaje que, aunque no es fácil, es más agradecido, quizá con menos dolor. Hay algo que está en el aire de la obra que hace que la artista que interpreta a Francesca tenga que irremediablemente sentir ese dolor que va a contar. Igualmente estamos seguros de que cuando nos ganemos esa verdad, lo podremos hacer más mecánicamente. El teatro no te regala nada nunca. Y si vos te robás algo, el teatro lo sabe.
A.G.: -La historia es nuestra. Y el Indio es tan hábil que hizo que aunque estemos actuando nosotros dos, interactuamos todos y así no podemos distraernos nunca.
-La puesta es intensa también.
F.A.: -Estamos todos arriba del escenario todo el tiempo. Es un trabajo muy interesante y de una precisión de relojería, al cual se suma toda esta intensidad que contamos. Es una pieza bellísima, como ya era el libro original, porque el trabajo que estamos haciendo también lo es. Una vez que estrenemos, voy a extrañar muchísimo los ensayos. Son clases. Es la mística pura de aquello que nos hizo querer dedicarnos a lo que nos dedicamos. El escenario, la poca luz, lo austero, la magia del teatro.
A.G.: -El Indio es un maestro y no todo el tiempo tenemos el lujo de poder aprender así. Además estamos muy agradecidos, porque no nos subestimó. Y a los actores, que estamos mucho más expuestos, eso nos encanta. Somos todos iguales arriba del escenario.
-Los clásicos a veces necesitan madurar un poco, ¿esta obra les llegó en el momento justo de sus vidas?
A.G.: -Sí, porque para hacer a Francesca tengo que tener esta edad y haber vivido lo que viví. Me ayuda a entenderla. También tener en mi historia a mujeres que amaron y sufrieron con locura. Mi hijo [Tomás, fruto de su relación con Adrián Suar] está empezando a actuar y le ofrecieron un personaje promiscuo, drogadicto, terrible... Lo leyó y me preguntó: "Mamá, ¿de dónde me agarro para hacer esto?". Yo me quedé helada y le dije: "Bueno, Toto, pero fijate...". Después me pareció que era maravilloso que hubiera visto eso.
F.A.: -Para mí es un buen momento y éste es un proyecto hermoso. Además, es un localizador inmediato de prejuiciosos y me encanta, porque siempre me preocupa cuando los descubro. Por ahí no sabía que lo eran y después de abrirles la puerta me encuentro con un sablazo. Que nosotros hagamos esta historia en teatro es un identificador inmediato de prejuiciosos, a los que invitamos a no venir.
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