Facundo Arana: "Quería ser actor, saxofonista y aventurero. También logré una familia"
Luego de ser aclamado en Rusia e Israel, regresa al teatro para vencer estereotipos, con el unipersonal En el aire, donde, además, canta
El mate. Las pulseras (de metal, plástico o tela, sin seguir un orden aleatorio, mezcladas indiscriminadamente). El saxo, su primer saxo, el mismo con el que tocaba hasta sangrar los labios a los 19 años. Los objetos que acompañan a Facundo Arana forman parte de sus rituales cotidianos. En ellos hay más que una decisión estética o una compañía circunstancial: resignifican momentos de su vida. Porque todo en la vida de Arana parece volver desde el pasado y encontrar nuevos sentidos en el presente.
Como aquella vez, a sus 17, en la cama de un hospital, cuando "respiraba demasiado corto como para seguir vivo" (sic) y un médico a su lado diagnosticaba casi con desdén "hay que ver si pasa esta noche... o mañana". (Arana padecía un cáncer que afecta los ganglios linfáticos.)
O esa otra, en 2006, volando un Tomahawk con Marcos Marini -su instructor de vuelo-, cuando los interceptó una turbonada. (Que es "como tirar un papelito en un huracán", tal como intenta graficar el actor.) Fue cerca del aeroparque de Buenos Aires. Ya era un personaje famoso y querido. Volvió a ver de cerca a la muerte. Las luces de los edificios y el oleaje del Río de la Plata casi al alcance de la mano. La puerta abierta de la máquina y el agua entrando a la cabina del biplaza. Hasta llegar al milagro del aterrizaje. Y un día más tarde, al volver a la pista para buscar el avión, mirar al cielo y ver la más absoluta claridad y paz, como una alegoría sobre el milagro de estar vivo.
Arana dice ahora que En el aire -el unipersonal que reestrenó en el Tabarís, escrito y dirigido por Manuel González Gil- también explica su vida. Aunque sin decirlo en palabras, y sin nombrar al dolor: encarna a Marcos, un locutor de radio que transmite su programa desde el modesto escenario teatral de un pueblo perdido. Pero él asegura que ese texto también habla de sí mismo. De su intensidad. Y del milagro de la vida.
"Nadie sabe qué va a pasarnos mañana -describe el actor-. Tenés sólo la fecha en que naciste, pero no la del vencimiento. A veces siento que no me despido de mi familia con determinada efusividad y no sé si voy a volver. Gracias a Dios y a la fortuna que tuve con mi oficio algunas cosas están resueltas."
Nunca tuvo la intención de hacerse millonario. "Me hice saxofonista para ir a tocar al subte y tomar distancia de algunas cosas difíciles que me habían pasado. Y para darme cuenta de que el mundo no era la olla de agua hirviendo donde me había metido."
-¿Quedan secuelas del miedo?
-No quedan miedos. El cuerpo es tan sabio, que lo malo -así como la mujer se olvida del horror del dolor de parto y vuelve a tener otro hijo- es un recuerdo que no duele. En todo caso te va haciendo más sabio.
-¿Hacer En el aire significa escaparte de los lugares fáciles, como protagonizar una comedia romántica, estar al servicio del estereotipo del galán o buscar más el aplauso del público?
-Me gusta romper "amorosamente" los estereotipos. Agrego otros, y no destruyo los que me ayudaron a crecer y me gustaron tanto. Por ejemplo: ahora estoy cantando, y cantando viajé a Israel y a Rusia. Me tomé la libertad de hacerlo porque entiendo la profesión como un hecho lúdico. Hay mucho de eso en la obra y en mi vida. En cuanto a la imagen, lo veo como un camino posible al que transité por un rato, lo disfruté y no descarto volver a hacerlo. Pero es sólo eso: un camino. Y yo soy un viajero: me gusta mucho ir por todos lados.
-¿Ese es un condicionamiento para aceptar papeles?
-No, al contrario. A una oferta de trabajo la valoro, aunque tenga catorce mil más, por respeto a quien no las tiene. Porque además he rezado con todo mi corazón para tener una. Una sola. Elegí un oficio en el que no es necesario temerle a nada. Porque es solamente -o nada menos- que contar historias...
-¿Cuál era el propósito de vivir tocando el saxo?
-Había algo de casualidad, y sobre todo, de aventura. En una edad -tenía 20 años, era 1992- en que la vida es una hoja en blanco. Sobre todo si no tenés un futuro. Decidí ser saxofonista y actor. Empecé a tocar fuerte a los 19, cuando pude comprarme el instrumento.
-¿Y por qué querías ser actor?
-Porque me fascinaban las estatuas vivientes de la Recoleta. Y la secuencia del chico que iba con su padre a esperar a que se moviera. El padre le daba las monedas al nene y en el instante en que éste las dejaba en la lata, la estatua le guiñaba un ojo al padre. De eso me enamoré. Y a los 15, cuando entré por primera vez a la escuela del teatro Lasalle, y vi el escenario iluminado apenas con una cenital azul sobre una mesa de bar y dos sillas, sentí como un rayo en mi cabeza. Y decidí que iba a formar parte de eso. El resto fue no soltar la decisión tomada.
-Sos "multifacético". Como si no tuvieses una única decisión tomada.
-Además de ser dibujante de cómics, quería tres cosas en la vida: ser actor, saxofonista y aventurero. Soy esas tres y una cuarta también: formé una familia. Hasta hoy soy tremendamente afortunado. Y triplemente agradecido.
-¿Ese agradecimiento tiene que ver con tu necesidad de ser buena persona?
-Cuando sos capaz de agradecer tanto, sonreír tanto y ser la mejor persona posible por decisión propia, es porque antes llegaste a la profundidad más honda. De allí pude volver. Casi me muero de dolor mil veces en mi vida. Pero también casi me muero de alegría mil veces más. Literalmente.
-¿Por qué "literalmente"?
-Es que colecciono recuerdos. Tengo mucha memoria de todo lo que me pasó. Y esas memorias construyen. Pero también son mi maldición. Está en mi cabeza la cara de mi mejor amigo. Su voz. Murió cuando teníamos 18. Hace más de la mitad de mi vida. Tengo el gusto exacto del americano con crema y canela que tomábamos en el café Molière hasta los 17. El ruido del azúcar, un solo sobre, cayendo sobre la canela. Y cuando terminaba de caer revolvía con la cucharita y la golpeaba dos veces en el plato. ¡Lo veo! ¡Lo recuerdo! Jamás volví a tomar un americano con crema y canela...
-Además de tus decisiones propias, ¿quiénes te ayudan?
-La gente con la que me rodeo: a esta altura del partido, ya no le puedo pifiar. Conocí la traición, el dolor propio y el ajeno, que me caguen en plata, que me cague una mina. Si te rodeás de un hijo de puta es porque lo elegiste. La confianza ya no la regalo: se gana. Y también me pasa que una amistad puede durar un segundo y es para siempre, aunque no vuelvas a ver a esa persona.
Lo que busqué siempre
Arana es el único protagonista de la obra, aunque sostiene que no está solo. "Son muchas las personas que hablan en escena: le presto mi voz a esos personajes, les pongo el cuerpo a esas cosas que deben ser dichas. Nunca lo sentí como un monólogo", detalla.
-También está en juego tu don como contador de historias.
-Trato de que funcione así. Tengo un truquito: me engaño. Vivo cada logro como si hubiera ganado el Carlos Pellegrini. Y si fracaso, me trazo un objetivo muy modesto, para que no me duela tanto.
-¿Por qué volvés con En el aire?
-Porque es la obra que estuve buscando toda la vida, participé en su realización, la vi nacer. Además coincide con el momento en que estoy preparando mi segundo disco, con canciones propias. No me importa lo que pueda pasar: salto con mi paracaídas. No le encuentro valor a poder cumplir un sueño si no me rompo el alma.
-¿Cómo reaccionás ante las críticas?
-Si viene una crítica de alguien que tiene sobre vos un mal concepto, aunque sea de lugares que no me interesan, me duele.
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