Fabián Vena: inauguró su propia sala en el polo teatral de Villa Crespo
El actor aprovechará el espacio para tener su estudio y dirigir sus propias obras; ya tiene dos proyectos para los próximos meses
Fabián Vena se concentra tanto para responder que parece enojado: mira fijo, frunce el ceño y piensa. Apenas pesca en su cabeza la respuesta, el rostro se relaja y, en medio de esa amabilidad tan habitual en él, emerge toda su trayectoria, literalmente a flor de piel. Para descubrir las más de tres décadas de experiencia actoral de quien se inició en la serie Socorro, quinto año basta tan solo con mirarlo: solo con su cara, Vena demuestra que domina su expresividad como si fuera una plastilina que modela como quiere. Sus palabras son interesantes, pero sus caras son imperdibles. El actor, que acaba de cumplir 51 años, está feliz: inauguró oficialmente su propia sala teatral con su exitoso unipersonal Conferencia sobre la lluvia, el texto del mexicano Juan Villoro con el que hace dos años debutó como director. Vena reabrió las puertas del ex-Teatro Marechal, rebautizado ahora Poncho Club Cultural, en el que estará a cargo tanto de su dirección como de su administración y programación. El nuevo rincón artístico de Villa Crespo -ubicado en Leopoldo Marechal 1219 y cuya oferta teatral se irá conociendo a través de sus redes sociales- es el estudio de actuación que formó hace tres años y de Caleidoscopio, la escuela de formación artística que allí mismo venía dirigiendo Florencia Carchak. En la sala, en la que trabaja con su equipo desde febrero, ideará también las puestas de las obras que ahora también dirige. Por estos días, está trabajando en dos que estrenará en octubre: Diario de un loco, de Nikolái Gógol, y Victoria, de Susana Gutiérrez Posse.
-¿Por qué se llama Poncho Club Cultural?
Quisimos darle una entidad que unificara todo lo que se puede hacer en el espacio, y la idea de club cultural es la que más nos identifica. Tiene que ver con eso de dejar las puertas abiertas y que la gente pase, pregunte, mire... A eso remite el club. Viví todo eso en mi barrio. Queremos que sea ese lugar: una referencia para el público donde poder expresarse y unirnos todos en la cultura.
-¿Cuál era tu club de barrio?
Chicago, el Liberal, también recuerdo el Anfiteatro de Mataderos... Me acuerdo de tener seis años y estar en una calle cortada porque habían puesto un pantallón y pasaban cine para el barrio. Era cerca de Navidad y pasaban Ben-Hur o Los diez mandamientos. "Agarrá la sillita, poné el mate y vamos a ver la película"... Era así: nadie te preguntaba nada.
-¿Te das cuenta de lo que implica aventurarse y apostar, en este momento del país, por abrir una sala teatral y ofrecer un nuevo espacio cultural?
-La acción es lo más importante en la actuación. Uno tiene que estar todo el tiempo conectado con la vida para nutrir el trabajo: eso es acción. Para los que hacemos esto, hay una necesidad de decir y contar, no es solo una estrategia laboral. Cuando ya tenés ese impulso, no hay otra manera de que no vayas para adelante.
-Así que te lanzaste.
-La verdad es que me gana la necesidad. Esta es una profesión en la que, más allá de haber ganado el derecho a la jubilación, uno nunca se jubila. Muchísimos personajes me esperan. Uno avanza con la vida de la misma forma que avanza con sus proyectos. Es una pulsión de acción que no tiene especulación, ojo clínico ni administración. ¿Por qué voy a tener miedo si estoy haciendo lo que quiero?
-Tu hijo más chiquito, Valentino, nació hace cuatro años y su llegada coincide con este despertar de nuevas identidades en tu vida: la dirección, la docencia, la sala propia. ¿Creés que hay alguna relación?
-Sí, totalmente, y con mis hijas Vida y Cielo también. Desde que ellas me convirtieron en padre, empezó a haber algo ahí, un caldo de emociones, pensamientos y actitudes que uno pone en juego también como docente: paciencia, acompañamiento, cuidado, responsabilidad, reglas, ¡juego! La llegada de mis hijas y de Valentino y ese recorrido que hago como padre me abrieron las puertas del oficio de director y docente. A veces me pregunto cómo puede ser que me sienta tan seguro, como si los hubiese hecho toda la vida. Creo que eso estaba ahí y por eso lo vivo con absoluta naturalidad.
-Te vas a estrenar como programador de las obras de tu sala, ¿cómo te aventurás a eso?
-No estoy solo acá, sino acompañado por mis socios: Florencia Carchak, Mauro Tomasone, Lucio Bartolomeoli y Natalia Skrobacki. En la vida aprendí que la identidad viene sola, no se busca. Formarla requiere un recorrido y un tiempo: así como no se hace una obra de un día para otro, tampoco se genera la identidad de un teatro de un día para otro. Lo que sí me gusta es ese espíritu de puertas abiertas. Como dice mi personaje en Conferencia sobre la lluvia: "Hay gente que viene a oírme solo porque allá afuera llueve y no se quiere mojar. Algunos ya llegan mojados. Los he visto dejar un charquito bajo su silla. Otros solo vienen a dormirse o por el vino que dan después...".
-¿Te gustaría que Poncho Club Cultural tuviera esa identidad?
-Sí. Me gusta el espíritu de quien pregunta qué tienen de bueno en la verdulería y se lleva las mandarinas si le dicen que están buenas. En ese sentido, creo que es importante que el teatro sea una actividad que no provoque miedo: que nadie dude si podrá entender la obra o saber cómo sacar las entradas. Naturalizar un espacio artístico sería uno de los logros más grandes para mí. Conseguir que el teatro sea tan natural como la verdulería. Eso sería fascinante.
Mientras su rostro se concentra en la pregunta que sigue, la vida le hace un guiño, quizás un regalo de cumpleaños. Vena celebra que su teatro vaya a tener alma de centro cultural porque recuerda que él empezó a estudiar actuación en uno, llamado Macedonio Fernández, cuando tenía 12 años y vivía en Mataderos. Pero hay algo que pareciera no advertir aún, mientras camina la calle de su nuevo teatro: cuando decidió ponerle Poncho, les hizo un homenaje silencioso a Fernández y a Marechal, esa gloriosa dupla que pareciera enlazar tanto el origen como el presente de su vida teatral, cuyas plumas se unieron en la mítica revista Martín Fierro. En un intento de demostrarle que también ella sabe ser expresiva, la vida le guiña el ojo al actor y le recuerda que en su "Brindis a Leopoldo Marechal" Fernández elogió con gusto al padre de Adán Buenosayres, y suena a buena señal. Quizás el espíritu de ese brindis, allá lejos y hace tiempo, venga a sumar su magia esta noche, apenas terminada la función que inaugure Poncho Club Cultural, en el abrazo de dos copas que celebran que tenemos un nuevo teatro.
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