Eva Halac explora la figura de Jacobo Timerman
Hace cuatro años la dramaturga y directora Eva Halac presentó en El Cultural San Martín Café Irlandés, una pieza en la que fantaseaba con un encuentro entre los escritores Rodolfo Walsh y Tomás Eloy Martínez. La acción tanscurría en la década del 60. En su nueva producción, J. Timerman, decidió tomar a un hombre tan emblemático como polémico, el periodista Jacobo Timerman, entonces director del diario La Opinión y mostrar algo de su accionar durante la década del 70. Concretamente la trama se desarrolla en unos días del mes de octubre de 1971. Eran momentos en los que se preparaba el casamiento de la hija del presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse con el cantante Roberto Rimoldi Fraga.
Tiempos difíciles en aquella Argentina en la que se esperaba que se produjeran muchos cambios sociales. Halac le roba a la realidad algunos nombres de individuos que gravitaron notablemente en aquellos años (Timerman, David Graiver, Abrasha Rotenberg) y los introduce en su ficción, no para juzgarlos, sino para exponerlos bajo el convencimiento de que ellos tuvieron cualidades de personajes dramáticos.
La pieza está interpretada por Guillermo Aragonés, Leonardo Murúa, Carlos Scornik, Cristian Majolo, Mucio Manchini, Juan Pablo Galimberti, y Gregorio Scala. "Timerman es un personaje que va más allá del melodrama y entra en la tragedia –explica Eva Halac–. Un género que nosotros como sentimiento rechazamos. Creemos que vivimos en la tragedia pero es un melodrama. No podemos salir del culebrón de villanos y víctimas y creo que él atraviesa ese género y empieza a decir lo que piensa. Eso, unido a sus contradicciones, sus pesadas culpas y a ese enfrentamiento tremendo que tuvo con la realidad lo convierten en un personaje teatral porque lo encamina hacia la tragedia".
–Cuando en un escrito definís el momento histórico en el que se desarrolla la obra decís que "eran tiempos en que la ficción no existía y solo existía la realidad".
–Creo que hoy la realidad es la ficción. Algo de eso empezó a crecer y lo hizo a partir de aquel momento. Por eso el personaje reúne todas las contradicciones de esta época que empezó en aquella. Tiene que ver con cierta mirada europea sobre Sudamérica con la que crecí. Esa mirada que, también, carga con todo un romanticismo. La generación de Timerman estuvo atravesada por los relatos de la guerra civil española, la Segunda Guerra, la resistencia francesa. Todo eso hizo que ellos quedaran con una carga de deseo, emotiva, romántica, muy grande. Y, en algunos casos más conscientes en otros más incontentos, eso se empezó a trasladar a la generación siguiente convirtiéndola en acción. Todo ese andamiaje de la ilusión por la revolución, la lucha armada, empieza a ser en el período que tomo en la obra que es corto, octubre del 71. Y creo que Timerman supo darse cuenta de todo el marketing que eso tenía y a mi lo que me resultó muy divertido y tremendo, también, fue encontrar que había un diario, La opinión, que era combativo, de izquierda, que hablaba en esos términos pero era un diario sin fotos y sin fútbol y que solo lo consumían los universitarios de poder adquisitivo. Esa contradicción de un medio que hablaba de un cambio y de una necesidad profunda de modificación de estructuras no llegaba al pueblo. Pensé hasta dónde eso no fue buscado, hasta dónde ese juego llegó después. Esa pequeña impunidad que más tarde se transforma en algo muy arrollador. Él empieza a revertir el discurso a partir del acuerdo que hace con el gobierno militar y entonces se convierte en enemigo de todos. Lo comienzan a atacar desde la izquierda y desde la derecha y ese personaje me resultó muy atractivo. Empieza a hablar y a opinar sin filtro y eso en la Argentina es suicida. En parte por la necesidad de revertir el haber sido golpista en su momento, en la revista Primera Plana y la megalomanía de sentirse parte también del poder creyendo que tenía la capacidad de convencer, organizar, estar mano a mano con las autoridades. Todo esto encarna ese inicio de un análisis demencial de la Argentina que lleva después a muchísimas acciones con consecuencias.
–¿Cómo entrás en ese mundo que se desarrolla durante tu infancia?
–Llego al diario La Opinión porque mi padre (Ricardo Halac) trabajaba en él. Fue la atmósfera de mi infancia, esa música, esa estética. Todo el tiempo los personajes hablan de un período de transición. Están a la espera de… Con la escenógrafa Micaela Sleigh hicimos un puente larguísimo pero con vallas de seguridad. Hay una sensación de peligro. Da la impresión de que están filmando una película y hay riesgo pero sin dobles de riesgo, sin seguros, sin red. A la distancia lees las noticias de ese diario y te das cuenta de que Buenos Aires se había convertido en una especie de set de filmación donde los argumentos eran tremendamente épicos y donde había campesinos y obreros marchando hacia al socialismo detrás de un líder que quizá era un psicoanalista. Hay algo de toda esa demencia, toda esa estética que pertenece a mi infancia y adolescencia y que creo que tiene una resonancia tremenda hoy. Quizás la actuación es una necesidad del capitalismo. Exige una dosis de actuación y hay extras y actores por todos lados entre los supuestos anarquistas que andan ahora por la calle rompiendo cosas o los trolls o lo que era el grupo Quebracho. Está lleno de actores y hay una dosis de actuación que empaña de pronto deseos honestos. Creo que la carga de fantasía que empuja la acción es tremendamente teatral.
–¿Sentís que hay rasgos de aquella Argentina que pueden volver pero con otro maquillaje?
–Nunca hay retorno a lo mismo. Hablo de teatro y de comportamiento humano. Eso es inamovible, no cambia. No hablo de procesos sociales. Si bien es teatro político lo es porque los personajes están involucrados en la política. Y dejo los nombres reales o en todo caso los robo de la realidad porque me pareció que ya habían tomado cierto riesgo en su momento. Esta serie francesa merecía tener los nombres de los argentinos pero siento que hablo solamente de las personas. No hago análisis político. Esta es una ficción sobre hechos reales.
–¿En qué días de octubre se desarrolla la acción?
–Entre el 8 y el 9 de octubre de 1971. Es increíble. En esos días se suceden un montón de hechos que sin duda, a la distancia, son muy graciosos. Me imaginé lo que debe haber sido haberlos vivido. Incluso desde el poder mismo. Fue el aniversario de la muerte del Che Guevara, el cumpleaños de Perón, se produjeron los levantamientos militares de Azul y Olavarría y se casó la hija de Lanusse. Me pareció que todos esos elementos que ya habían sido unidos en la realidad merecían una ficción, una trama.
–¿Cómo analizás la figura de Jacobo Timerman?
– Hay mucho material. Es un personaje tremendamente teatral. Tengo entendido que además fue de una impunidad tal que se convirtió en algo parecido al enemigo del pueblo. Tenía un carácter horrible. Era despótico, psicópata, pero por otra parte fue un maestro para muchos periodistas. En el espectáculo tengo un solo personaje de ficción que es un periodista joven que está en esa redacción y que sufre las consecuencias de ese cambio tremendo que hizo Timerman cuando empezó a darse cuenta del marketing que venía trabajando sobre el diario y las consecuencias que eso podía tener y el acuerdo que necesitó hacer con el gobierno militar por la pauta oficial. La dimensión con la realidad aquí empieza a ser muy desequilibrada y en ese momento la verdad es que no hay retorno. Nadie puede frenar lo que va a ocurrir. Timeman intenta hacerlo también. Empieza a verlo pero era imposible. Todo está dentro del marco de esta boda con ese charm que tenía la imagen de Buenos Aires. Con esa mezcla de la música de Los náufragos y canciones en inglés, con esa fiesta, con esa alegría que había e inconciencia.
–En apariencia haces una construcción de teatro político pero formalmente no lo es, en el sentido tradicional.
- Porque se llama teatro político a un teatro que tiene una determinada bajada de línea o un mensaje claro. De igual manera se llama teatro histórico. Para mi son todas aberraciones. Creo que para eso es mejor hacer un ensayo o un libro de historia porque no es una cosa ni la otra. Se convierte en algo aburrido. Yo detesto el teatro aburrido y me parece que en el teatro los personajes tienen que estar en tensión. Creo que hoy en algunas experiencias aparece algo que es políticamente incorrecto correcto.
–¿Cómo es eso?
–Es más un políticamente incorrecto esperado. Quizás este material sea un poco más polémico porque no estoy teniendo una mirada sobre la realidad. De hecho son inevitables las analogías. Son varias las lecturas que se pueden hacer. Insisto, no hay un juicio. No tomo partido. No se puede retratar a un ser humano en un fragmento de su vida. Sí quizá hacer una buena foto y eso tiene más que ver con el arte que con lo sociológico. Es una mirada artística sobre la realidad, la gente, las personas, sobre el comportamiento humano. Para mí el peronismo fue mucho más que una doctrina política. Es un hecho artístico. Leonardo Favio lo supo ver. Y es una estética y aquí lo que hago es jugar con esos elementos en tensión donde la estética del Le Monde que jugaba con la nostalgia de la revolución francesa, la estética de Casablanca, está en tensión con la fiesta de casamiento en la quinta de Olivos. En todo eso hay un aire de Graham Greene. Yo a estos seres los pongo como en una especie de damero, en la arena del teatro y los hago encontrar una vez más. Hay una fantasmagoría en eso y es teatral. Tiene que ver con el uso de los nombres. Sé que eso provoca un efecto pero nada de lo que ocurre o dicen está fuera de los personajes. La investigación fue seria y como siempre ocurre fue muy divertido montarla con los actores.
J. Timerman
De Eva Halac
Cultural San Martín, Sarmiento 1551.
Jueves, viernes y sábados, a las 20.30; y domingos, a las 20.
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