Estrenos de teatro. Viñetas de un mundo roto es un ingenioso homenaje al mundo de las historietas
Personajes y creadores interactúan en este cruce entre los mundos de la ficción y la realidad
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Dramaturgia y dirección: Pablo Elías Quiroga. Intérpretes: Nicolás Balcone, Sofía Brihet, Gastón Frías, Marta Haller, Alejandro Hener, Manuela Méndez, Ricardo Tamburrano. Coreografía: Diego Rosental. Vestuario: Daira Gentile. Escenografía: Florencia M. Tutusaus. Iluminación: Del Bianco Estudio. Música: Juan Martín Carzoglio. Ilustraciones: Pablo Dalio. Video: PuntoJpgFilms. Asistencia de dirección: Marina Galimidi. Producción: Carola Parra. Sala: Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Funciones: Sábados, a las 17.30. Duración: 70 minutos.
¿Cómo construir una historieta en escena? ¿Cómo reproducir ese universo de los trazos dibujados y los textos en un mundo de tres dimensiones? Algo del lenguaje trae algunas complicaciones, nada que no se pueda resolver con la convención y con la imaginación puesta en juego. Pero Viñetas de un mundo roto tendrá un desafío más: la historieta no está concluida.
La puesta se inicia en medio de la historia. Un joven se entusiasma ante un escritorio improvisado. Los vasos de plástico y los bizcochitos son signo de una acumulación de precariedades. Revistas por el piso, muchas. Desorden, mucho. ¿Habla en voz alta? Pronto se comprenderá lo que hace: está dando texto y voz a un personaje. Detrás suyo, otro joven, acostado, trabaja sobre un cuaderno. Una interrupción los indigna, los altera: alguien más viene a dormir al cuarto. La situación, de manera sintética aporta información: están en una casa en situación de un alquiler que no pagan. Sin embargo, se vislumbra algún vinculo afectivo con la dueña de casa, algo del pasado, la mención a un hijo que ya no está.
Todo lo que viene después entra y sale de la historieta. Es necesario explicar un poco: los personajes de la historieta se perciben como los otros, los que los dibujan y los escriben. En términos de materialidad no hay diferencia salvo, en el vestuario. Ése es el rasgo más claramente diferencial. El entramado es tan profundo que se escuchará decir a un personaje algo de lo que el joven del principio escribió. Más lejos van al llegar: hay uno enamorado de un personaje que dibujó.
Sin embargo, Viñetas de un mundo roto no construye la jerarquía esperable: ¿no suponemos que el que tiene poder es el que dibuja y el que escribe?, ¿aquél que diseña los destinos de sus personajes? Pero no. Una de las protagonistas de la historieta ocupa también el rol de la narradora y juzga con benevolencia el lugar de los creadores. El mundo que recrean es oscuro, decadente, cruel. Los jóvenes ponen su expectativa, su esperanza en terminar la historieta y ganar un concurso que tal vez les cambie la vida.
Si no fuera por la incorporación de los superhéroes (un tanto violentos, en general) de la historieta podría ser perfectamente un melodrama. El género anticipa que no habrá salida posible: el mundo está roto y no parece que haya posibilidades de reparación. Los materiales con los que se construye la escenografía, los desplazamientos, los modos de tomar la voz, todo tiene la marca de lo provisorio, de lo frágil. Cartón y papel como la materialidad predominante, ésa que desaparece de manera definitiva ante el fuego (aunque éste no sea “real”).
Pablo Quiroga articula con fluidez los cruces entre el mundo de la ficción y de la no ficción, de tal modo que en ocasiones es difícil desarticularlos, aislarlos. Detrás de lo que se ve, a los que hacen de personas y a quienes hacen de personajes de historieta, se inscriben muchísimas cuestiones: el lugar de lo creativo, la búsqueda de evasión, la representación, la justicia vicaria y excede largamente el universo de la historieta. La propia puesta inhabilita al espectador de una lectura literal (sería insostenible en términos de verosímil) por lo tanto se abren múltiples posibilidades de interpretación.
Dos cuestiones más: la propuesta conmueve pero también abreva en el humor porque las actuaciones son potentes, sensibles, lúdicas en cuidada transición. Pero, además, parece haber un homenaje al mundo clásico de la historieta (de hecho, se leen los títulos de varias que están desperdigadas por el suelo). Algo de lo artesanal, lo que se hace a mano, lo que parece estar al alcance de la mano se pone en juego en Viñetas de un mundo roto. Por suerte, no se olvidan de una parte central del lenguaje: los dibujos, que están ahí y presiden con orgullo varias escenas y prueban secuencias posibles. Viñetas de un mundo roto no puede leerse en un sentido único, es un rompecabezas para armar y cada espectador acomodará las piezas como pueda y quiera hacerlo.
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