Estrenos de teatro. Tijeras salvajes es una comedia vertiginosa, divertida y con sorpresa
El mismísimo público deberá encontrar al asesino de esta obra dirigida por Manuel González Gil
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Autor: Paul Pörtner. Director: Manuel González Gil. Intérpretes: Andrea Politti, Diego Reinhold, Mario Pasik, Alejandro Müller, Galo Hagelström y Linda Peretz. Escenografía: Lula Rojo. Iluminación: Manuel González Gil. Vestuario: Alejandra Robotti. Musicalización: Martín Bianchedi. Teatro: Multitabaris Comafi, Corrientes 831. Funciones: de miércoles a domingos. Duración: 90 minutos.
A tono con el revival de viejas comedias que supieron ser éxito aquí, allá y por todo el mundo, llega ahora Tijeras salvajes (Shear Madness), la pieza de Paul Pörtner que lleva más de 40 años de representaciones en Estados Unidos y que fue vista por 14 millones de espectadores. En la Argentina tuvo varias puestas, una de ellas protagonizada por Rodolfo Bebán en el teatro Maipo, bajo el nombre de Corte fatal, en 1992. La actual está “aggiornada” a los nuevos tiempos, pero el trazo grueso y estridente que campea toda la propuesta (empezando por las actuaciones y continuando por el vestuario y la escenografía) a veces conspira contra su efectividad. Con todo, Tijeras salvajes sigue siendo una pieza graciosa y llevadera, fundamentalmente para un público sin grandes pretensiones; de ahí que su marco lógico, y posiblemente más exitoso, sería el de las temporadas veraniegas en la costa o en las sierras.
La acción transcurre en un salón de belleza unisex, atendido por Baby (Andrea Politti), una peluquera paraguaya, y “el coiffeur” charlatán Tony (Alejandro Muller). Allí convergen dos clientes: el reservado Mariano (Diego Reinhold) y la excéntrica y ricachona María del Pilar (Linda Peretz). También aparece un misterioso anticuario, papel a cargo de Mario Pasik, y hacia el final un joven policía (papel en el que debuta Galo Hagel, hijo de Politti). Al principio todo se reduce a la presentación de cada uno de los personajes, hasta que en la mitad de la pieza el argumento se torna más interesante al descubrirse el asesinato de la concertista Isabel Pratt, la vecina del departamento de arriba. Es entonces cuando todos se convierten en sospechosos (por motivos que no conviene “spoilear” aquí) y el encargado de descubrir al asesino rompe la cuarta pared (la pared invisible que separa el escenario de la platea) y pasa a discutir de igual a igual con el público las chances de cada uno en ser el verdadero homicida, hasta que el caso queda resuelto. Ese final es realmente original y vale la asistencia al espectáculo; de hecho en todo ese tramo se producen los momentos más hilarantes de la noche. Aunque este crítico sólo vio una función, y por lo tanto no puede acreditar lo que se informa desde la producción, Tijeras salvajes tendría un final distinto cada representación, de acuerdo a las diversas decisiones de los espectadores, lo cual le sumaría mayor originalidad a la propuesta e invitaría al público a presenciar la obra más de una vez.
Las actuaciones, está dicho, no responden a una marcación minuciosa; son demasiado expansivas, cuando no caricaturescas. En medio de ese contexto, sin embargo, se destaca la interpretación de Mario Pasik, por su rigurosidad y credibilidad. El resto, que quede claro, no están mal; sólo que responden a un tipo de interpretación más bien televisiva, directa y sin sutilezas. De todos modos, es bienvenida a la cartelera porteña una comedia apta para todo público, con figuras populares, ritmo vertiginoso, alto grado de acción física y participación del público.
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