Estrenos de teatro. Novecento: un relato conmovedor en buenas manos
Esta nueva versión de la obra de Alessandro Baricco tiene a Julio Viera como protagonista y recrea la vida de un músico que nunca bajó del barco donde se crió
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Autor: Alessandro Baricco. Intérprete: Julio Viera. Música: Nicolás Di Lorenzo. Vestuario: M&J. Escenografía: Favio Sportono. Luces: José Luis Misevich. Asistencia: Hernán Avalo. Dirección: Mónica D’Agostino. Sala: Boedo XXI, Boedo 853. Funciones: Domingos a las 20. Duración: 70 minutos.
En 1994 el autor italiano Alessandro Baricco decidió incursionar en la dramaturgia y escribió Novecento, un monólogo en el que sigue ciertas líneas de su producción narrativa (Seda, Océano mar, Emaús, City, Sin sangre, entre otras) pero que aquí están condensadas en la vida de un único personaje. Un ser sumamente especial. Para muchos espectadores él será digno de piedad; para otros, su libertad se tornará un símbolo de lealtad consigo mismo.
Quien narra la historia de Danny Goodman T.D. Novecento es un ser extremadamente sensible y apasionado. Un trompetista que forma parte de la orquesta de músicos que busca divertir a los pasajeros de primera clase que, en tiempos anteriores a la Primera Guerra Mundial, viajaban en el Virginia, un barco que cruzaba el océano y unía América y Europa. A poco de nacer Novecento fue abandonado sobre el piano de cola de un salón lujoso y nunca logró tener una identidad. Jamás se supo quienes fueron sus padres, cual era su verdadero nombre. Solo tuvo un protector. El pianista de aquella orquesta lo adoptó y crió y, cuando su tutor murió, el joven se convirtió en un virtuoso intérprete de piano que con sus manos lograba provocar la admiración del público.
Novecento nació y vivió en el Virginia pero nunca se animó a salir de él. Jamás bajó a tierra. Solo conocía las ciudades en las que anclaba el barco por los relatos de los pasajeros. Y las imágenes que construía quedaban impregnadas en su cuerpo. Solo una vez intentó salir pero no logró hacerlo, terminó quedándose en él hasta que la embarcación fue dinamitada, ya en tiempos de la guerra.
Baricco construye una historia sumamente sensible que atrapa la atención del espectador de inmediato porque quien relata, el actor que asume ese papel, posee la posibilidad enorme de reconstruir esa ficción si solo está dispuesto a recrearla abriendo su imaginario y logrando que cada escena que describe adquiera una dimensión extraordinaria.
Novecento tuvo dos puestas anteriores en Buenos Aires. En 2003 Jorge Suárez logró una magnífica recreación bajo la dirección de Francisco Javier en la sala Patio de Actores y, diez años después, Darío Grandinetti retomó el texto, y con muy buenos logros, bajo la conducción de Javier Daulte, en el Metropolitan.
Ahora es el actor Julio Viera quien acepta este desafío y en compañía de la directora Mónica D’Agostino consigue recrear esta historia con una versatilidad muy atractiva. Carga el relato de una profunda emocionalidad, juega con las palabras, devela las situaciones de una manera muy apasionada. Viera logra eso que pidió Baricco, que este texto se transforme en “una auténtica puesta en escena y en un cuento para leer en voz alta”. En esta puesta se mezclan ambas cosas. El intérprete, por momentos, recrea la acción en soledad y, por otros, recurre a la lectura. Y siempre con una convicción extrema. El mundo que describe Baricco atrapa la atención de un público dispuesto a transitar los pasajes de la obra de la mano de ese actor que sabe encontrar el ritmo justo de la acción.
Sobre el final, cuando el narrador se encuentra con Novecento, en el momento en que ambos están sentados sobre unas cajas que contienen la dinamita con la cual va a destruirse ese barco, esa casa tan contenedora para el pianista, Viera no logra construir en su interior, con la fuerza necesaria, a ese personaje al que intenta salvar de la muerte. Sigue relatando sin poder descubrir que ahora está frente a ese hombre débil que fue describiendo con tanta seguridad. En ese instante tan particular, tan íntimo, quien observa toma distancia de la situación. La concentración del actor parecería diluirse. Y es necesario que se mantenga muy activa porque el público necesita llevarse una fuerte imagen de ese ser cuya vida le ha provocado una conmoción inusual
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