Estrenos de teatro. Música para tigresas tiene la fórmula que contiene humor, música, recuerdos y reflexión
La obra marca otro acierto del grupo Dalila y los CometaBrás, un emblema de la movida under de los años ochenta
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Autores: Laura Antenzon y Leandro Rosati. Dirección: Leandro Rosati. Intérprete: Dalila Real. Coreografía: Marcela Trajtenberg. Arreglos musicales: Juan Rivero y Roy Valenzuela, sobre temas de Caetano Veloso, Enrique Cadícamo y Aníbal Troilo, José María Contursi y Mariano Mores, Martirio, Liliana Felipe y Laura Antenzon. Sala: Medio Mundo Teatro, Hiólito Yrigoyen 2148, 2° C (por escalera). Funciones: domingos, a las 19. Duración: 60 minutos.
Las estrofas de Tigresa, de Caetano Veloso, abren el camino de un recorrido por distintas facetas del ser mujer. Le seguirán otras, que ilustran de a pantallazos semblanzas de la femineidad, canciones que cantan historias de variadas formas de ser mujer en Música para tigresas, el unipersonal protagonizado por Dalila Real, de la mítica compañía Los CometaBrás.
La propia Dalila hilvana tramos de su vida personal sobre los escenarios y alejada de ellos, partiendo de su experiencia con la pandemia, desde ese aislamiento obligado por el “virus mutante globalizado“ que la recluyó a ir “yendo de la cama al living, desinfectando de a una las lentejas“. Experiencia que traslada ahora al escenario mediante la gestión unipersonal de todo el instrumentario que acompaña sus canciones, desde los teclados y el sintetizador, hasta la guitarra y la pantalla en que se proyectan algunas imágenes referidas a la trayectoria de Los CometaBrás, grupo que hizo historia en el under porteño.
Claro que, ya fuera de pandemia, es una puesta en escena de la creación solitaria como recurso de versatilidad frente a la restricción circunstancial. En la autoría y dirección del espectáculo está presente también Leandro Rosati, como lo está desde la creación del grupo en la movida de la democracia naciente de los años 80.
Las tigresas son retratadas por Dalila, enamoradas y emocionadas, a veces felices, otras, desgarradas. Pero también plantadas sacando pecho a las adversidades que enfrentan en este mundo. O bien desarmando el patriarcado desde la reivindicación del placer de la mano de Venus y otras diosas, desde la India hasta la tradición maya. Y rumbeando con humor irreverente entre transformaciones hormonales y mandatos que pretenden asignar roles para tal o cual etapa de la vida.
El contexto narrativo le otorga significados vinculados al mismo a los temas de Enrique Cadícamo y José María Contursi cantándole al llanto, de Martirio -de quien Dalila toma prestados los anteojos oscuros- dándole visibilidad al paso del tiempo y de Liliana Felipe viendo en el mismo una oportunidad de patear tableros. Temas que hilvanan el unipersonal, entreverados con algunos versos cantados de Violeta Parra y las canciones propias, muy propias, de la obra, que firma Laura Antenzon.
Las 50 butacas en semicírculo en torno al escenario a ras del suelo crean un entorno de intimidad cómplice en la sala del Medio Mundo Teatro, sucesor a través de las épocas del Medio Mundo Varieté que supo regentear el grupo en las alturas off de la Avenida Corrientes.
Impera ahora en esta Música para tigresas un tono de humor y empatía, una mirada irónica sin tanta ferocidad, en el racconto de los lugares comunes y no tan comunes sobre la femineidad. A veces partiendo de un tono un tanto enunciativo, como para tomar envión hacia vueltas de tuerca que encuentran eco en la risa del público, al percibir el mismo que se trata de aristas de la vida por la que todos pasamos en mayor o menor medida, de una forma de encararlas entre la lucidez y el humor. Y esto vale incluso más allá de la distinción de géneros.
Dalila Real maneja su personaje con soltura, remite a una historia personal y colectiva pero plantada desde una mirada contemporánea. La puesta surge, aun en esta versión más intimista, de la mixtura de géneros que es marca registrada del varieté que acuñaron los CometaBrás, en la que las canciones no conforman un recital, sino que son los hitos de una dramaturgia que en la liviandad formal logra bucear en profundidades.
“Un poco de misterio y un poquito de amor“ es medicina para la vida, se escucha decir hacia el final. Un poco de recuerdos, una dosis de reflexión crítica soltada cantando y otro tanto de humor son la fórmula para una velada en la que lo biográfico toma contacto estrecho con la vida social, la memoria con la identidad actual. Y la música, con el juego teatral.
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