Estrenos de teatro. Los gestos bárbaros pone el foco en los vínculos familiares, sin pretensiones realistas
Una vez más, la dupla compuesta por el dramaturgo Juan Ignacio Fernández y el director Cristian Drut vuelve a sorprender
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Autor: Juan Ignacio Fernández. Dirección: Cristian Drut. Intérpretes: Valentina Bassi, Francisco Bertín, Laura Novoa, Ignacio Rodríguez de Anca y Silvina Sabater. Iluminación: Alejandro Le Roux. Escenografía: Marcos Di Liscia. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Música: Daniel Melero. Teatro: El Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857. Duración: 120 minutos. Funciones: jueves, a las 20.
Tazas grises y vacías como símbolo de una conversación rota. Todos los personajes de Los gestos bárbaros, la nueva obra que escribió Juan Ignacio Fernández con dirección de Cristian Drut, tienen en algún momento de la obra una taza en la mano que no usan, una referencia potente de lo que pasa en esta obra, que dialoga de manera directa con la última pieza de esta dupla creativa: Tu amor será refugio.
La obra vuelve a trabajar los vínculos familiares desde un lugar muy original y creativo. Entre los monólogos y los diálogos, con una puesta abstracta que metaforiza de manera permanente las relaciones quebradas y los traumas (un sillón que no sirva para sentarse, un espacio gris, una música que distorsiona), el espectáculo parte de una imagen hermosa: una hija vuelve a casa, después de 15 años de ausencia y lleva el colchón arriba del auto. Antes de llegar al hogar familiar (donde la esperan una madre, dos hermanos y una cuñada con una beba), un accidente le hace perder la memoria. Entonces, se inicia el proceso de reconstrucción.
En su dramaturgia, la obra funciona como un reloj. El accidente es la excusa para ir al pasado, los monólogos permiten los pensamientos introspectivos y la presencia incómoda de una hija que no entiende nada habilitan la expresión de todo lo reprimido en la familia. Una madre yoica y poco sensible dice todo lo que piensa y genera una confrontación permanente. La propuesta pone el foco en los vínculos familiares sin pretensiones realistas. Como si la relación entre una madre y un hijo se pudiera condensar en lo que se dicen y lo que callan, cómo se tratan, cómo se tocan y después esos mismos personajes se ponen en pausa, para luego aparecer cuando no pueden contener la palabra.
Drut, como director, le da un gran valor al silencio en el espacio y construye una tensión muy intensa en la obra. Arma atmósferas en las cuales los personajes parecen espectros, vienen a anunciar su verdad y después se esfuman. Los espacios están enrarecidos, la construcción no es lineal y los personajes pueden anticiparse a los hechos: “Si me disculpan, ahora la nena va a llorar”. Esta frase se despliega en un procedimiento notable para retratar a una madre que no logra conectar con la hija y llora cada vez que la alza. Una imagen condensa un universo entero. Valentina Bassi, Francisco Bertín, Laura Novoa, Ignacio Rodríguez de Anca y Silvina Sabater llevan en sus interpretaciones la intensidad que pide esta obra, saben en qué momentos explotar y en cuáles apenas mirar de soslayo. La confrontación es sutil, se explota y se vuelve al mismo punto. Algo parecido a lo que sucede en la vida. Se puede decir “Mamá, te odio” y luego seguir como si algo del lenguaje ya no tuviera tanto peso. Las actuaciones son fundamentales en este espectáculo, porque frente al trabajo abstracto y simbólico a la vez con el que trabaja la puesta, las relaciones necesitan armarse desde los personajes y todos trabajan de una manera colectiva e intensa.
Para cortar este clima espeso que arma la obra, el personaje de la madre (Silvina Sabater), una mujer que acusa, denuncia y habla casi sin empatía hacia sus hijos frena lo dramático, con algunas intervenciones un tanto más corridas hacia el ridículo. Acusa a un hijo de prender fuego campos de soja, mientras otro es candidato a intendente y cuando va a buscar un té que no existe se promete “no soportar otro hijo con problemas”. Estas frases generan risas y humor, aunque no dejan de expresar la incomodidad y el dolor de fondo que contiene esta situación.
El diseño musical de Daniel Melero hace sistema con el clima oscuro y enrarecido que pide este espectáculo, un viaje a un pasado traumático, cargado de dolor, la muerte de un padre que tiene distintas versiones según qué hijo la recuerda y que pareciera que los dejó a todos detenidos en el tiempo, sin posibilidad de pensarse a futuro. Frente a este estado, la obra imagina una pregunta interesante: cómo podría ser nuestra vida si un accidente casi mortal nos hiciera empezar todo de nuevo.
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